Entre aquellos que se sienten “abandonados y excluidos por la Iglesia”, destacan las mujeres, los sacerdotes con hijos y la comunidad LGTBIQ+
El Documento para la Fase Continental del Sínodo de la Sinodalidad (‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’) se ha publicado con un clamor especial: las mujeres. Y es que, dentro de la escucha a quien “se siente abandonado y excluido”, el resultado de las aportaciones de la fase sinodal del Sínodo ha remarcado el papel de aquellas sobre cuyos hombros, día a día, descansa una gran parte de la Iglesia, pero que, sin embargo, no se ven representadas en la misma.
Así, el documento destaca que las síntesis “muestran claramente que muchas comunidades han comprendido la sinodalidad como una invitación a escuchar a los que se sienten exiliados de la Iglesia”. Unos grupos que son diversos, y empiezan por “muchas mujeres y jóvenes que no ven reconocidos sus dones y capacidades”. “Dentro de este conjunto heterogéneo de personas, muchos se consideran denigrados, abandonados, incomprendidos”, afirma el documento, si bien, para muchos, “la experiencia de ser escuchados seriamente es transformadora y representa un primer paso para saberse incluidos”. “Es motivo de tristeza que algunos sientan que su participación en el proceso sinodal no ha sido apreciada. Se trata de un sentimiento que requiere comprensión y diálogo”, asevera el texto.
Por otro lado, en todas las diócesis, tanto rurales como urbanas, “se plantearon cuestiones como la enseñanza de la Iglesia sobre el aborto, la anticoncepción, la ordenación de mujeres, los sacerdotes casados, el celibato, el divorcio y las segundas nupcias, la posibilidad de acercarse a la comunión, la homosexualidad y las personas LGBTQIA+”.
“La llamada a una conversión de la cultura de la Iglesia para la salvación del mundo está vinculada, en términos concretos, a la posibilidad de establecer una nueva cultura, con nuevas prácticas, estructuras y hábitos”, dicen las diócesis, refiriéndose, sobre todo, “al papel de las mujeres y a su vocación, enraizada en la dignidad bautismal común, a participar plenamente en la vida de la Iglesia”.
Asimismo, el documento destaca que “desde todos los continentes llega un llamamiento para que las mujeres católicas sean valoradas, ante todo, como miembros bautizados e iguales del Pueblo de Dios”. De este modo, “es casi unánime la afirmación de que las mujeres aman profundamente a la Iglesia, pero muchas sienten tristeza porque su vida no suele ser bien comprendida y sus aportaciones y carismas no siempre son valorados”. Para ello, “la Iglesia debe encontrar formas de atraer a los hombres a una participación más activa en la Iglesia y permitir que las mujeres lo hagan más plenamente en todos los niveles de la vida eclesiástica”.
“Las mujeres piden a la Iglesia que esté de su lado en todos los ámbitos de su vida”, asevera el texto. “Ante las dinámicas sociales de empobrecimiento, violencia y humillación a las que se enfrentan en todo el mundo, las mujeres piden una Iglesia a su lado, más comprensiva y solidaria en la lucha contra estas fuerzas de destrucción y exclusión”, añade. Así, apostilla que “quienes han intervenido en los procesos sinodales desean que la Iglesia y la sociedad sean un lugar de crecimiento, participación activa y sana pertenencia para las mujeres. Algunas síntesis señalan que las culturas de sus países han avanzado en la inclusión y la participación de las mujeres, y que este progreso podría servir de modelo para la Iglesia”.
En diferentes formas, el problema está presente en todos los contextos culturales y se refiere a la participación y el reconocimiento tanto de las mujeres laicas como de las religiosas. Las mujeres se ven excluidas de funciones importantes en la vida de la Iglesia y sufren discriminación al no recibir un salario justo por las tareas y servicios que realizan. Las religiosas suelen ser consideradas mano de obra barata.
Casi todas las síntesis plantean, además, la cuestión de la participación plena e igualitaria de las mujeres. Sin embargo, no concuerdan en “una respuesta única o exhaustiva a la cuestión de la vocación, la inclusión y la valoración de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad”. Muchas síntesis, tras una atenta escucha del contexto, piden que la Iglesia “continúe el discernimiento sobre algunas cuestiones específicas: el papel activo de las mujeres en las estructuras de gobierno de los organismos eclesiásticos, la posibilidad de que las mujeres con una formación adecuada prediquen en los ambientes parroquiales, el diaconado femenino”. “Se expresan posturas mucho más diversificadas con respecto a la ordenación sacerdotal de las mujeres, que algunas síntesis reclaman, mientras que otras la consideran una cuestión cerrada”, añade.
Además, un elemento fundamental de este proceso tiene que ver con el reconocimiento de las formas en que las mujeres, especialmente las religiosas, “ya están en la vanguardia de las prácticas sinodales en algunas de las situaciones sociales más difíciles a las que se enfrenta la Iglesia”.
Al mismo tiempo, las síntesis son sensibles a la soledad y al aislamiento de muchos miembros del clero, que no se sienten escuchados, sostenidos y apreciados: “quizá una de las voces menos evidentes en las síntesis es precisamente la de los sacerdotes y obispos que hablan de sí mismos y de su experiencia de caminar juntos”. También se señala la importancia de “disponer formas adecuadas de acogida y protección para las mujeres y eventuales hijos de los sacerdotes que han faltado al voto de celibato, ya que de otro modo corren el riesgo de sufrir graves injusticias y discriminaciones”.
“Entre los que piden un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo: los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas LGBTQ”, añade.