Este sacerdote iraquí que reside actualmente en Albacete relata a Vida Nueva que el país vecino busca desestabilizar la Llanura de Nínive
Irak está al borde de una guerra civil. Y todo por el enfrentamiento entre las dos principales corrientes chiíes del país, la liderada por el clérigo Muqtada al-Sadr (que se impuso en las elecciones de octubre, aunque ha fracasado en su intento de conformar un Gobierno de unidad nacional que aleje toda influencia de Irán) y la encabezada por el gran ayatolá Kadhim Haeri (cuyo prestigio espiritual entre los chiíes y muchos sadristas está por encima del del clérigo, y quien es próximo al país vecino.
Por ahora, el último episodio violento se dio el pasado 29 de agosto, cuando seguidores de Al-Sadr salieron en tromba a las calles de todo el país y en Bagdad ocuparon por la fuerza el Parlamento y otras instituciones de la llamada Zona Verde de la capital. Según ‘Al Alariya’, el choque deparó 35 muertos y 380 heridos y solo se frenó cuando, a las pocas horas, desde Najaf y ante el temor real a una guerra civil, Al-Sadr reculó, pidió “perdón” y exigió a los suyos la retirada inmediata.
En conversación con Vida Nueva, Naim Shoshandy, sacerdote iraquí que reside actualmente en Albacete, lamenta “que en mi país se mezclen la política y la religión”, siendo el gran factor de desestabilización “el intento de Irán, que siempre desea lo peor para Irak, de influir en nuestro devenir como sociedad”.
Algo que, además de la esfera política, “en la que también trata de estar presente Estados Unidos, con muy malas consecuencias para nosotros”, tiene su reflejo en lo social: “En la Llanura de Nínive, donde los cristianos somos mayoría, Irán promueve una migración de su población que cambie la realidad local. Cada vez hay mayor pobreza, fue una región muy castigada por el Estado Islámico y, encima, cosas como la ocurrida el otro día nos hacen temer una guerra civil. Todo ello hace que los cristianos estén abandonando sus casas y se las estén vendiendo a quienes van con un dinero recibido directamente desde Irán”.
Pese a que le consta que la Iglesia local trata de apoyar a la comunidad cristiana para que no emigre al norte de Irak o abandone definitivamente el país, “la realidad es que, cada semana, unas cuatro de nuestras familias dejan su hogar. La Llanura de Nínive está cambiando su fisonomía y está dejando de ser cristiana”. Y eso no sucede por casualidad: “Irán quiere acabar con el cristianismo en Irak”.
Shoshandy, en constante contacto con su propia familia allí, corrobora “el miedo. Por ahora aguantan, pero, tras lo que ocurrió el 29 de agosto, tienen una maleta preparada con lo imprescindible por si estalla una guerra civil y han de marcharse a la carrera”. Algo que, por desgracia, ya experimentaron “cuando el Estado Islámico tomó la región”.
Con todo, el sacerdote, que no cree en que unos nuevos comicios mejoren la situación (si acaso, “habrá más división y la empeorarán”), reitera que “los cristianos que se mantienen no pierden la esperanza y confían en Dios. Se agarran a la Eucaristía y aguantan gracias al Señor, no a los políticos”.
Un último rayo de luz “lo acabamos de ver en Mosul, al norte, donde ha reabierto estos días una iglesia de los primeros siglos que fue destruida por una bomba de los islamistas”.