Se acerca el 2 de noviembre, en que la liturgia católica celebra la conmemoración de todos los fieles difuntos, y en muchas partes de México se reúnen las familias para visitar el panteón para arreglar las tumbas de sus seres queridos, otras les preparan un pequeño altar con fotos y alimentos, y en la mayoría de las casas no faltan las velas y las flores para ellos, y es que, para muchos mexicanos, en ese día “vienen los muertitos a degustar los manjares que se les ofrecen y a convivir con los vivos”.
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Al respecto, el cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y prefecto de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), explicó que en todas las culturas hay una fuerte conciencia de que los seres difuntos no están totalmente ausentes, pero explicó en qué consiste la doctrina católica al respecto.
En su artículo semanal difundido por la CEM, recordó que en una comunidad indígena otomí, donde fue párroco hace años, en estas fechas se quemaban los petates (esteras rústicas para dormir) viejos, se quebraban los trastos de barro de la comida diaria, se compraba todo nuevo, se hacían grandes comidas en su honor, se repartían frutas, panes y otros alimentos a los familiares y amigos, y toda la noche se velaba en el panteón, entre velas, flores, incienso y música, sin faltar bebidas embriagantes. “Todo era porque vienen nuestros difuntos…”
Pero esto no sólo ocurre en México -dijo– y citó al cardenal filipino Luis Antonio Tagle, quien era el prefecto de la anterior Congregación para la Evangelización de los Pueblos, y quien solía platicar que su abuelo materno era un chino converso al catolicismo, quien en el aniversario de la muerte de su madre ofrecía incienso y comida delante de la imagen de su madre y les decía a los nietos: “¡Que nadie toque esta comida! Primero debe probarlo la bisabuela, en el cielo, y luego nos tocará a nosotros”.
La vida en Dios de los difuntos
Sin embargo -explicó el obispo Arizmendi-, la Iglesia enseña que en realidad los muertos no vienen corporalmente a estar con los seres vivos, ni comen físicamente los alimentos que se les preparan, sino que los preparativos para la conmemoración de los fieles difuntos “son una forma simbólica muy expresiva de que estamos ciertos de que no han muerto totalmente, sino que viven de alguna manera“.
Y continuó: “Dios es vida y quiere la vida para todos los suyos. Y esto es lo que celebramos en estas fechas: la vida en Dios de nuestros seres queridos ya difuntos. Por eso los experimentamos muy cercanos. Las flores quieren simbolizar el paraíso eterno que les deseamos; y las velas expresan la fe en la luz eterna para ellos”.
El obispo instó a los fieles católicos recordar con amor a sus seres queridos ya difuntos, sin despreciar las buenas expresiones culturales de nuestros pueblos; “oremos por su paz eterna, perdonemos sus errores, vivamos sus buenos consejos y ejemplos, ofrezcamos la Santa Misa por ellos y seamos una memoria viva de su historia, sin deshonrarlos con nuestros malos comportamientos”.