Cuando la Santa Sede anunció que Francisco se desplazaría desde Roma del 13 al 15 de septiembre para asistir al VII Congreso de Líderes Religiosos se dio por supuesto que Nursultán sería el lugar escogido para su segunda entrevista con el patriarca de Moscú y de toda Rusia. Pocas semanas después, el Patriarcado hizo saber que Kirill no asistiría a la cita en Kazajistán y que la reunión entre ambas personalidades debería tener lugar como un “acontecimiento distinto de cualquier otro”. El patriarca decidió no estar presente en la capital kazaja quizás por evitar confrontarse con otros líderes ortodoxos que desaprueban su “bendición” de la guerra en Ucrania.
- PODCAST: Francisco en Kazajistán, un grito por la paz
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Este punto de partida hacía pensar que los tres días del obispo de Roma en Kazajistán se traducirían en una relevancia media, minusvalorada por la ausencia del líder ortodoxo. Sin embargo, al cierre del periplo papal por Asia central, se puede hablar de un eco inesperado con frutos ya visibles, como el hecho de ampliar y fortalecer esa alianza de credos por la fraternidad universal que arrancaron en Abu Dabi Jorge Mario Bergoglio y Ahmad Muhammad Al Tayyeb, gran imán de Al-Azhar, también presente en esta cita.
Lo cierto es que la asistencia del Papa ha supuesto un gran realce a esta particular cumbre celebrada en el Palacio de la Independencia, un inmenso trapecio decorado con cristales azules y tubos blancos que se sitúa en el corazón de esta flamante capital de Kazajistán, que, cuando fue fundada, se llamaba Astana y desde hace algunos años, por omnímoda decisión de su ex presidente, Nursultán Nazarbáyev, fue “rebautizada” con el nombre de Nursultán.
Fue este mandatario quien convocó en septiembre de 2003 el primer congreso interreligioso, una iniciativa singular que ha reunido cada tres años a varios centenares de dirigentes religiosos del mundo entero: cristianos, musulmanes, judíos, budistas, taoístas, hindúes, shiks y seguidores de otras religiones tradicionales. Este VII Congreso se tornó en excepcional por la actual situación de guerra en Europa y por la presencia del papa Francisco. La Santa Sede, en efecto, había participado en todas sus convocatorias, pero el papa Bergoglio quiso solemnizar la de 2022 con su presencia.
Relaciones humanas
En torno a las diez de la mañana del 14 de septiembre, varios centenares de personas, muchos de ellos vestidos con sus vistosos hábitos de ceremonia, se habían congregado en la llamada Sala de la Paz y de la Reconciliación. Durante algunos minutos, todos recitaron en absoluto silencio una plegaria.
Finalizado este rito, el coordinador de la sesión, Maulen Ashinbayev, dio la palabra al presidente de la república kazaja, Kassym-Jomart Tokayev, un político formado en la antigua Unión Soviética y veterano de la Gran Guerra Patriótica. Tokayev describió un panorama internacional más bien desolador. “Ahora, más que nunca, la humanidad necesita la solidaridad… El Corán, la Biblia, la Torah y otras sagradas escrituras están imbuidas de ideas sobre el humanismo, la compasión y la misericordia”, compartió.
Después del discurso del presidente, intervino el Papa, que leyó su intervención en italiano. Sin duda, se trató de la alocución vertebral de este viaje por su parte. Fue un texto extenso, profundo y sugerente iniciado con el deseo de que “Kazajistán pueda ser una vez más tierra de encuentro entre quienes están distanciados”. El Pontífice deseó “que pueda abrir una nueva ruta de encuentro basada en las relaciones humanas: el respeto, la honestidad del diálogo, el valor imprescindible de cada uno, la colaboración; un camino para recorrer juntos hacia la paz”.
Un derecho fundamental
A partir de ahí, defendió la libertad religiosa como “un derecho fundamental, primario e inalienable, que es necesario promover en todas partes y que no puede limitarse únicamente a la libertad de culto”. A la vez, condenó “el ateísmo de Estado”, poniendo como ejemplo al país de acogida, así como “esa mentalidad opresora y sofocante para la cual el simple uso de la palabra ‘religión’ era incómodo”, y reivindicó, por el contrario, que “las religiones no son un problema, sino parte de la solución para una convivencia más armoniosa”.
