La última misionera que ha entregado su vida ha sido la comboniana italiana Maria de Coppi, víctima mortal en un asalto islamista, el pasado 6 de septiembre, en Chipene, al norte de Mozambique.
De Coppi, a sus 83 años, llevaba 59 años en el país. Compartía misión con sus compañeras de congregación, la también italiana Eleonora Reboldi y las españolas Ángeles López Hernández y Paula Ciudad, quien el día anterior se había desplazado a la ciudad a comprar lo necesario para el hogar. Se libró así del infierno con el que se toparon, en plena noche, sus compañeras, que vieron arrasadas sus dos residencias para estudiantes, su escuela, su centro de salud y su iglesia.
En el caso de Ángeles López, quien tiene 82 años y lleva cinco décadas de misión en Mozambique, siendo ella quien puso en marcha la comunidad de Chipene, contó a Obras Misionales Pontificias (OMP) cómo vivió esas horas dramáticas: “Maria, que era siempre muy optimista, me dijo aquella noche: ‘Oye, Ángeles, yo presiento que algo va a pasar’. A lo que yo respondí: ‘Ay, Maria, no digas eso; es la segunda guerra que pasamos. Verás que todo va a ir bien’”.
Sin saberlo, era inminente la tragedia: “Nos despedimos para dormir y, a los dos minutos, sentí un disparo grandísimo. Entonces salté de la cama para avisar a Maria de que habían llegado. Cuando abrí mi puerta, ellos continuaron disparando. Dieron como cinco tiros. Yo me agarré a la pared y cogí la manilla para decirle: ‘Maria, Maria, están aquí’. Pero ella estaba en el suelo”.
Los agresores cogieron a la misionera española y la sujetaron por el cuello. Ella les gritaba que la dejasen, que quería ir donde estaba su hermana muerta. Y ellos le dijeron: “¡Cállate, haces mucho ruido!”. Estaba convencida de que la matarían, pero no le hicieron nada. Antes de quemar la casa, arrastraron el cuerpo sin vida de Maria hasta la calle.
Después, los asaltantes le exigieron a Ángeles que se marchara del país, pues “no queremos tu religión, queremos el islam”. Minutos después, junto a Eleonora y un grupo de chicas que seguían en la residencia (esa tarde habían evacuado la misión para garantizar la seguridad de los 150 menores a las que acompañan), huyeron corriendo al bosque antes de que los terroristas volvieran a quemar lo que quedaba. Tras pasar toda la noche escondidas, volvieron al amanecer para ver qué había sido de Loris Vignandel y Lorenzo Barro, dos sacerdotes italianos con los que compartían la misión. Afortunadamente, “se habían escondido y estaban vivos”.
Ya en Madrid, donde López ha venido a pasar unas semanas para recuperarse física y moralmente, recuerda a Vida Nueva cómo empezó para ella una vida de entrega: “Llegué a Mozambique hace 50 años junto a otras cuatro hermanas. Fui con entusiasmo y alegría y lo primero que hicimos fue pasar seis meses aprendiendo la lengua y la cultura local. En las seis misiones en las que he estado en el país, además de mi vocación religiosa, he desarrollado la que tengo como enfermera. Me he sentido muy realizada al poder dar la vida por los otros, encarnando el Evangelio con un pueblo, el mozambiqueño, que es acogedor y tiene el corazón abierto”.
En el caso de Maria, deja en ella una huella imborrable: “Era una persona que representaba la acogida y la paz, mediando siempre en todo tipo de conflictos, internos y externos. Pero, sobre todo, destaco de ella que era una mujer de muchísima oración. Tenía una honda relación con Dios… Cada noche, antes de acostarse, iba a la capilla y se quedaba unos diez minutos con la cabeza recostada sobre el sagrario, de madera y muy sencillo. Jamás olvidaré esa imagen suya, apoyando su cabeza y sus manos. Estaba realmente unida a Dios. Por eso sé que estaba preparada para entregar la vida”.
En cuanto a su propio futuro, pese al dolor y a saber que no queda nada de su actual misión, Ángeles tiene claro que, “si la salud no me lo impide, voy a volver a Mozambique y culminar con su gente la entrega total de mi vida”.