El 23 de octubre de 1994, al igual que este año, era Domund. Era un día alegre y especial para los misioneros repartidos por los cinco continentes. Pero la celebración se tiñó de luto: las agustinas misioneras Esther Paniagua (45 años) y Caridad Álvarez (63) eran asesinadas en Argel. Casi 30 años después, María Jesús Rodríguez Muñoz, entonces responsable de la Provincia de San Agustín, revive con un nudo en la garganta lo que vivió en primera persona.
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Entonces, Argelia sufría una guerra civil latente al enfrentarse los militares, en el poder, contra el Grupo Islámico Armado (GIA), un grupo terrorista que, entre sus objetivos, apuntó a la minoría cristiana, asesinando a 19 mártires entre 1994 y 1996. Además de los siete trapenses de Tibhirine o el obispo de Orán, Pierre Claverie, cuyos asesinatos causaron un impacto mundial, los fundamentalistas mataron a otros 11 misioneros, incluidas las dos españolas. Un sacrificio reconocido por la Iglesia con la beatificación conjunta de los 19, el 8 de diciembre de 2018.
Un barrio conflictivo
María Jesús recuerda esas semanas previas al asesinato: “En esa época teníamos varias comunidades en España, Argentina, Chile, Guinea Ecuatorial y Argelia. Cada año visitaba todas y pasaba mes y medio con cada una. En Argelia, que era mi última visita, teníamos a 12 hermanas repartidas en tres comunidades y, precisamente, la cerraba con la que estaban ellas tres (Esther, Caridad y Lourdes Miguélez, la tercera de las hermanas), en Bab-el-Oued, un barrio de gente sencilla y trabajadora, pero muy conflictivo”. Las misioneras sabían que estaban en la diana.
Lo que más emociona a María Jesús fue el discernimiento que llevó a su decisión de seguir: “Consciente de la gravedad de la situación, el entonces arzobispo de Argel, Henri Teissier, pidió que todos los misioneros abandonaran el país y, en sus hogares, reflexionaran libremente sobre si querían o no volver. Nuestra congregación tenía aquel verano capítulo provincial en España y en él se reflexionó sobre la permanencia o no en Argelia. Fue un encuentro profundo, emotivo, lleno de preguntas. Todas las miradas se dirigían a ellas. Recuerdo que le preguntaron a Esther: ‘¿Y si os pasa algo?’. Y ella, bajando la mirada, respondió: ‘Si nos pasa algo, estamos en las manos de Dios’. Tenían clarísimo que querían quedarse”.
Tres grandes preguntas
De regreso a Argelia, con la situación aún peor, “aceptaron realizar el discernimiento, pero nos pidieron a la madre general, Angela Cecilia Traldi, y a mí que no fuéramos. Sabíamos que lo hacían para protegernos, pero fuimos. Fue un momento íntimo y muy espiritual, solas nosotras y el obispo Teissier, muy ligado a la comunidad. Lo estructuramos en tres preguntas: ‘¿Qué quiere Dios de nosotras? ¿Cuál es la situación del pueblo? ¿Qué razones hay para seguir o marcharnos?’”.
El acta de la reunión, que tuvo lugar del 6 al 7 de octubre de 1994 en la casa diocesana de Argel, recoge en sus 12 páginas la hondura espiritual de un momento agónico. ‘Vida Nueva’ ha tenido acceso a ella y destacan expresiones como estas: “La Iglesia y los cristianos participan de esta crisis, sufren por ella. (…) La Iglesia no es el fin de nuestros esfuerzos, el fin es la sociedad argelina. (…) Nuestra vocación es especial, es ser Iglesia para un grupo que no es el nuestro. Celebrar la eucaristía en Dar-el-Beida o Bab-el-Oued es un don, no es un derecho. Estamos en su casa musulmana. Y este don, que nos es dado gratuitamente, se nos puede retirar. Es un don de Dios y de los argelinos. (…) El amor es la fuerza de la misión, es el único criterio. Jesús se acercó a todos los hombres, pero de manera especial a los más pobres. (…) El discípulo no es mayor que el Maestro, por eso debemos tomar nuestra cruz y seguirle. (…) ¡Es urgente trabajar por la paz! ¡Es urgente trabajar por la paz!”.
