Francisco Asenjo Barbieri (Madrid, 1823-1894), además de compositor y musicólogo, uno de los más grandes, fue apuntador de teatro. Fue autor del Cancionero de Palacio, intento de escribir una historia de la música española, fundó la revista La España musical y el género de la zarzuela le debe no mucho, sino muchísimo. Supo rodearse de amigos que hizo casi en la cuna y le acompañaron a lo largo de su viaje vital: “Soy y he sido siempre esclavo de la amistad”, escribió.
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Bendita esclavitud la que compartió con el político, abogado y ministro Cándido Nocedal. O la que disfrutó “con un importante miembro de la Iglesia, el obispo de Cuenca y luego de Córdoba, Sebastián Herrero, que se define como “coplero y abogado novel”. Barbieri había mostrado su respeto a la Iglesia con cuatro obras, el motete Versa est in luctum, 1867 (“para voces solas, firmado con el seudónimo de Wermuthmeister, adaptación al alemán de su primer apellido, Maestro Asenjo, que fue repetido por su éxito”, según escribe Emilio Casares en Francisco Asenjo Barieri. El hombre y el creador), el responsorio Libera me Domine (1873), el motete O Sanctissima! (1877) y la Salve Valenciana (1880).
Es el amigo que, “en cumplimiento de su función, siempre le recuerda a Dios y la transitoriedad del tiempo”, según se recoge en Barbieri. Música, fuego y diamantes. Don Francisco compartió tardes y mañanas de charlas, asombros y dudas. Y seguramente disfrutaría de vez en cuando de las genialidades de su cocina, placer al que era devoto el gran tenor Julián Gayarre. Su relación queda reflejada también de manera epistolar.
El Portero Mayor
La amistad fue tal que, con Barbieri ya metido en harina zarzuelera, Sebastián Herrero le enseñó el texto de su libreto de zarzuela para que el compositor, si lo estimaba, fuera el autor de la música. Y lo estimó. Otra cosa es que llegara a estrenarse El Portero Mayor. Los folios de la obra, como tantas otras que salieron de su cabeza y pluma, fueron pasto del fuego (toda su producción, a excepción de sus poesías religiosas) cuando decidió cambiar radicalmente de vida y optar por la contemplativa, es decir, colgó la toga que vestía y se ciñó la sotana. Ni rastro queda de aquellos compases.
Un alivio que Barbieri, que no tenía por qué, no decidiera seguir el ejemplo del que fuera religioso y ha entregado una corta pero estimable producción religiosa, aunque no comparable con su dedicación a la zarzuela, de la que hoy podemos disfrutar, con algunas de las obras capitales en la historia. Pan y toros (el teatro cerró temporada en verano con la estupenda El barberillo de Lavapiés), con libreto en verso de José Picón, ha vuelto al escenario después de 21 años sin representarse en un nuevo montaje que firma Juan Echanove en su debut como regista lírico, que está siendo aplaudido por la crítica.