Al menos doce veces Francisco ha citado hoy al “poeta más célebre del país kazajo”. Se refería al popularmente conocido como Abai, pero que en realidad se llamaba Abay Kunanbayev (1845- 1904). No solo escribió poesías, fue también filósofo, lingüista y compositor. Su obra más conocida es el ‘Libro de las palabras’, del que provienen casi todas las citas que hizo el Papa durante su discurso en el VII Congreso de Líderes de las Religiones Mundiales y Tradicionales.
La primera fue la pregunta que el escritor plantea a su lector: “¿Cuál es la belleza de la vida si no se va en profundidad?”. Seguida de este consejo: mantener “despierta el alma y clara la mente”. Y de este otro: “Mientras creemos y adoramos no debemos decir que podemos obligar a los demás a creer y adorar”.
Sobre la vulnerabilidad, Abai recuerda que “no somos demiurgos sino mortales”. Y más adelante se pregunta “¿Los que tienen hambre pueden conservar una mente clara y mostrar diligencia en el aprendizaje? Pobreza y litigios generan violencia y avidez”. El gran poeta kazajo aseguraba en su libro que “quien no es severo consigo mismo y no es capaz de sentir compasión no puede ser considerado creyente”.
Anticipándose a la teología de la naturaleza en su poesía ‘Primavera’, escribió: “¡Qué mundo maravilloso nos ha dado el Creador! Él nos dio su luz con magnanimidad y generosidad. Cuando la madre tierra nos albergó en su seno, nuestro Padre celestial se inclinó sobre nosotros con solicitud”.
Por fin, advertía a sus lectores, “un falso enemigo es como una sombra, cuando el sol resplandece sobre ti, no te liberarás de él, pero cuando las nubes se condensen sobre ti, no se verá por ninguna parte”. Magnífica prueba de sabiduría no cristiana pero profundamente religiosa.