La naturalidad de Eduardo Pérez Orenes desarma. “Perdona que no haya cogido el teléfono, es que me estaba enseñando el sacerdote de aquí a hacer las cosas del canon, estaba totalmente concentrado y se me ha ido el santo al cielo”, suelta con una sonrisa. Eso, para abrir boca.
El pasado 10 de septiembre se ordenó sacerdote y la iglesia de Nuestra Señora de Cortes de Nonduermas de Caravaca, con capacidad para 97 fieles, se le quedó diminuta y hubo que habilitar el escenario de fiestas para que todo el pueblo, los familiares, los amigos que conserva desde crío, los de la ESO, los compañeros de canto, pudieran compartir ese momento de máxima celebración con él.
“Soy de genética murciana y estoy diseñado para ese clima, pero es que hacía un sol de justicia”, cuenta. Lo que vivió lo define como “una fiesta”. “Después de seis años en el seminario interno, de tanto estudio y sacrificio, es el momento en que culmina todo”, explica.
A Eduardo la llamada de Dios le llegó a través de la música, entre las partituras. En su casa, donde la fe era inexistente, jamás hubo estrecheces, todo lo contrario. Sin embargo, la vida le puso enfrente una realidad que dio al traste con aquella casa familiar con piscina y jardín. Empezó a cantar en un coro y se decidió por estudiar la carrera en el Conservatorio Superior de Música de Murcia. Todo apuntaba a que este joven murciano haría carrera en el mundo lírico.
Con cuerda de tenor, lo que realmente le atraía era la cantata antigua, la música del siglo XV, Monteverdi, el Renacimiento español, el barroco inglés, Mozart, Brahms, los románticos y, sobrevolando por encima de todos ellos, Bach, “que es el culmen”, aclara. En su momento de mayor actividad llegó a cantar en doce coros. Su vida era un no parar de viajes, pero notaba un vacío. Tenía novia desde hacía dos años y, como él dice, “iba a salir al mundo” y al llegar el momento de decidir, optó por ordenar sus ideas en el seminario.
Lo que más le costó fue dejar a su chica (cuya familia considera como suya). También aparcó la carrera de fondo que es el canto y decidió consagrarse a Dios. En su casa no daban crédito: “Mi hermana me decía que algo tenía mal en la cabeza, que fuese al médico. Me hice muchas preguntas y me di cuenta de que la respuesta estaba en Dios”.