La superiora general de las Misioneras Combonianas conversa con Vida Nueva con motivo de los 150 años de fundación de la congregación
Luigia Coccia es desde 2016 la . Y solo tres años más tarde, el papa Francisco confiaba en ella en un nombramiento histórico: fue una de las siete mujeres que en 2019 entró a formar parte de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA). Una mujer que ejerce el liderazgo desde el servicio a todas sus hermanas y a la Iglesia.
PREGUNTA.- ¿Qué es lo que sigue haciendo atractivo el carisma?
RESPUESTA.- Nuestro ser en la realidad. Ciertamente no es un camino fácil, buscamos estar cada vez más implicadas en las realidades de nuestro tiempo, pero en cualquier caso existe en nosotras este impulso de salir al encuentro de los pueblos y estar con ellos en sus luchas por la justicia y la paz. En definitiva, haciendo causa común, como nos transmitió Daniel Comboni. Nuestra manera de anunciar la Buena Nueva es haciendo una opción preferencial por los más pobres y olvidados.
Estamos comprometidas con el desarrollo integral de los pueblos, con la multiculturalidad, y la diversidad que caracteriza a nuestras comunidades y a nuestras misiones. Esta diversidad cultural la hemos heredado de nuestro carisma, que desde el principio nos ha puesto en contacto con mundos diferentes. E ir hacia mundos diferentes sigue estando en el centro de nuestro carisma.
P.- ¿Cuáles son las urgencias a las que como responsable del Instituto le gustaría atender hoy?
R.- La emergencia de los refugiados, la realidad de la movilidad humana, que nos desafía a todos, globalmente. Y dentro de esta nueva periferia existencial prestaría especial atención a las mujeres, a los niños, porque son las personas más vulnerables por la realidad de la migración. Me comprometería más a crear espacios seguros de acogida, a ser una presencia que les acompañe, a estar a su lado para ayudarles a salir poco a poco, a sentirse de nuevo en casa en este nuevo mundo en el que aterrizan.
Me parece que el encuentro con la realidad de los refugiados es una nueva forma de evangelizar hoy. Seguiría estando cerca de ciertas minorías étnicas relegadas a los márgenes de nuestro tiempo. De nuevo, la emergencia espiritual: hay una búsqueda, una necesidad profunda de redescubrir nuestra fuente interior, de la que sacar fuerza, luz, un sentido que dar a los distintos acontecimientos de la vida, de donde sacar estabilidad y certezas mientras habitamos un mundo en constante cambio.
P.- ¿Qué papel juegan los laicos en el Instituto?
R.- Los laicos siempre han estado a nuestro lado desde nuestros inicios. En la visión misionera de Comboni su papel era claro y se consideraba insustituible. Luego, con el tiempo, desgraciadamente, perdimos un poco esta conciencia, tal vez porque aumentamos rápidamente en número y esto nos hizo creer que podíamos hacerlo todo nosotras mismas, porque teníamos suficientes miembros para realizar trabajos importantes.
Pero durante años no nos dimos cuenta de que los laicos no son una fuerza de trabajo sino la posibilidad de desarrollar una visión diferente de la misión; su presencia crea una nueva forma de pensar y vivir la misión comboniana. Con ellos hay que repensar la misión comboniana: pensar en nuevas metodologías misioneras, partiendo precisamente de la colaboración con los laicos. Hoy ya no tiene sentido iniciar nuevos proyectos misioneros en solitario como Hermanas Combonianas, sino que es el momento de volver a empezar juntos.
P.- El Instituto se extiende por cuatro continentes. ¿En qué momento os encontráis como Congregación?
R.- Seguimos ofreciendo una presencia preferente en África. Sin embargo, percibimos nuevas llamadas, por ejemplo, en las realidades de las minorías cristianas, del mundo árabe oriental, de Asia, donde se producen encuentros, donde nuestras presencias construyen puentes y fomentan el diálogo, donde, acogiendo y valorando la diversidad, superamos las formas de pensamiento fundamentalistas y autorreferenciales… También está Europa, un continente que hoy reclama nuestra presencia misionera.
Durante tantos años nos hemos acostumbrado a ver salir a los misioneros de estas iglesias y estos países, ahora estas iglesias y estos pueblos esperan la presencia de quienes, con su testimonio de vida, favorecen el encuentro entre las diversidades. Esos valores que nuestra cultura europea siempre ha defendido y en los que ha creído (el respeto al individuo, el derecho a la diversidad, etc.) es el momento de encarnarlos en esta Europa que está cambiando, con las diversidades llamando a las puertas de nuestros hogares y nuestras iglesias.
P.- ¿Cuál es su sueño, como superiora, para el futuro de la Congregación?
R.- Una congregación capaz de nuevos comienzos. Estamos celebrando 150 años de fundación y nuestra mente suele volver en este momento a nuestros inicios, debemos hacer de este tiempo jubilar un tiempo para recomponernos y empezar de nuevo. Los inicios se caracterizaron por la pequeñez, la novedad en cuanto a las nuevas áreas geográficas de misión, la nueva metodología misionera utilizada: salvar África con África.
Creo que hoy necesitamos revivir este Pentecostés de los comienzos: estamos disminuyendo, seremos pocas, por lo que no nos faltará la pequeñez de los comienzos, necesitamos encontrar el coraje para partir hacia nuevas tierras, nuevas realidades humanas, y, sobre todo, con nuevas metodologías misioneras: mayor colaboración, favoreciendo la intercongregacionalidad, comunidades mixtas con laicos, la misión vivida con el resto de la familia comboniana debe ser más intencional, planificada y no dejada al azar, etc.
P.- En tiempos tan cambiantes, ¿cómo mantener la fidelidad al carisma misionero?
R.- Tratando de escuchar continuamente la realidad de nuestro tiempo, con capacidad de cambio para poder ofrecer nuevas respuestas a nuevos retos y necesidades. No se es fiel a un carisma por seguir siendo lo mismo, con la misma metodología de siempre; eso no es ser fiel, eso es ser constante. Pero ser fiel a un carisma requiere creatividad. La realidad mundial de nuestro tiempo está experimentando cambios profundos a gran velocidad, nosotros debemos ser igual de rápidos para cambiar, para movernos, para escuchar el grito de la humanidad de nuestro tiempo y tener el valor de ofrecer respuestas adecuadas.
En los dos últimos años hemos vivido acontecimientos que nos han marcado profundamente: la pandemia, la guerra de Ucrania, experiencias que, al menos en el contexto europeo, no imaginábamos que pudieran repetirse. Todo esto requiere que escuchemos la realidad y nos movamos rápidamente para seguir siendo fieles a nuestro carisma.
P.- ¿Cuál es la aportación del carisma del Instituto a la Iglesia en salida del papa Francisco?
R.- El Magisterio de Francisco es un fuerte incentivo para que vivamos plenamente nuestro carisma. Hemos sido una Iglesia extrovertida desde nuestros inicios. Pero esto no quiere decir que siempre lo seamos y que lo seamos lo suficiente; podríamos serlo más. En efecto, podemos quedarnos quietos cuando nos quedamos demasiado tiempo en realidades en las que nuestra misión ya no parece tener sentido… cuando tenemos miedo de explorar nuevas periferias. Espero que nuestras presencias en el mundo sean una presencia viva de este sueño que el papa Francisco tiene para su Iglesia: ser un hospital de campaña, una madre que cuida de sus hijos, los más frágiles y los sin voz.