Poco a poco se va recuperando el ritmo de beatificaciones y canonizaciones tras la pandemia. Si hace un mes el papa Francisco presidía el rito de la beatificación en la Plaza de San Pedro de Juan Pablo I; este domingo, 9 de octubre, ha sido el turno de la canonización de los beatos Juan Bautista Scalabrini y Artémides Zatti. Durante el rito de canonización, que ha incluido la invocación al Espíritu, la petición de la canonización al Papa por parte del prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro; la oración de las letanías de los santos y la solemne proclamación en latín para que los beatos sean inscritos en el libro de los Santos con la veneración de las reliquias de los nuevos glorificados.
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Caminos de gratitud
En su homilía, Francisco destacó que “los dos santos canonizados hoy nos recuerdan la importancia de caminar juntos y de saber dar las gracias”. El pontífice destacó que “el obispo Scalabrini, que fundó una Congregación para el cuidado de los emigrantes, afirmaba que en el caminar común de los que emigran no había que ver sólo problemas, sino también un designio de la Providencia”. “Scalabrini miraba más allá, miraba hacia el futuro, hacia un mundo y una Iglesia sin barreras, sin extranjeros”, añadió. El Papa invitó a que la migración producida por la guerra en Ucrania mueva el corazón de Europa.
Para el Papa, “el hermano salesiano Artémides Zatti, con su bicicleta, fue un ejemplo vivo de gratitud. Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes”. Añadió el pontífice que “lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias asumiendo las heridas de los demás”. “Recemos para que estos santos hermanos nuestros nos ayuden a caminar juntos, sin muros de división; y a cultivar esa nobleza de espíritu tan agradable a Dios que es la gratitud”.
Caminar juntos
Comentando el evangelio del día, la curación de diez leprosos (cf. Lc 17,11-19), Francisco ha destacado la necesidad de “caminar juntos”. “La lepra, como sabemos, no era sólo una llaga física ―que también hoy debemos esforzarnos por erradicar―, sino también una ‘enfermedad social’, pues en aquella época, por miedo al contagio, los leprosos debían permanecer fuera de la comunidad”, explicó. “Caminando juntos, estos leprosos expresan su grito contra una sociedad que los excluye. Y fijémonos bien que el samaritano, aunque sea considerado un hereje, un ‘extranjero’, forma grupo con los demás. La enfermedad y la fragilidad en común hacen caer las barreras y superan toda exclusión”, prosiguió.
“Recordamos que todos tenemos el corazón enfermo, que todos somos pecadores, que todos estamos necesitados de la misericordia del Padre. Y entonces dejamos de dividirnos en base a los méritos, a los papeles que desempeñamos o a cualquier otro aspecto exterior de la vida; y caen los muros interiores, los prejuicios. Así, finalmente, nos redescubrimos como hermanos”, destacó haciendo referencia al relato de la curación de Naamán el sirio (cf. 2 Re 5). De él ha señalado “cuánto bien nos hace quitarnos nuestras armaduras exteriores, nuestras barreras defensivas, y darnos un buen baño de humildad, recordando que todos somos frágiles por dentro y estamos necesitados de curación; todos somos hermanos”.
“Recordemos que la fe cristiana siempre nos pide que avancemos junto a los demás, nunca que seamos caminantes solitarios; siempre nos invita a salir de nosotros mismos hacia Dios y hacia los hermanos, nunca a encerrarnos en nosotros mismos; siempre nos pide que nos reconozcamos necesitados de curación y de perdón, que compartamos las fragilidades de los que nos rodean, sin sentirnos superiores”, prosiguió Bergoglio. “Comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos y que frecuentamos cada día, somos capaces de caminar junto a los demás, de escuchar, de vencer la tentación de atrincherarnos en nuestra autorreferencialidad y de pensar sólo en nuestras propias necesidades. Pero caminar juntos ―es decir, ser ‘sinodales’―, es también la vocación de la Iglesia”, propuso el pontífice.
“Preguntémonos hasta qué punto somos realmente comunidades abiertas y que incluyen a todos; si somos capaces de trabajar juntos, sacerdotes y laicos, al servicio del Evangelio; si tenemos una actitud de acogida ―no sólo con palabras, sino con gestos concretos― hacia los que están alejados y hacia todos los que se acercan a nosotros, sintiéndose inadecuados a causa de sus complicadas trayectorias de vida”. Por ello interpeló a los fieles: “¿Los hacemos sentir parte de la comunidad o los excluimos? Me da miedo cuando veo comunidades cristianas que dividen el mundo en buenos y malos, en santos y pecadores; de esa manera, terminamos sintiéndonos mejores que los demás y dejamos fuera a muchos que Dios quiere abrazar. Por favor, hay que incluir siempre, tanto en la Iglesia como en la sociedad, todavía marcada por tantas desigualdades y marginaciones”, recalcó. “Es escandalosa la exclusión de los migrantes, aún más, es criminal porque los hace morir delante a nosotros por eso tenemos el mar Mediterráneo que es el cementerio más grande del mundo”. Para el Papa es “un acto criminal” y “pecaminoso” señaló haciendo referencia al nuevo santo Juan Bautista Scalabrini.
La fuerza de la gratitud
A partir del agradecimiento a Jesús del leproso samaritano, el Papa señaló que “su actitud de gratitud no fue, pues, un simple gesto de cortesía, sino el inicio de un camino de gratitud”. “A menudo seguimos nuestro propio camino, olvidándonos de cultivar una relación viva con Él. Esa es una fea enfermedad espiritual, dar todo por sentado, incluso la fe, incluso nuestra relación con Dios, hasta el punto de convertirnos en cristianos que ya no saben asombrarse, que ya no saben decir ‘gracias’, que no muestran gratitud, que no saben ver las maravillas del Señor”, advirtió el Papa.
“La gratitud, el saber decir ‘gracias’, nos lleva en cambio a atestiguar la presencia de Dios-amor. Y también a reconocer la importancia de los demás, superando la insatisfacción y la indiferencia que deforman nuestro corazón. Saber dar las gracias es esencial. Todos los días, dar gracias al Señor, aprender a darnos las gracias entre nosotros: en la familia, por esas pequeñas cosas que recibimos a veces sin ni siquiera preguntarnos de dónde vienen; en los lugares que frecuentamos cada día, por los muchos servicios que disfrutamos y por las personas que nos apoyan; en nuestras comunidades cristianas, por el amor de Dios que experimentamos a través de la cercanía de los hermanos y hermanas que muchas veces en silencio rezan, ofrecen, sufren, caminan con nosotros. Por favor, no olvidemos nunca esta palabra clave: ¡Gracias!”, recomendó el pontífice.