A Javier Marías le irritaba la Iglesia y le molestaban las iglesias. Al menos una vez al año se dejaba caer un artículo periodístico exhibiendo su hartazgo sobre las procesiones en Semana Santa. Sin embargo, su anticlericalismo confeso, ateísmo declarado y malas pulgas ante cualquier mínimo olor a incensario no quitan para el duelo por el escritor que se cotizaba como digno de Nobel aunque nunca le llegó.
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Lo que sí le alcanzó fue respaldo de la crítica y de los lectores, con más de 9 millones de copias de sus libros distribuidas por todo el planeta. Nadie puede refutar la calidad de su obra ni su autoridad en las letras que le llevó a heredar el sillón ‘R’ de la Real Academia Española.
‘Creed en nosotros’
Pero también le llegó la censura editorial cuando precisamente quiso despacharse contra el catolicismo en octubre de 2002, hace veinte años. Sus jefes en ‘El Semanal’, suplemento dominical perteneciente al Grupo Correo, decidieron poner en cuarentena una columna suya titulada ‘Creed en nosotros a cambio’. El texto surgió como consecuencia de dos columnas previas publicadas por Arturo Pérez-Reverte -al que Marías presentaba con complicidad como ‘el Duque del Corso’-.
Lo que parecía un aplazamiento inicial por la dureza de sus palabras se convirtió en una negativa definitiva que correspondió con la decisión de Marías de dejar de colaborar con la revista a finales de ese año.
‘Lerda en sus argumentos’
“La Iglesia me trae tan sin cuidado que apenas presto atención a lo que dice, propone, manda, predica, condena o prohíbe”, dejaba caer en el artículo prohibido en la que la calificaba de “lerda en sus argumentos e interpretaciones”, amén de una “institución tan apolillada y necia”
A partir de esta premisa, exponía que “la Iglesia, cómo explicarlo, es para mi una de esas cosas que cuanto más lejos mejor. Ni siquiera quisiera rozarme con ella para combatirla”.
Familia creyente
Marías recuerda además como su madre y abuela eran “muy religiosas”, hablaba en presente de un padre “muy creyente”, pero completaba que fue formado en un colegio laico y mixto. “mi contacto con curas fue en la niñez casi tan escaso como más tarde (he procurado que fuera nulo)”.
Aun con todos estos dardos, el escritor fallecido admite que hay sacerdotes y monjas “estupendos”. “Lo malo es que a esos se los ve poco por aquí, fuera de hospitales y residencias de ancianos”, comenta, dejando caer un elogio a los misioneros.
Contra las religiones
Por el contrario, se ceba con el Episcopado español: “Cuanto más alta la jerarquía (vaya ejemplares los obispos vascos; bueno, los obispos peninsulares casi en pleno), más esquinados y oblicuos, más manipuladores, más melifluos y más falsos”.
Todo esto le lleva a despreciar, no solo a la Iglesia católica, sino a cualquier religión, porque considera que “jamás actúan desinteresadamente”, sino con el objetivo de “captar clientes aunque ellas los llamen ‘fieles’ o ‘acólitos’”.