Francisco ha llevado hasta Kazajistán su reforma eclesial. Así se lo hizo saber esta mañana a los obispos, el clero, los religiosos y un grupo de laicos católicos en la catedral de la Madre del Perpetuo Socorro en la capital de Nursultán. Después de haber celebrado la misa en la nunciatura y encontrarse con los jesuitas, el Papa animó a la pequeña comunidad cristiana de este país de Asia Central a soñar y construir “la Iglesia del futuro”.
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El Obispo de Roma les instó a conformar “una Iglesia sinodal, en camino hacia el futuro del Espíritu, es una Iglesia participativa y corresponsable. Es una Iglesia capaz de salir al encuentro del mundo porque está entrenada en la comunidad”. De puertas para adentro, reclamó comunidades cristianas, en particular en los seminarios, que sean “escuelas de sinceridad” con “hombres y mujeres de comunión y de paz” y “no ambientes rígidos y formales”. Francisco quiere “gimnasios de la verdad, de la apertura y del intercambio” donde “todos tengan la misma dignidad” que ofrezca su lugar a los laicos para que no sea una “Iglesia rígida que se clericalice” y alejada de “dogmatismos y moralismos”.
Nadie es extranjero
Consciente de que la pequeña comunidad católica que camina en Kazajistán está conformada en su mayoría por migrantes, señaló que “somos una familia, en la cual nadie es extranjero”. Y lo hizo, citando al presidente de la Conferencia Episcopal de Obispos de Asia Central, el español José Luis Mumbiela Sierra, que ejerció de anfitrión en esta reunión. Junto a él, compartieron su testimonio ante el Papa un sacerdote, una monja, la mujer de un sacerdote de la Iglesia grecocatólica y un seglar.
“Lo repito: ninguno es extranjero en la Iglesia, ¡somos un solo Pueblo santo de Dios enriquecido por muchos pueblos!”, enfatizó el Papa, que puso en valor “la diversidad una riqueza compartiendo lo que somos y lo que tenemos”. Es más, subrayó que “nuestra pequeñez se multiplica si la compartimos”.
Fuera elites
A partir de ahí, recalcó que el Pueblo de Dios “no es una elite de personas religiosas”. Con este punto de partida, se detuvo en dos valores que han de definir a la Iglesia: memoria y promesa, o lo que es lo mismo, historia y futuro.
“Hay una herencia cristiana, ecuménica, que ha de ser honrada y custodiada”, expuso sobre la transmisión de la fe recibida durante siglos de generación en generación, advirtiendo del riesgo de la nostalgia y la añoranza, de la “tentación del retroceso”.
En camino
Por ello, animó a los presentes a “abrirnos al asombro ante el misterio de Dios” para “ponerse en camino, ir hacia adelante, comunicar a Jesús, como las mujeres y los discípulos de Emaús el día de la Pascua”.
Entre los retos en el horizonte para los católicos kazajos, Francisco dibujó “la participación de las generaciones jóvenes” y superar la sensación de “sentirnos pequeños e incapaces” como minoría religiosa. No en vano, los cristianos son apenas 100.000 en un país con un 98% de musulmanes.
Ser pequeños
“Hay una gracia escondida al ser una Iglesia pequeña, un pequeño rebaño: en lugar de exhibir nuestras fortalezas, nuestros números, nuestras estructuras y cualquier otra forma de prestigio humano, nos dejamos guiar por el Señor y nos acercamos con humildad a las acercamos personas”, apostó el Papa, dejando caer dos posibles riesgos: “dejarse arrastrar” por los grandes, caer en la corrupción o “encerrarse en el caparazón”.
Por eso, definió a los presentes como “ricos en nada y pobres de todo, caminamos con sencillez, cercanos a las hermanas ya los hermanos de nuestro pueblo, elevando la alegría del Evangelio a las situaciones de la vida”.
Necesidad de Dios
“Ser pequeños nos recuerda que no somos autosuficientes, que necesitamos de Dios, pero también de los demás, de todos y cada uno”, añadió Jorge Mario Bergoglio. De hecho, a los obispos y sacerdotes, les invitó a “no ser administradores de lo sagrado o gendarmes preocupados por hacer que se respeten las normas religiosas, sino pastores cercanos a la gente, imágenes vivas del corazón compasivo de Cristo”.