Las campanas –las alegres campanas de Sevilla– llaman al mediodía a la oración del ángelus. En el esplendor del templo barroco de San Luis de los Franceses suena a la vez el cante de Juana la del Pipa (Jerez de la Frontera, 1948). Esa voz que el crítico Luis Ybarra Ramírez define como si la tierra hablara con el cielo: “Agónica, mortecina, pero valiente, distante, aunque siempre cálida, rozada en la carne y en los huesos, frágil, pero afilada, quebradiza, pero extrañamente inquebrantable”.
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Resuena por tientos para inaugurar el ciclo Gratia Plena, uno de los platos fuertes de la espléndida XXII Bienal de Sevilla. “Mira que yo hablo de desacralizar el flamenco, pero la Bienal de Sevilla debería ser sagrada”, proclama su director, Chema Blanco.
Otra edición más –como ya sucedió, sin ir más lejos, en 2020 con el bailaor Andrés Marín y su Vigilia perfecta– se adentra en los misterios y la liturgia, en ese roce más que evidente entre el flamenco y la fe. “Escuchar en un entorno como San Luis, bajo su bóveda, un domingo a la hora del ángelus es un regalo para los sentidos”, advierte Blanco, que tras el estreno con la gran decana del cante de Jerez, continúa con otras dos grandes artistas, también jerezanas: Dolores Agujetas (1960) y Tomasa Guerrero, ‘La Macanita’ (1968). “A las 12, hora del ángelus, a semejanza de la oración mariana –añade–, estos conciertos invitarán a la contemplación, por el espacio en el que se desarrolla, y al deleite de la escucha del cante de raíz de tres grandes figuras cantaoras”.
Tres mujeres que rayan el esplendor. “Los jóvenes me dicen que les trasmito vida y fuerza”, cuenta Juana, hija de Tía Juana, icono reverencial del cante más jondo y gitano. “Soy un apasionado del cante de Jerez y, por eso, quise hacer algo desnudo y potente, y en la línea de reconocer el arte de la mujer en el flamenco –dice Blanco–. Por eso tenían que estar estas tres voces desgarradoras que actuarán tres domingos con instrumentación mínima en este entorno privilegiado”, prosigue el director de la Bienal. El entorno es el conjunto monumental que fue noviciado jesuita, desamortizado, hoy propiedad de la Diputación de Sevilla, enclave del Barroco más pleno y, también ahora, del cante más ritual y solemne.
Raíz, gracia y don
Además, en esa Sevilla que –como define el director de la Bienal– es “la tierra de la Anunciación, de la Madre”. “El ángel del Señor anunció a María…”, se entona durante el ángelus, y las tres cantaoras de Jerez, capital de lo jondo, simbolizan toda esa raíz, esa gracia, ese don. “Son tres mujeres que te hacen sentir tanto, además, voces tan significativas del flamenco actual, que me salió solo programarlo. Fue un día de iluminación. Lo propuse, me gustó. Hablé con las artistas, que estuvieron de acuerdo y ahí tenemos esta Gratia Plena”, resume Blanco, quien ha pedido a las cantaoras que comparezcan bajo la cúpula que proyectó el arquitecto Leonardo de Figueroa del modo más esencial, con apenas una guitarra.
“El flamenco es un detalle fugaz en la memoria y Juana la del Pipa, uno de los pocos monumentos donde ir buscarlo”, así es como entiende Luis Ybarra el misterio de esta figura histórica e indiscutible, que aún interpreta una saeta que hizo popular El Niño Gloria en Jerez a mitad del siglo XX que es todo un himno a la Virgen: “Todas las madres tienen pena/ pero la tuya es mayor, / porque delante llevas a tu hijo / amarrado de pies y manos / como si fuera traidor. / Levantarla del suelo / y mecerla por Dios / mecerla que su pena es / la más grande y la mayor”. Y que con esta letra, más o menos, la interpretan los incensarios de Loja que fascinaron a Emilia Pardo Bazán.