España

La familia Babotenko y el ecumenismo de la vida

  • Tras huir de la guerra, un matrimonio ucraniano y sus cuatro hijos ha vivido medio año con las agustinas de la Conversión de Sotillo de la Adrada
  • Ahora en Madrid, también han contado con la ayuda de la comunidad ortodoxa rusa, la Conferencia Episcopal, la Mesa de la Hospitalidad y Cáritas
  • Este 25 de septiembre se conmemora la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado





Qué duda cabe de que la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se conmemora este 25 de septiembre, será muy especial para los miles de ucranianos cuyo país, desde que fuera invadido por Rusia hace siete meses, padece el horror de la guerra. Entre los muchos que tuvieron que huir de su hogar y pudieron llegar a España para protegerse, están el matrimonio conformado por Andrey y Natalya Babotenko y sus hijos: María (17 años), Simeón (14) Nina (12) y Olga (siete). Aún no saben cuándo podrán regresar a Kharkov, en la frontera con Rusia y hoy un punto caliente de la guerra.



Apenas 24 horas después del ataque de Putin a su país, el 25 de febrero, Andrey pudo aterrizar en Madrid. Fue todo sobre la marcha. En realidad, una semana antes iba a visitar a su madre, en Rusia. Hasta que, al cruzar la frontera con su coche, fue consciente de la movilización militar y de que era inminente un ataque.

Un hermano en la fe… y ruso

En ese momento crítico, la primera mano amiga fue la de un hermano en la fe… y ruso. Tras una rápida llamada de teléfono desde Moscú, Andrey Kordochkin, párroco de la madrileña iglesia ortodoxa rusa de Santa María Magdalena, ligada al Patriarcado Ortodoxo de Moscú de Kirill y donde hay fieles tanto rusos como ucranianos, le ofreció su ayuda y le propuso contratarle para que pudiera venir aquí.

Y así, nada más llegar, Andrey, pintor de iconos religiosos y muralista, empezó a trabajar en el templo decorando sus pinturas murales. El 4 de marzo, ya logró reunirse aquí con su mujer y sus hijos.

Vivir en un monasterio

Pero, en cuanto al hogar, desde el primer momento, el pilar para la familia fue la comunidad religiosa femenina de Sotillo de la Adrada, en Ávila, relativamente cerca de Madrid. Hasta el punto de que la familia Bobotenko ha vivido en el monasterio junto a las agustinas de la Conversión hasta hace poco, cuando ha empezado el curso escolar y necesitaban trasladarse a Madrid.

Ante su complicada situación, al no encontrar una vivienda que pudieran alquilar, lograron la solución en la propia Conferencia Episcopal Española (CEE). Concretamente, en su Delegación de Migraciones, a cuyo frente está el sacerdote Xabier Gómez. “Quien me puso en relación con esta familia –explica Gómez a esta revista– fue un feligrés de la parroquia ortodoxa rusa, un conocido que tenemos en común y que me llamó preocupado porque pasaba el tiempo y esta familia no encontraba quién les alquilara. Así que contacté con ellos y me puse a buscar a través de la Mesa de la Hospitalidad de la Archidiócesis de Madrid, que fueron quienes contactaron con Cáritas Madrid, a través de los cuales han conseguido al fin una vivienda”.

Trabajo en red

Todo un trabajo en red que valora el director de la Delegación de Migraciones de la CEE y por el que defiende la importancia de que la Iglesia cuente con todo tipo de presencias en distintos ámbitos. Sin olvidar lo que para él mismo ha supuesto ser parte de ese engranaje en el que se ha sostenido la familia Babotenko: “A nivel de fe, ante quien huye de una guerra y ante quien la padece, solo me sale el descalzarme, por estar pisando tierra sagrada. Y afianzarme en que las guerras nunca son una solución. Nunca la violencia, siempre el diálogo. Esta historia es una parábola que habla de reconciliación y cultura del encuentro”.