Argumentos personales y citas bíblicas
Tras la reflexión comunitaria, llegó la individual, respondiendo cada hermana a qué justificaba su presencia allí. Y aquí también se alumbró la generosidad con respuestas como estas: “El hecho de volver les ha llenado de alegría. Somos un testimonio para ellos y a la vez temen y se preocupan por si nos pasa algo. (…) Se preguntan por qué volvimos, pero les animamos en la esperanza y se alegran con nuestra vuelta. (…) Hemos de dar esperanza en el caminar diario. Rezar por la situación del país. Los padres de los niños nos quieren demasiado. Se alegran con nuestra vuelta y a la vez se interrogan y tienen miedo. (…) Al ver que he vuelto, hay más jóvenes que se animan a incorporarse al curso, a prepararse a pesar de las amenazas que sufren”.
A continuación, escogieron citas bíblicas para asentar sus argumentos. Caridad optó por Génesis 12,1 (donde Dios envía a Abraham: “a la tierra que yo te mostraré”) y Lucas 1,26-38, que narra el anuncio de Gabriel a María. Por la primera, comentó que “estoy abierta y obediente a lo que Dios quiera de mí, a lo que vean los superiores”. Sobre la segunda sostuvo que “María estuvo abierta al querer de Dios; quizá la costó. Deseo estar en esta actitud ante Dios en los momentos actuales”.
El fracaso de la cruz
En cuanto a Esther, se apoyó en primer lugar en Ezequiel 37,1-3 (“he aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel”), rezando “para que el Espíritu de amor llegue a este país”. Además, explicó que, “para mí, en este momento, el modelo perfecto es Jesús. Sufrió, tuvo que vencer dificultades y acabó con el fracaso de la cruz, del que nace la fuente de la vida”.
Con todo, el abismo llega tras esta pregunta: “¿Qué razones a nivel personal encuentro para dejar esta misión?”. De un modo tajante, esta frase, que ratificaron todas las presentes, leída casi 30 años después, corta el aire: “Las hermanas respondemos que en este momento no vemos ninguna”.
Ambas firmaron juntas
Antes de solemnizar con una firma su compromiso unánime todas y cada una de las religiosas agustinas (las rúbricas de Esther y Caridad se suceden la una a la otra y son las últimas), la madre general y la provincial cerraban el acta agradeciendo con emoción la entrega total: “¡Sois una riqueza para la congregación! ¡Nunca estaréis solas!”.
Releyendo ahora el documento, María Jesús siente que “Dios me regaló el que yo estuviera allí”. De hecho, “aproveché para quedarme con ellas y finalizar mi visita anual. Así fue como, sin saberlo, pude estar con ellas hasta el final. Y por eso puedo decir que soy testigo de la hondura de su fe, su esperanza, su felicidad, su alegría, su cuidado del otro y, en definitiva, su amor por la vida”.
Una mañana normal…
Un viacrucis silencioso que desembocó en ese Domund de 1994: “Esa mañana, Esther y Lourdes, que eran enfermeras, estuvieron en el hospital. A Esther la habían visitado el cónsul y el embajador y nos lo estuvo contando. Le habían preguntado qué tal estaba y le ofrecieron llevarla en el coche oficial, pero ella había respondido que ‘prefería volver a casa como siempre’. Yo había pasado la mañana en la casa con Caridad y, en un momento dado, ella me dijo esto: ‘Si muero, quiero que me entierren aquí’. Ante mi estremecimiento, añadió: ‘¿Acaso no somos misioneras?’”.
Era domingo. Era Domund. Era su Domund: “Antes de salir de casa para ir a misa, decidimos que esa tarde veríamos la película ‘No sin mi hija’. Como nos pedían desde la embajada, en la calle íbamos en parejas. Se adelantaron Esther y Caridad… Lourdes y yo salimos un poco después. Y oímos unos disparos. No sabíamos que eran ellas, pero recorrimos 100 metros, llegamos y nos encontramos con Esther en la ambulancia y Caridad en el suelo, manchado de sangre. Ambas aún vivían”. Ese domingo, al final, no pudieron participar en la Eucaristía del Domund: “La Misa fue su sacrificio”.
María Jesús sabe que lo que entonces vivió marcó el resto de su vida: “Doy gracias a Dios. Para mí, han sido un regalo y una cruz. Una experiencia muy dolorosa, pero por la que he comprobado de verdad que de la cruz nace la vida”.
Fotos: Jesús G. Feria / Archivo Agustinas Misioneras.