Asia

El Papa, en el avión rumbo a Kazajistán: “¡Qué grandes son las misioneras combonianas!”





Una vez más nos encontramos a bordo del avión papal –Airbus A 330– que, a una velocidad de 950 kilómetros por hora, nos ha conducido a Nursultán, capital de Kazajistán.



Francisco viaja esta vez acompañado nada menos que por cinco cardenales: su secretario de Estado, Pietro Parolin, y Luis Antonio Tagle, Miguel Ángel Ayuso, Kurt Koch y Leonardo Sandri. También le acompañan el sustituto de la Secretaría de Estado, Edgar Peña, y el secretario para las Relaciones con los Estados, Paul R. Gallagher.

En este país de misión, los católicos representan el 0,01 por ciento de la población de 19 millones; la mayoría de sus habitantes practican la religión musulmana, hay también fieles de diversas confesiones protestantes y algunas comunidades greco-católicas.

A pesar de sus dificultades para caminar y mantenerse mucho tiempo erguido, no ha querido privarnos de su saludo personal. Sonriente y con su habitual sentido del humor ha recorrido durante media hora la parte trasera del avión que ocupamos los periodistas que viajamos con él.

Los regalos para el Papa

No ha eludido responder a cuantas preguntas se le han planteado. A un colega que le pedía información sobre su posible encuentro con el presidente chino XI Jinping, le dijo: “No tengo noticias de eso, pero yo estoy dispuesto a encontrar a todos e ir a cualquier sitio, incluso a China si se me invita”.

La corresponsal de COPE, Eva Fernández, le hizo entrega de una ‘cuparola’, un tejido típico de Mozambique que le hicieron llegar las misioneras combonianas en recuerdo de su hermana italiana asesinada por un comando terrorista.”¡Qué grandes son estas mujeres!”, repitió por dos veces un pontífice emocionado.

La decana de los vaticanistas, Valentina Alazraki, le entregó una estatua de porcelana blanca que representa la paloma de la paz. Era una oferta del movimiento mexicano ‘Unidos por la paz’.

Nada más verme exclamó: “¡Volvió!”, señalándome mi ausencia en el último viaje a Canadá, a lo que yo le respondí que su elevado costo había sido la única razón de no haberle acompañado. “Hay que seguir adelante, seguir, seguir adelante”, me subrayó estrechándome la mano cuando le transmití el saludo de Vida Nueva y nuestra voluntad de apoyarle en su difícil misión.

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