El Palacio de la Independencia es un inmenso trapecio decorado con cristales azules y tubos blancos que se sitúa en el corazón de esta flamante capital de Kazajistán, que, cuando fue fundada, se llamaba Astana y desde hace algunos años por omnímoda decisión de su ex presidente, Nursultán Nazarbayey, fue “rebautizada” con el nombre de Nursultán.
Fue este mandatario quien convocó en septiembre de 2003 el primer Congreso de Líderes de las Religiones Mundiales y Tradicionales. Una iniciativa singular que ha reunido cada tres años a varios centenares de dirigentes religiosos del mundo entero: cristianos, musulmanes, judíos, budistas, taoístas, hindúes, shiks y seguidores de de otras religiones tradicionales.
El VII Congreso, retrasado un año a causa de la pandemia, ha sido inaugurado hoy y es, en cierto modo, excepcional por la actual situación de guerra en Europa y por la presencia del papa Francisco. La Santa Sede, en efecto, ha participado en todas sus anuales convocatorias, pero el Papa Bergoglio ha querido solemnizar la del 2022 con su presencia, que ha suscitado, como es lógico, un gran interés.
En torno a las diez de la mañana, varios centenares de personas, muchos de ellos vestidos con sus vistosos hábitos de ceremonia, se habían congregado en la llamada Sala de la paz y de la reconciliación y, durante algunos minutos, todos han recitado en absoluto silencio una plegaria. Finalizado este rito, el coordinador de la sesión, Maulen Ashinbayev, ha dado la palabra al presidente de la República kazaja, Kassym-Jomart Tokayev, un político formado en la antigua Unión Soviética y veterano de la Gran Guerra Patriótica.
Este describió un panorama internacional más bien desolador. “Por desgracia –dijo– las tensiones, la desconfianza mutua e incluso las hostilidades han vuelto a las relaciones internacionales… es esencial poner fin a los conflictos militares y al sufrimiento de los pueblos en las zonas de conflicto a través del mundo. Ahora, más que nunca, la humanidad necesita la solidaridad… el Corán, la Biblia, la Torah y otras sagradas escrituras están imbuidas de ideas sobre el humanismo, la compasión y la misericordia”.
Seguidamente al presidente intervino el Papa, que leyó su discurso en italiano. Es un texto extenso, profundo y sugerente iniciado con el deseo de que “Kazajistán pueda ser una vez más tierra de encuentro entre quienes están distanciados. Que pueda abrir una nueva ruta de encuentro basada en las relaciones humanas: el respeto, la honestidad del diálogo, el valor imprescindible de cada uno, la colaboración; un camino para recorrer juntos hacia la paz”.
En su primera parte, el Papa lamento “el ateísmo de estado, impuesto por decenios, esa mentalidad opresora y sofocante para la cual el simple uso de la palabra ‘religión’ era incómodo” y reivindicó, por el contrario, que “las religiones no son un problema sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa”.
Un poco más adelante señaló cuatro desafíos globales: la pandemia entre vulnerabilidad y cuidados, la paz, la acogida fraterna y el cuidado de la Casa común. Desarrollando el primero de estos puntos exhortó a no olvidar la vulnerabilidad que nos caracteriza y “a no dejarse anestesiar por el consumismo que aturde, porque los bienes son para el hombre y no el hombre para los bienes… los creyentes en la post pandemia están llamados a ser artesanos de comunión… ya que el mayor factor de riesgo de nuestro tiempo sigue siendo la pobreza. Mientras sigan haciendo estragos la desigualdad y las injusticias no cesarán virus peores que el Covid: los del odio, la violencia y el terrorismo”.
Refiriéndose a la paz pidió “no permitir que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano. ¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad! Los conflictos no se resuelven con las ineficaces razones de la fuerza, con las armas y las amenazas, sino con los únicos medios bendecidos por el cielo y dignos del hombre: el diálogo, las tratativas pacientes que se llevan adelante pensando especialmente en los niños y las jóvenes generaciones”.
Sobre la acogida fraterna constató que “un gran éxodo está en curso; desde las regiones más necesitadas se busca alcanzar aquellas con mayor bienestar. No es un dato de crónica, es un hecho histórico que requiere soluciones compartidas y amplitud de miras”. Por fin, sobre el cuidado de la Casa común condenó la “mentalidad de la explotación que devasta la casa que habitamos… por eso es imprescindible favorecer y promover el cuidado de la vida en todas sus formas”.
Concluyó pidiendo que “no busquemos falsos sincretismos conciliadores, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno. Solo así en los tiempos oscuros que vivimos podremos irradiar la luz de nuestro Creador”.