Al final de la misa el papa Francisco rezó el ángelus con los fieles participantes en la canonización. Como es habitual en las celebraciones dominicales el pontífice no espera necesariamente a mediodía ni se desplaza al Palacio Apostólico, lo hace desde la sede junto al altar, en este caso en el atrio de la basílica de San Pedro, hacia la plaza. En su intervención, el pontífice agradeció “a todos los que habéis venido a honrar a los nuevos santos” como “los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las personas consagradas, en particular a los misioneros y misioneras de San Carlos Borromeo y a los hermanos Salesianos Coadjutores” y “a las Delegaciones oficiales”.
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Ante una guerra nuclear
También recordó la beatificación en la región de las Marcas, en Italia, de “María Costanza Panas, monja clarisa capuchina, que vivió en el monasterio de Fabriano desde 1917 hasta 1963”, donde “acogía a todos los que llamaban al monasterio, infundiendo serenidad y confianza a todos. En sus últimos años, gravemente enferma, ofreció sus sufrimientos por el Concilio Vaticano II, cuyo 60 aniversario se cumple pasado mañana”. Esta celebración se realiza también este domingo.
En este sentido, el Papa prosiguió señalando que “al hablar del inicio del Concilio, hace 60 años, no podemos olvidar el peligro de guerra nuclear que amenazaba al mundo en aquella misma época. ¿Por qué no aprender de la historia? Incluso en aquella época hubo conflictos y grandes tensiones, pero se eligió la vía pacífica”, reclamó. También recordó el pontífice a las víctimas del atentado contra una guardería en Tailandia, “con emoción confío al Padre de la vida, en particular, a los niños pequeños y a sus familias”, añadió.