El prelado ha explicado los graves efectos que produce la guerra en las personas
El camino desde que Pavlo Honcharuk fue nombrado obispo de la diócesis ucraniana de Kharkiv-Zaporizhia no ha sido fácil. Llegó al episcopado en 2020, y poco después comenzó la pandemia. Ahora, y desde hace más de seis meses, es obispo de un país en guerra.
Ahora, ha explicado a Vatican News que estos acontecimientos cristalizaron su percepción de su vocación episcopal: “Entendí que, ante todo, tengo que estar allí, estar cerca de la gente y tratar de entender, cómo hoy puedo vivir con Dios, qué me ayuda a estar con él, qué puedo hacer para serle fiel y hacer lo que él me llama”. Asimismo, reconoce que la inmensa cantidad de cuestiones organizativas y prácticas que surgieron durante la pandemia y durante la guerra lo ayudaron a comprender mejor qué es lo más importante, cuál es el significado de lo que hace
“El hecho de que esto sucediera al comienzo de mi ministerio como obispo”, dice, “me ayudó a no sucumbir a la tentación de las cuestiones secundarias y sin importancia, a centrarme en lo esencial. Una tarde me llamaron y me dijeron que teníamos que irnos porque esa noche Kharkiv estaría rodeado: estábamos parados y no sabíamos qué llevarnos porque todo parecía tan poco importante… Entonces, experimentamos una reevaluación profunda. de todo”.
El obispo de Kharkiv-Zaporizhia ha hablado también de los efectos de la guerra en quienes la sufren, en especial los problemas vinculados al trauma vivido. Así, explica hasta qué punto ha supuesto para él un “contraste” acudir a Roma durante la primera semana de septiembre para asistir a un curso de formación para nuevos obispos.
“Para mí es impresionante ver a la gente aquí caminando tranquilamente por la calle, ver la iluminación nocturna y los aviones volando serenamente en el cielo”, ha explicado. “La ciudad donde vive vivía todos los días, bajo cohetes y bombas”. De hecho, “una vez una bomba de racimo cayó sobre el techo creando un agujero de un metro de diámetro y muchos agujeros pequeños. Me tomó solo seis horas tapar todos los agujeros pequeños”, dice, si bien “gracias a Dios no hubo víctimas entre el personal de la curia y las familias que se habían refugiado allí”.