José Luis Mumbiela, en su condición de presidente de la Conferencia Episcopal de Asia Central, ha sido uno de los anfitriones del Papa en su viaje a Kazajistán. Y es que este oscense de 53 años lleva desde 1998 encarnado en el pueblo kazajo. Llegó como sacerdote misionero desde Lleida, donde se había ordenado tres años antes. Y sin ningún plan previo. De hecho, reconoce a Vida Nueva que “nunca tuve demasiado espíritu misionero ni jamás estudié Misionología”. Simplemente, “me fío del Espíritu Santo”. Un dejarse llevar que en 2011 le situó en otro puesto de gran responsabilidad: ser obispo de Almaty, “una diócesis con un territorio del tamaño de España, pero con una población de apenas ocho millones de personas”.
A nivel espiritual, si bien puede haber “entre 20.000 o 30.000 católicos” en Kazajistán, los practicantes que acuden frecuentemente a la eucaristía “rondan el millar”. Una condición de absoluta minoría que ilustra este otro dato: en toda la diócesis solo hay 15 parroquias, atendidas por 21 sacerdotes y 24 religiosas, además de tres seminaristas.
Con todo, la simple presencia de Bergoglio en esta periferia existencial “ha sido un impulso en la fe que nos ha llenado de ilusión”. De hecho, “hay gente que ha cruzado más de 1.000 kilómetros, otros han pasado una noche en tren… Y solo para verle y compartir la misa con el Papa. Sé incluso de 11 peregrinos de Mongolia que han venido en furgoneta. Otros han venido de Rusia y de otros países de Asia Central. Ha sido una inyección de fe, esperanza, entusiasmo”.
A nivel espiritual, ha sido “una experiencia de renovación y confirmación en la fe por parte del sucesor de Pedro. Lo han vivido como una muestra de amor y unidad en la Iglesia. Y es que han visto a alguien por el que rezan a diario y quien ahora ha querido estar con ellos… Eso es muy bonito. Como en el Evangelio, cuando la gente simplemente quiere estar con Jesús o Pedro, aquí ha sucedido lo mismo. Eso trasciende a la personalidad de un papa en concreto. Han venido a ver al Papa, al que sienten como el padre de una gran familia. Se ha demostrado así que la Iglesia, más que una fría estructura que nos reclama obediencia, es una familia. Y esta es una gracia”.
En cuanto a los mensajes papales de estos tres días, Mumbiela tiene claro que son “orientaciones a partir de las cuales ahora todos tenemos que trabajar, siendo un magisterio particular, para nuestra propia vida”. Una “catequesis” viva que será “una aportación para la sociedad en general de cara al compromiso de caminar por la paz, empezando por el Gobierno”, para seguir ahondando “en la identidad multiétnica y multicultural de este país”.
Así, el obispo ha comprobado cómo el Papa “ha apoyado nuestro proyecto nacional y nos ha hecho ver que la Iglesia está con nosotros en esa apuesta por la concordia que estructura nuestra identidad y que ofrecemos al mundo entero junto a otros principios que nos conforman como la promoción del deporte o el arte”.
En la promoción de esa cultura de paz y de diálogo interreligioso, Mumbiela reclama el papel “emergente” del cristianismo, comprobando cómo poco a poco van brotando las vocaciones: “Hace solo una década contábamos con la mitad de sacerdotes y con tres religiosas menos, no habiendo tampoco ningún seminarista. También se ha doblado el número de los practicantes”. Además, “se bautizan personas provenientes de otras tradiciones no cristianas”.
Un crecimiento que se explica, en buena parte, por la tradición martirial del país: “Tras las matanzas del siglo XIV, el cristianismo desapareció por completo. Hasta que, en la primera mitad del siglo XX, Stalin fue el gran ‘misionero’ de Asia Central y, concretamente, de Kazajstán. Sus purgas de católicos polacos y alemanes, a los que desplazó en campos y cárceles de nuestro país, volvieron a sembrar la semilla de la fe allí donde llevaba siglos desaparecida. Fueron años duros, pero también se vio un gran testimonio martirial, propio de la Iglesia de las catacumbas, que dio grandes frutos que han llegado hasta hoy y hacen que cada año tengamos ordenaciones sacerdotales”.
En ese caminar, “los laicos también están tomando conciencia de su responsabilidad y sienten la Iglesia como algo muy propio, teniendo como mejor modelo la semilla de fe que nos dejaron los mártires. Reflexionamos mucho sobre sus vidas y nos encontramos con consagrados y laicos que nos dan mucha luz en nuestro día a día. Palpamos su santidad en tiempos muy difíciles y son los mejores modelos posibles para las nuevas generaciones”.
Respecto al papel del Gobierno, que se mantiene desde la caída del comunismo y que ejerce, desde un fuerte presidencialismo, de garante del equilibrio religioso, el misionero español es consciente de que el gran objetivo es que se mantenga el islam moderado (el 60% de los kazajos son musulmanes) y vigilar que no surjan fundamentalismos: “Desde una posición de delicadeza, promueve que la religión se pueda ejercer con libertad, pero, a su vez, también busca que esta no sea causa de radicalismos que dificulten nuestra convivencia pacífica. Por ello se controla que no haya manifestaciones externas excesivamente fervorosas, y eso nos incumbe a todos. Eso no significa que no se pueda vivir la fe, sino que contribuye a que esta se viva de un modo más tranquilo. A veces puede tener expresiones públicas, pero moderadas, sin incomodar a otros fieles con distintas convicciones, aceptando todos que la fe es algo personal”.
Eso en absoluto molesta a Mumbiela. Al contrario: “Valoramos que hay un campo de libertad suficiente y no es real la imagen de un control férreo. Todos los miembros de cualquier religión podemos vivir nuestra fe, y eso es lo importante. Ya hubieran querido esta libertad los cristianos de la época soviética… La diferencia es abismal y por nosotros no hay ninguna queja. Además de que hay un diálogo entre el Gobierno y las entidades religiosas y este está abierto a nuestras propuestas, habiendo habido en este tiempo cambios en normas que han sido mejoradas”.