Rogelio Arias, conocido artísticamente como Roger de Flor, es un músico y compositor ferrolano que ha publicado discos como ‘Os Silvestres’ o ‘Apelón’. Una creación, esta última, en la que ya se bosquejó lo que algunos bautizaron como “pop místico” tras incluir una adaptación del poema ‘Spring’, del inglés William Blake (1757-1827), poeta, pintor y grabador considerado uno de los espíritus más genuinamente evangélicos, heterodoxos, comprometidos socialmente y libres de su tiempo, lo que le llevó a tener varios choques con las instituciones eclesiásticas, denunciando su falta de testimonio.
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Y es aquí donde conviene retroceder cuatro años y acudir al principio de esta historia de encuentro con Dios: “Tenía un libro de Blake en casa, ‘Canciones de inocencia y experiencia’, pero nunca lo había leído. Hasta que una noche, después de llegar de fiesta y una discusión con la que entonces era mi pareja, cogí el libro al azar y me metí solo en la cama. Inmediatamente, en cuanto empecé a leer los primeros versos, sentí que me decían algo. Cada poema me inspiraba y brotaban instintivamente distintas melodías en mi cabeza”.
Viaje a Italia
Unas semanas después, emprendió en solitario un viaje en coche desde Ferrol hasta Italia. Fue un mes de “experiencia mística” en el que, acompañado de la antología de Blake, ‘Ver un mundo en un grano de arena’, iba tocando en la calle en cada pueblo o ciudad en el que pernoctaba. Acompañado únicamente de su guitarra, “apuntaba ideas y sensaciones según iba leyendo. Así, me ocurrió algo increíble: en solo un mes, volví con más de 20 canciones compuestas, habiendo días en los que escribía hasta dos”.
Pero, más allá de la vivencia artística, fue un viaje que le cambió realmente la vida: “Me sentí misteriosamente acompañado en todo momento. Y era una compañía íntima que me cuidaba y me regalaba el calor de su cariño”. Así, cada canción que iba surgiendo lo hacía casi siempre en una situación análoga a la que el propio poema que la inspiraba: “Recuerdo un día, viendo una puesta de sol en un parque, en La Toscana… Era idílico. A mi lado había una mujer cuidando y jugando con un niño y una niña. Abrí el libro y eran los versos de la canción ‘La niñera’. Otra vez, al cruzar la frontera con Francia, abrí el libro y Blake, efectivamente, me decía: ‘Bienvenido, extranjero, a este lugar’. Y así con muchas cosas más. Fue algo mágico”.
El simbolismo de la tormenta
Casualidades o no, hubo una noche que lo cambió todo: “Tras ir a dormir como siempre al coche, se inició una tormenta brutal. Sentía que, literalmente, el cielo caía sobre mi cabeza. Decidí meterme bajo un túnel. Abrí el libro y apareció el poema ‘El pequeño vagabundo’. Todo tenía un fuerte simbolismo y realmente tenía miedo, pánico, a la vez que me fascinaba un espectáculo en el que el poderío de la naturaleza se elevaba sobre la fragilidad del hombre. Entonces, cayeron unos rayos que sentí como una bomba y ocurrió… Dije: ‘Dios, si salgo de esta, me bautizo’”.
Hombre de honor (“nunca se falta a una promesa, y menos a Dios”), cumplió y, tras dejar pasar un tiempo a su vuelta, “le pedí una señal para que me guiara, pues no sabía ni siquiera cómo empezar. Mi padre es cristiano, pero alejado de la Iglesia institucional, y siempre quiso que mis hermanos y yo decidiéramos de mayores si queríamos bautizarnos o no. Yo jamás había participado en una ceremonia religiosa y estaba muy perdido. Había tenido interés y leído sobre las otras grandes corrientes espirituales, como el budismo o el islam, pero siempre me había atraído de un modo especial la figura de Jesús de Nazaret”.
Inspirado por Torres Queiruga
Fue entonces cuando llegó el signo buscado: “Vi una entrevista en la TVG al teólogo Andrés Torres Queiruga y encontré que era alguien inspirador. Tras poder contactar con él, tuvimos varias charlas que me ayudaron a profundizar en mi espiritualidad. Por mi forma de ser, me ofreció conocer al sacerdote santiagués Víctor Blanco Naveira, quien tiene un hogar en A Raíña abierto a personas con todo tipo de espiritualidades. También aprendí mucho con él”.
Tras seguir con su proceso de búsqueda, conoció a Xaquín Campo Freire, sacerdote muy implicado en la pastoral penitenciaria. Sus encuentros con él “me marcaron y me ayudaron a desmontar ciertos prejuicios religiosos que tenía”. Pero, tras tener que irse a realizar un curso a Madrid, él mismo le presentó a quien sería “mi gran maestro espiritual: Alfonso Gil, muy vinculado a Cáritas Ferrol y párroco en San Xoán de Filgueira. Desde el primer minuto tuvimos una gran sintonía y encontré en él a alguien honesto, imbuido del Espíritu y reflejo auténtico de Jesús. Y muy humilde, siendo quien me abrió la puerta a muchas posibilidades para discernir y no dejar de hacerme preguntas”.
Charlas semanales
Para el propio sacerdote la experiencia también ha sido muy especial: “Durante un año nos reunimos una vez a la semana y eran charlas de una riqueza enorme. Rogelio es un hombre sencillo y con gran capacidad para maravillarse por la naturaleza, buscando en ella la armonía entre Dios y el hombre. Si le mencionabas a un autor, a la semana siguiente aparecía con un libro suyo… Sin duda, para mí, como sacerdote, acompañarle en este proceso ha sido un absoluto regalo. Uno de los más bonitos que he tenido”.
Vivencia que comparte el artista, para quien Alfonso es “mi maestro, pero sobre todo mi familia. Me gusta seguir yendo cada vez que puedo a la parroquia a escuchar sus homilías y a saludarle. Somos amigos y es un gran ejemplo a seguir, un auténtico testigo de Jesús”.
Un día de fiesta
Un caminar que tuvo su día grande hace tres años, cuando se bautizó en la parroquia: Pese a que Rogelio había pedido “algo sencillo”, el sacerdote “organizó una gran celebración con muchos de los feligreses. También invitó al entonces obispo de Mondoñedo-Ferrol, Luis Ángel de las Heras, quien fue quien me bautizó, siendo Alfonso mi padrino”.
Quien quiera acompañar a Roger de Flor en su viaje místico de la mano de William Blake, puede sumergirse en ‘Strange Mistery Flower’, una serie de diez canciones en las que canta a aquel gigante que escribió esto: “Aquel que desea pero no obra, engendra peste”. Sin duda, nuestros dos místicos, uno de Ferrol y el otro de Londres, aun separados por dos siglos, han elevado una maravillosa alabanza al Señor de la Vida.
Fotos: Cristina Casado.