El sacerdote Augusto Horacio Ríos Rocha es miembro del equipo de Pastoral Juvenil de América Latina y el Caribe. Natural de la diócesis de Granada (Nicaragua), Misión CELAM conversa con él sobre su principal tarea: los jóvenes.
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PREGUNTA.- ¿Qué jóvenes necesita hoy la Iglesia en el continente?
RESPUESTA.- Volviendo la mirada a Aparecida, podemos decir que la Iglesia hoy necesita jóvenes discípulos misioneros; forjadores de la anhelada civilización del amor. Ahora bien, para vivir el ser de discípulos misioneros, se necesitan jóvenes que sean como los árboles de raíces profundas, ramas frondosas y frutos verdaderos. Las raíces son sus principios evangélicos que, arraigadas en la experiencia del encuentro personal y comunitario con Cristo, harán posible su entrega radical; las ramas son las cualidades de los jóvenes, que propiciarán la proyección de sus sueños y esperanzas al servicio del Reino; los frutos son sus acciones que permeadas por la fuerza del Espíritu Santo darán lugar a la atracción de sus pares que buscan la plenitud de la vida.
Los gritos silenciosos
P.- Los jóvenes siempre reclaman más escucha, ¿le falta a la Iglesia más “apostolado de la oreja”, como dice el Papa?
R.- Cuando hablamos de escuchar a los jóvenes nunca es suficiente, siempre se puede y debe escuchar más y esto por varias razones; por una parte, los jóvenes por su naturaleza, reclaman ser más escuchados, piden más protagonismo, exigen espacios desde dónde se les permita vivir la fe; por otra parte, a una generación de jóvenes sigue otra, están siempre en un continuo movimiento; razones por las que la Iglesia debe estar siempre en escucha y junto con ellos discernir la presencia del Reino en ellos.
La escucha, por parte de la Iglesia, debe ser permanente, de hecho, debe estar atenta a los soplos del Espíritu Santo que se manifiesta en y desde los jóvenes. La Iglesia, como madre y maestra, debe afinar el oído y, más aún, el corazón, para percibir no solo lo que los jóvenes dicen sino incluso aquello que en sus silencios gritan, “los gritos silenciosos” de una generación que quiere ser escuchada, atendida e impulsada a ser protagonista. No se trata de un paternalismo que, más que ser apoyo y ayuda, resulta ser mutilador de las capacidades de los jóvenes, sino de un compañero de camino que impulsa y motiva el caminar.
P.- ¿‘Christus Vivit’ marca un antes y un después?
R.- Christus Vivit viene a enriquecer y a poner un sello en la propuesta pastoral del continente, reafirma las coordenadas marcadas por las brújulas de la Pastoral Juvenil: Civilización del Amor, Tarea y Esperanza; y Civilización del Amor, Proyecto y Misión. La metodología asumida por la Pastoral Juvenil es de pequeñas comunidades de jóvenes, son un espacio propio para forjar la experiencia de Dios y la vivencia de relaciones interpersonales con otros jóvenes.
P.- ¿Sigue siendo la Iglesia muy adulto-céntrica?
R.- Decir sí, decir no, sería encerrar, en una misma medida, las distintas iglesias particulares. Hay iglesias que favorecen, animan y acompañan a la iglesia joven; otras están viviendo el proceso de irse abriendo al ser y quehacer de los jóvenes; ahora bien, en las primeras experiencias debe darse a los jóvenes nuevos espacios de coordinación y organización eclesial; en las segundas hay que darles espacios de escucha; sigue necesitándose un cambio de mentalidad, ver desde otra perspectiva, lo que no es fácil; la sinodalidad lo exige.