En conversación con Vida Nueva, Andrey Babotenko exhala un hondo ‘gracias’: “En Ucrania no teníamos contacto con católicos o cristianos de otras denominaciones. Somos ortodoxos y no había esa cercanía, como ha sucedido en España. De hecho, estamos muy contentos de que nuestra primera experiencia de relación con católicos en España comenzara con la comunidad del Monasterio de la Conversión en Sotillo de la Adrada”.

Una gran sorpresa

Y eso que, “cuando fuimos por primera vez, no sabíamos lo que nos esperaba allí. Así, lo primero que nos sorprendió gratamente es que las hermanas del monasterio fueran tan abiertas y alegres. Nos recibieron todas juntas, en comunidad, e inmediatamente nos conocimos todos. Luego, día a día, vimos que son una verdadera comunidad cristiana, similar a las de los primeros siglos del cristianismo, que conocemos por el Evangelio”.

En cuanto a su día a día en el monasterio, todo fue fácil: “Las hermanas nos dieron una casa separada para vivir y nos sentimos muy cómodos. Era una casa en honor del santo apóstol Andrés, mi santo patrón, y fue la primera casa en la que ellas vivieron tras su construcción. En esto también vimos una señal de Dios. No obstante, vivimos allí casi medio año…”.

Unidos por el arte

Además, “me sorprendió gratamente el hecho de que el arte propio de la tradición ortodoxa esté presente en el monasterio. Hay imágenes iconográficas que se guían por la tradición rusa de la pintura de iconos y hay uno del Salvador, en la pared de la iglesia detrás del trono en el ábside, que es muy similar a los nuestros. También hay una copia del icono de la Madre de Dios, llamada Vladimirskaya, que se encuentra en la galería Tretyakovskaya, en Moscú. Fue muy grato ver una buena reproducción de este icono en una iglesia católica”.

Junto a esta veta artística, este pintor ucraniano también ha sentido fascinación por el tipo de adoración de las agustinas: “Es muy inspirador, aunando lo moderno con la tradición antigua. Las hermanas cantan y tocan instrumentos musicales, y todo esto junto crea una atmósfera muy inspiradora del servicio divino”.

Sencillo, abierto y alegre

Pero, más allá de estas “características externas”, Andrey se queda, “sobre todo, con la vida misma de las hermanas: su trabajo y alegría constantes, la sonrisa en sus rostros y su disposición siempre a ayudar… Son impresionantes. Con ellas todo es muy sencillo, abierto y alegre. Y esto, para nosotros, ha formado una cierta imagen, no solo de la Iglesia católica, sino también de España como una nación abierta y alegre que acoge y ayuda con gusto a los refugiados, a las personas necesitadas de ayuda”.

En este sentido, reflexiona sobre la suerte que sienten que han tenido: “Si hubiéramos tenido una experiencia diferente tras nuestra llegada a España y nos hubiésemos instalado primero en un campo de refugiados, donde nos comunicaríamos principalmente con nuestros compatriotas y un poco con los trabajadores sociales españoles, quizás nos hubiésemos formado una imagen diferente del país. Probablemente, como en el primer período de la vida humana hay un período brillante y alegre llamado infancia, tal fue nuestro período de vida en el monasterio”.

Una relación bañada por el arte

Pero ellos también quisieron aportar su granito de arena a las religiosas, ofreciendo su identidad y sensibilidad artística: “Como queríamos agradecerles de alguna manera la ayuda, nos alegró mucho el poder colaborar con ellas en la creación de iconos, tableros y velas litúrgicas. Así, en primavera, mi esposa y yo comenzamos a pintar paisajes. Y es que el monasterio está ubicado en un lugar muy pintoresco; puedes ver las perspectivas de las montañas, una naturaleza muy hermosa, flores, árboles en flor”.

Por su parte, la comunidad religiosa lo acogió con mucha alegría. Y así fue cómo se tejió definitivamente una amistad imborrable: “Sentíamos que formábamos parte de una gran familia monástica y ellas nos trataban como a sus hermanos. Nos dieron un coche para usar en cualquier momento cuando necesitáramos ir a un servicio en una iglesia ortodoxa en Madrid o en cualquier otro lugar”.

