Entre los sacerdotes que destacaron en la escritura literaria y periodística de la segunda mitad del siglo XX ocupa uno de los lugares más relevantes José Luis Martín Descalzo, quien se entregó a fondo a esta tarea, inmerso en una voluntad de ejercer su vocación al servicio de la Iglesia y de los españoles, porque era algo que le atraía con gran fuerza.
Esas actividades se beneficiaron del entusiasmo y la emoción que infundía a todo cuanto llevaba a cabo, sin olvidar que la base en que se sustentaban todos los quehaceres era su condición de creyente y su vocación religiosa, que vivía con absoluta intensidad. Era consciente de que cada uno tiene sus carismas y, aunque los suyos no eran los más habituales ni convencionales en el mundillo eclesial, luchó para ser aceptado por sus superiores y que lectores, feligreses o indiferentes pudieran beneficiarse de las dotes que poseía. (…)
Una personalidad como la de José Luis Martín Descalzo se construyó sobre la base de una decidida vocación y una sensibilidad a flor de piel, a las que pronto sumó una atracción intensa hacia la lectura y un afán de exponer lo que sabía y sentía a través de la escritura.
A ello había que añadir la voluntad de seguir su propio camino por encima de imposiciones y de caminos trillados, que respetaba, pero que notaba ajenos a su verdadero espíritu. Obligarle a que tomara la senda a la que se sometía el resto de los compañeros habría supuesto aniquilar lo que de original y auténtico brotaba en su interior. Por otra parte, por más que les molestara la existencia de sacerdotes con estas inclinaciones, no dejaban de reconocer que en este caso los resultados eran espléndidos, fruto de un talento muy poco corriente.
Por fortuna, pronto encontró un cauce de expresión para sus creaciones y se sintió apoyado por un grupo de compañeros que se movían en las mismas coordenadas, con lo que desde el primer momento no se sintió como un ave rara, sino como clérigo que encuentra una deriva propia para manifestarse. De la misma manera que se sabía sacerdote hasta el fondo, también era consciente de que no podía ni quería renunciar a su vocación literaria y periodística.
Percibe que otros llevan la misma dirección y que de esa manera puede llegar a multitud de personas que se benefician de tales prendas: las que ha sabido poner al servicio de la fe y de los hermanos.
A partir de ahí ya solo era cuestión de profundizar en la línea que había emprendido y atender a las incitaciones intelectuales y profesionales que se le iban presentando. Con todo, en varios momentos de su andadura tendrá que driblar las presiones que le llegan desde los superiores jerárquicos, que aceptan a regañadientes que desarrolle esa dedicación y se hallan prestos a las amonestaciones y a ponerle trabas ante lo que advierten como desmanes. (…)
Conjugando esas facetas variadas de su personalidad transcurrió su existencia, en la que nunca abdicó de la entrega. A ratos más escritor (novelista, ensayista, poeta) que periodista (articulista, cronista, director) y en otras ocasiones al revés, pero siempre y sobre todo sacerdote. Esos fueron sus comienzos y de esa manera llegó al final, que le sorprendió con la pluma en la mano. Y es que así eligió vivir y así quiso morir. La suerte le acompañó, porque fue feliz con todo lo que hacía. Como el niño grande y gordinflón, pero responsable, trabajador y cariñoso que se presentaba siempre ante nuestros ojos. (…)
Es verdad que José Luis era un sacerdote muy poseído de la entrega a la que se había comprometido y estaba convencido de que no podía defraudar a los que confiaban en él, que debía aprovechar sus cualidades para el servicio que la Iglesia y sus hermanos le demandaban. Estamos seguros de que no lo hacía por vanidad, sino por servicio. Es lo que le habían enseñado, lo que había asumido y en lo que él quiso empeñarse en todo momento. A fe que respondió a esta llamada desde el primer instante y no cesó en su actitud hasta el último suspiro. (…)