“Ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad”, ha dicho Francisco
“Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas”. Sobre estas palabras de Jesús, recogidas en el evangelio de Juan (21,15), el papa Francisco ha construido su homilía durante la celebración por el 60 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II.
Una pregunta, “¿Me amas?”, que, tal como ha señalado el Papa, Cristo sigue haciendo a día de hoy a su Iglesia. “El estilo de Jesús no es tanto el de dar respuestas, como el de hacer preguntas, preguntas que interpelan la vida”. Y el Señor, que “habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos”, sigue repitiendo –”y seguirá siempre”– esta pregunta a su Iglesia.
“El Concilio Vaticano II fue una gran respuesta a esa pregunta”, ha señalado Francisco. De hecho, únicamente para “reavivar su amor”, la Iglesia, por primera vez en la historia, “dedicó un Concilio a interrogarse sobre sí misma, a reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión”. “Y se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu Santo”, ha aseverado el Papa.
De hecho, la “primera mirada” que, según el Papa, “hay que tener sobre la Iglesia”, es “la mirada de lo alto”, la mirada “con los ojos enamorados de Dios”. Sin embargo, “siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar el tiempo que nos da la Providencia de volver atrás”.
En esta línea, Francisco ha hecho una llamada de atención, ya que “ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad”. Son, tal como ha definido el Pontífice, “egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro”.
Asimismo, el Papa ha animado a redescubrir el Concilio Vaticano II como la oportunidad de “dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora”. Y es que el Concilio marca una nueva hoja de ruta a la Iglesia: “la hace volver, como Pedro en el Evangelio, a Galilea, a las fuentes del primer amor, para redescubrir en sus pobrezas la santidad de Dios, para volver a encontrar en la mirada del Señor crucificado y resucitado la alegría perdida, para concentrarse en Jesús”.
“Hermanos, hermanas, volvamos a las límpidas fuentes de amor del Concilio”, ha animado Francisco, subrayando, además, la importancia de la alegría en la Iglesia. “Si no se alegra se contradice a sí misma, porque olvida el amor que la ha creado”. “Y, sin embargo, ¿cuántos entre nosotros no logran vivir la fe con alegría, sin murmurar y sin criticar?”, se ha preguntado el Papa. “Una Iglesia enamorada de Jesús no tiene tiempo para conflictos, venenos y polémicas”, ha advertido. “Que Dios nos libre de ser críticos e impacientes, amargados e iracundos. No es sólo cuestión de estilo, sino de amor, porque el que ama, como enseña el apóstol Pablo, hace todo sin murmuraciones”.
Pero, además de preguntarle a Pedro si le ama, Jesús le ordena: “Apacienta mis ovejas”, y “expresa con este verbo el amor que desea de Pedro”, el cual pasa de pescador de peces a “pescador de hombres”. “Ahora le asigna un nuevo oficio, el de pastor, que nunca había ejercido. Y es un cambio, porque mientras el pescador toma para sí, atrae hacia sí, el pastor se ocupa de los otros, apacienta a los otros”, ha explicado Francisco. “Es más, el pastor vive con su rebaño, alimenta a las ovejas, se encariña con ellas. No está arriba, como el pescador, sino en medio”.
De esta manera, el Concilio pone “la mirada en el medio, estar en el mundo con los demás y sin sentirnos jamás por encima de los demás, como servidores del Reino de Dios; llevar la buena noticia del Evangelio a la vida y en las lenguas de los hombres, compartiendo sus alegrías y sus esperanzas”. Así, el Concilio se muestra “actual”, porque “nos ayuda a rechazar la tentación de encerrarnos en los recintos de nuestras comodidades y convicciones”.
“La Iglesia no celebró el Concilio para contemplarse, sino para darse”, ha continuado el Papa. “En efecto, nuestra santa Madre jerárquica, que surgió del corazón de la Trinidad, existe para amar”, por lo que, al ser “un pueblo sacerdotal”, no debe “sobresalir ante los ojos del mundo, sino servir al mundo”. “No lo olvidemos”, ha señalado el Papa, “el Pueblo de Dios nace extrovertido y rejuvenece desgastándose, porque es sacramento de amor”.
“El Concilio ha redescubierto el río vivo de la Tradición sin estancarse en las tradiciones”, ha aseverado Francisco, y ha animado a volver a él para “salir de nosotros mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad”. “Apacienta, repite el Señor a su Iglesia; y apacentando, supera las nostalgias del pasado, la añoranza de la relevancia, el apego al poder, porque tú, Pueblo santo de Dios, eres un pueblo pastoral, no existes para apacentarte a ti mismo, sino a los demás, a todos los demás, con amor”, ha explicado. “Y, si es justo tener una atención particular, que sea para los predilectos de Dios, para los pobres y los descartados; para ser, como dijo el Papa Juan, ‘la Iglesia de todos, en particular la Iglesia de los pobres»’.
Por último, Francisco ha señalado que cuando Jesús dice “apacienta mis ovejas” no se refiere “solo a algunas, sino a todas, porque las ama a todas, las llama a todas afectuosamente ‘mías’”. De esta manera, el “buen pastor” quiere a su rebaño “unido”, porque “la Iglesia, a imagen de la Trinidad, es comunión”. “No cedamos a sus lisonjas, no cedamos a la tentación de la polarización”, ha pedido el Papa. “Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre”, ha lamentado.
“Cuántas veces se prefirió ser ‘hinchas del propio grupo’ más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, ‘de derecha’ o ‘de izquierda’ más que de Jesús; erigirse como ‘custodios de la verdad’ o ‘solistas de la novedad’, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa Madre Iglesia”, ha aseverado. “El Señor no nos quiere así, nosotros somos sus ovejas, su rebaño, y sólo lo somos juntos, unidos”, ha recordado. “Superemos las polarizaciones y defendamos la comunión, convirtámonos cada vez más en una sola cosa, como Jesús suplicó antes de dar la vida por nosotros”.