Compartir la vida

Conexión íntima que fue plena: “Sentimos que las religiosas comparten toda su vida con nosotros”. Algo de lo que dan buena fe “los conciertos que se realizaron con nuestros niños tocando instrumentos y con las hermanas cantando… Fueron muy emotivos. Estos conciertos fueron un modo de estar en completa unidad con las hermanas”. Una unidad sin etiquetas, sin necesidad de compartir una misma comunión: “No podemos participar en la adoración con ellas por el desconocimiento del idioma español y porque estamos en nuestra tradición ortodoxa. Por eso no nos atrevemos a participar de la comunión común. Aunque en esta comunicación, incompleta, gracias al lenguaje común de la música, podemos abrirnos completamente y estar en algún tipo de unidad. En la última noche que pasamos en el monasterio, también cantamos canciones espirituales en español con las hermanas. Este fue nuestro último concierto conjunto y fue una experiencia inolvidable”.

Un caudal de amor que también experimentan las agustinas de Sotillo, como expresa la religiosa Jenny Arana: “Nuestra comunidad reza cada día por la paz y la unidad en la vida de los hombres y en el mundo entero. Por eso, que en este tiempo de guerra se nos haya pedido acoger a la familia Babotenko ha sido un regalo de Dios”.

La vida entera como ofrenda

Desde antes de su llegada, “nosotras, con muchísima ilusión, preparamos el monasterio para que se sintieran en casa y tuvieran un espacio de intimidad como familia. Siempre que acogemos a un huésped pensamos en lo que se le puede ofrecer, y así lo hicimos con ellos; les dimos nuestra propia vida: nuestro horario, nuestros espacios de fraternidad, nuestro trabajo en los talleres artesanales y en el huerto”.

Igualmente, “organizamos una hora a la semana para poder enseñarles un poco de español para la vida cotidiana y de ahí surgió también el encuentro por la paz cada miércoles al terminar el día. A través de la música, que es el lenguaje universal del corazón, hemos experimentado la comunión y el deseo de la paz”.

Un lazo de comunión

En este sentido, es mucho lo recibido: “Ellos también nos han ofrecido su confianza, su arte, su preocupación, su amistad, su oración y, por supuesto, la oportunidad de hacer más fuerte un lazo de comunión entre hermanos que se fragua en lo más cotidiano de la vida”. Y es que “muchas veces podemos pensar que para ofrecer la vida debemos hacer cosas extraordinarias, y a lo mejor a veces es así; pero, en este caso, lo que hemos vivido nosotras con la familia Babotenko ha sido un intercambio de manera sencilla de la vida que se nos ha entregado como carisma y llamada comunitaria. ¡Por ello damos gracias a Dios!”.

Ahora en Madrid, donde tienen un hogar gracias a Cáritas y los hijos ya están escolarizados en el Colegio de Cristo Rey y acuden al conservatorio para continuar con su formación musical, esta familia ucraniana también se muestra “impresionada por su disposición para ayudar”. De ahí que los Babotenko, pese al desgarro de vivir fuera de su casa por una guerra que devasta su país, solo tengan una palabra en la boca: “¡Gracias! Me alegro de que tengamos esta experiencia de unidad de los cristianos de Oriente y Occidente. En respuesta a tanta atención y favor de la Iglesia católica hacia nosotros, ¡trataremos de ser agradecidos!”.

El drama de migrar

Cercano a la familia Babotenko, Kordochkin cierra con una reflexión sobre la dureza de la guerra: “Para mí, es doloroso… Ellos son del oriente de Ucrania, y étnicamente son rusos, como yo. Las autoridades de mi país dicen que su objetivo es proteger a los rusos de Ucrania, pero ellos mismos son las víctimas. Los ucranianos son los muertos, los heridos, los refugiados… Eso sí, saber que están en España, en un sitio seguro gracias a los que les acogen, me da consuelo”.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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