Toda su disertación estuvo aderezada con referencias al poeta más célebre de la patria anfitriona. Al menos doce veces, Francisco citó al popularmente conocido como Abai, pero que en realidad se llamaba Abay Kunanbayev (1845-1904). No solo escribió poesías, fue también filósofo, lingüista y compositor. Su obra más conocida es Libro de las palabras, del que provienen casi todas las citas que hizo el Papa durante su discurso, que arrancó con una pregunta que el escritor plantea a su lector: “¿Cuál es la belleza de la vida si no se va en profundidad?”. Seguida de este consejo: mantener “despierta el alma y clara la mente”.
Desafíos globales
Con esta premisa, se detuvo en cuatro desafíos globales a compartir por todos los credos: la lucha contra la pobreza, la defensa de la paz, la acogida fraterna con la mirada puesta en los migrantes y el cuidado de la Casa común. Desarrollando el primero de estos puntos, exhortó a no olvidar la vulnerabilidad que nos caracteriza y “a no dejarse anestesiar por el consumismo que aturde, porque los bienes son para el hombre y no el hombre para los bienes…”. Así, certificó que “el mayor factor de riesgo de nuestro tiempo sigue siendo la pobreza”. “Mientras sigan haciendo estragos la desigualdad y las injusticias, no cesarán virus peores que el Covid: los del odio, la violencia y el terrorismo”, profetizó Francisco.
Refiriéndose a la paz como reto común, pidió “no permitir que lo sagrado sea instrumentalizado por lo que es profano”. “¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!”, exclamó, convencido de que “los conflictos no se resuelven con las ineficaces razones de la fuerza, con las armas y las amenazas, sino con los únicos medios bendecidos por el cielo y dignos del hombre: el diálogo, las negociaciones pacientes que se llevan adelante pensando especialmente en los niños y las jóvenes generaciones”.
Acogida fraterna
Sobre la acogida fraterna, constató que “un gran éxodo está en curso y desde las regiones más necesitadas se busca alcanzar aquellas con mayor bienestar”. Por ello, reivindicó la migración como “un hecho histórico que requiere soluciones compartidas y amplitud de miras”. Por fin, sobre el cuidado de la Casa común condenó la “mentalidad de la explotación que devasta la casa que habitamos…”. “Es imprescindible favorecer y promover el cuidado de la vida en todas sus formas”, expresó sobre la ecología integral.
Con estas pautas de trabajo, llamó a los líderes presentes a “hacerse cargo de la humanidad en todas sus dimensiones, volviéndose artesanos de comunión, testigos de una colaboración que supere los cercos de las propias pertenencias comunes, étnicas, nacionales y religiosas”. “Seamos conciencias proféticas y valientes, hagámonos prójimos a todos”, expuso el Papa a sus compañeros de mesa.
Eso sí, detalló el marco de acción en esta alianza conjunta: “No busquemos falsos sincretismos conciliadores, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas a la valentía de la alteridad, al encuentro fraterno”. “Solo así, en los tiempos oscuros que vivimos, podremos irradiar la luz de nuestro Creador”, concluyó.
Otras voces
Después de Francisco, intervinieron, entre otros, el gran Imán de Al-Azhar, el gran rabino de Israel, David Lau, y el Alto Representante de la Alianza para las Civilizaciones, Miguel Ángel Moratinos. Por videoconferencia se unió el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, que instó a las religiones a “promover la no violencia y denunciar la intolerancia”.
Pero, sin duda, las miradas y los oídos estaban puestos en el metropolita Antonij de Volokolamsk, responsable del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado que Moscú, quien leyó ante la asamblea plenaria un mensaje de su superior. En su intervención, ni mencionó la invasión de Ucrania y, por supuesto, tampoco la condenó. Ni tan siquiera hizo un alegato genérico por la paz. Eso sí, se atrevió a afirmar que “el camino de la dictadura, la rivalidad y la confrontación elegido por algunos gobernantes de este mundo está llevando a la humanidad a la destrucción”.