Después de cinco años en Cuba, donde ha estado al frente de la Compañía de Jesús en la Isla y ha presidido la conferencia de religiosos, el Gobierno de Miguel Díaz-Canel no le ha renovado el permiso de residencia al religioso dominicano David Pantaleón y este ha tenido que salir del país. En medio del desconcierto de muchos cubanos, que valoraban muchísimo su presencia en el país, el jesuita atiende a ‘Vida Nueva’ para poner algo de luz en lo ocurrido.
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PREGUNTA.- A falta de explicaciones oficiales sobre su expulsión de Cuba, ¿se las ha dado a usted el Gobierno?
RESPUESTA.- Yo llegué a Cuba para asumir esta misión como superior en el país la primera semana de abril de 2017. El pasado 13 de abril de este 2022, Miércoles Santo, me llamaron a la Oficina de Asuntos Religiosos del Partido Comunista para comunicarme que, por “órdenes superiores”, ya no podía prolongar mi estancia en el país. Durante casi dos horas me explicaron los desacuerdos que tenían con mi administración de la Compañía de Jesús y también de la Conferencia de Religiosos de Cuba, de la que soy presidente.
Aunque no me dieron nada por escrito, me comentaron lo desafortunado de nuestro acompañamiento a los encarcelados desde el 11 de julio de 2021 por manifestarse en las calles, a sus familiares y nuestro seguimiento de los procesos judiciales. Mostraron su preocupación por lo que decimos o escribimos varios jesuitas y laicos asociados a nosotros sobre la realidad del país, sobre los derechos humanos, sobre la libertad de expresión.
El precio a pagar
P.- A nivel social y eclesial, muchos han reconocido su acompañamiento cercano y cariñoso a las personas presas y a sus familias. Con “dolor y angustia”, un mensaje reciente de la Conferencia de Religiosos de Cuba deploraba la situación de indefensión de los más de 700 encarcelados que aún siguen pagando el manifestarse hace un año para reclamar más libertad y mejores condiciones de vida… El precio por apoyarles ha sido alto.
R.- Efectivamente, lo más importante ha sido nuestra posición de apoyar los derechos ciudadanos y el acompañamiento constante a los encarcelados del 11 de julio. Dos días después, tras el comunicado de los obispos, nosotros defendimos públicamente el derecho legítimo de la gente a expresar su descontento. Inmediatamente, decidimos abrir un servicio de acompañamiento a los presos y sus familiares que, tras un año, se mantiene hasta el día de hoy.
Conviene tener presente que hay cientos de personas que están presas solo por expresarse pacíficamente en la calle. Y hay ya condenas de 15 y 20 años. Hemos denunciado las anomalías de los procesos judiciales, las condiciones de los encarcelados y las condenas desproporcionadas e injustas.
P.- Pese al dolor, ¿qué papel ha desempeñado la fe en la aceptación de una decisión impuesta y que corta un servicio pastoral muy hondo?
R.- En la reflexión que hemos hecho como jesuitas y con los religiosos, sentimos que la persecución, la cruz, como consecuencia de responder a un llamado del Señor en la defensa de la dignidad humana, está atravesada por un misterio pascual, un misterio con fuerza de germinación más profundo que el mal que nos golpea.
Es también participación en la cruz más dura que viven los encarcelados, y los miles y miles que han tenido que autoexiliarse en peligrosísimas rutas por el mar o la selva. Y la cruz cotidiana de los que hoy son asediados e intimidados por pensar diferente dentro de Cuba. Y la cruz del deterioro progresivo de las condiciones de vida.
Como cristiano, como jesuita y como sacerdote, aprendí muy temprano esta conexión entre seguimiento de Jesús y conflicto. Si en un contexto de injusticias y atropellos hablan bien de mí, significa que estoy pactando con el mal, que estoy “negociando” con mi fe. Esto sería muy triste. Sin duda, hay un dolor, hay un corte de un servicio. Estoy convencido que, como sucede en la poda de un árbol, las fuerzas indetenibles de la vida harán resurgir muchos brotes, seguro mejores y más fecundos.
La Cuba del mañana
P.- En un castrismo sin ninguno de los hermanos Castro ya y en el que Díaz-Canel va marcando en algunos puntos una agenda propia, ¿hacia dónde se encamina la Cuba del futuro más inmediato?
R.- No soy experto en política, economía o sociología. Mi formación es en espiritualidad en la Gregoriana de Roma. Solo me atrevería a decir que, en mi experiencia pastoral, percibo una gran necesidad de cambios reales que no terminan de llegar. Hay un malestar general del pueblo llano con el Gobierno cubano. Hay iniciativas buenas que no deberían encontrar luego tantos obstáculos internos: la apertura a los medios de comunicación y las pequeñas empresas privadas, por ejemplo. Si se cierran definitivamente las puertas de la escucha del que piensa diferente, las puertas del diálogo o de las reformas serias del modelo económico, la única opción que le están dejando a la gente es la de la confrontación violenta. Rezo para que eso no suceda.