Hace un año se tomó la decisión irreversible del traslado de los tres únicos monjes benedictinos que permanecen en el santuario de Estíbaliz, Juan Luis, Emiliano e Iñaki, dada su avanzada edad y la delicada salud de uno de ellos. Pero hacer efectiva esta salida no era tarea ni fácil ni sencilla, eran muchos los cabos que dejar atados antes de cerrar la puerta del convento. Y es que los benedictinos, la única comunidad de vida contemplativa en Álava, han logrado dar permanentemente un sello de acogida, y hacer de Estíbaliz un lugar de encuentro para la oración, la reflexión, el debate, la cultura, el arte, las tradiciones, la historia, el folklore, la lengua, el deporte, los amigos, las familias, las cofradías, las agrupaciones de diverso signo, el ecumenismo o el diálogo interreligioso.
En cierto modo, podemos afirmar que la cuna del euskera unificado, el batua (o una de ellas al menos), se encuentra en Estíbaliz. Es un hecho que en las dependencias del convento, y con la participación de varios benedictinos, se le dio forma al primer texto en batua, el ‘Gure Aita’ (‘Padrenuestro’), cuando la Santa Sede, tras el Concilio Vaticano II y su apertura a las lenguas vernáculas, solicitó una única traducción para la liturgia en euskera. En ese grupo de benedictinos se encontraba uno de sus referentes, el padre Agustín Apaolaza, quien permaneció en la comunidad hasta su fallecimiento, en julio del 2021.
Memoria, historia y celebración también han marcado este siglo a través de la llamada fiesta de los desagravios. La que fuera una tradición medieval se recuperó en formato romería festiva para el primero de mayo y, en lugar de justas, había competiciones deportivas, aunque en alguna ocasión se llegaron a recrear aquellos “juicios de Dios” y duelos a “primera sangre”. Siempre se hizo memoria al espíritu de reconciliación y saldo de cuentas pendientes de la tradición medieval. La Diputación Foral de Álava participó en muchos eventos y uno de los testimonios que permanecen es la vela de 120 kilos que, como dato anecdótico, hace más de veinte años ya no se prende ni renueva por la falta de una empresa capaz de confeccionar una vela de esas dimensiones. Esta vela podía permanecer encendida durante 365 días de forma ininterrumpida.
Pero, ante todo, los benedictinos han sido los custodios del Románico en Álava. La basílica de Estíbaliz ha servido de “excusa” para albergar en el cerro el Centro de Interpretación del Románico en Álava. Pero, y con todo mi respeto hacia los expertos, nadie podrá igualar las explicaciones de Emiliano Ozaeta, hoy con 80 años, uno de estos últimos monjes y motor de muchas de las iniciativas en Estíbaliz. Su catequesis en torno a la pila bautismal, su certera interpretación de los motivos de los capiteles, su simpática sorna a la hora de examinar de arte, historia o teología a los visitantes quedarán en la memoria de quienes lo pudimos vivir en vivo y en directo.
A lo largo del año, muchos de los actos han sido pequeñas despedidas; de hecho, se celebró un homenaje específico a los frailes donde se les obsequió con la tradicional txapela conmemorativa que podrán llevarse a sus dependencias en Lazkao, adonde van ahora. Pero el adiós oficial y definitivo se llevó a cabo por partida doble el 11 y 12 de septiembre, festividad de Estíbaliz. El domingo, las autoridades públicas, tras asistir a la misa presidida por el vicario general de Vitoria, Carlos García Llata, trasladaron el agradecimiento del pueblo alavés y vitoriano por los 99 años de servicio ininterrumpido.
Al día siguiente, en la fiesta grande, numerosos fieles volvieron a congregarse y arropar a la pequeña comunidad para decirles “agur, bihotz bihotzetik”. En la misa vespertina, presidida por el obispo, Juan Carlos Elizalde, acompañado, entre otros, por Josep María Soler, abad de Montserrat y visitador de la Provincia Hispánica de los benedictinos, también hubo una representación del clero, religiosas, laicos, agentes de pastoral, cofradías y miembros de la sociedad civil. Durante la celebración no faltó la tradicional ofrenda de “las estíbaliz”, mujeres que ostentan ese nombre. En su homilía, Elizalde hizo una llamada a la esperanza, al “amén”, a no tener miedo al futuro, refiriéndose a la nueva vida de los monjes en Lazkao y al futuro del propio santuario.