En la Ciudad Vieja se encuentra esta entrada en honor a la mujer que aparece dos veces en la Biblia: en el segundo libro de los Reyes (22,14-20) y en el segundo de las Crónicas (34, 22-28)
Los ritmos jubilosos de trompetas y tambores son sonidos familiares para quienes transitan habitualmente por las callejuelas del barrio judío de la ciudad vieja de Jerusalén. Son los “heraldos” que acompañan las celebraciones hacia el Kotel, el Muro Occidental del Bar Mitzvah, el paso a la edad madura de los judíos a 12 años para los niños y a los 13 para niñas. Los músicos se detienen fuera de la zona dedicada a la oración en el lugar más sagrado para el judaísmo, al pie del Muro de los Lamentaciones, únicos restos del Segundo Templo, destruido por Tito en el año 70 d.C.
En tiempos de Herodes el Grande, autor de la impresionante ampliación del Templo de Jerusalén, la entrada principal se encontraba en la parte sur de las murallas, por la puerta de Hulda. Para verla hoy hay que acceder al parque arqueológico, junto al Kotel y la pasarela que conduce a la Explanada de las Mezquitas, que los judíos todavía llaman Monte del Templo.
Cuando se construyeron los cimientos de la Mezquita de Al Aqsa, la puerta de Hulda fue tapiada. Constaba de una entrada doble y una triple de la que todavía se pueden ver claramente los tres arcos. Fue construida por Herodes el Grande en el siglo I d.C., y había sido dedicada a la profetisa que en el año 600 a.C. anunció al rey Josías la destrucción de Jerusalén.
“No estamos totalmente seguros de que sea ahí”, explica Amirit Rosen, rabina en Jerusalén. “Hay al menos tres etimologías con las que se ha interpretado el nombre de la puerta. Según algunos, Hulda en hebreo significaría “topo” y haría alusión a los túneles excavados en época herodiana bajo el monte para acceder a la zona del Templo. Según otros, las puertas están dedicadas a la profetisa Hulda en el lugar donde habría enseñado y donde habría sido enterrada.
En el judaísmo hay siete mujeres consideradas profetisas, pero solo dos están definidas así en la Biblia: Débora y Hulda. Hulda aparece dos veces: en el segundo libro de los Reyes (22,14-20) y en el segundo de las Crónicas (34, 22-28). Vive en la época del rey Josías, que luchó contra la idolatría y reparó el Templo. Durante estos trabajos se encontró un libro de la ley, probablemente Deuteronomio. Cuando el rey supo de su contenido, se rasgó las vestiduras en señal de humillación porque se dio cuenta de que todo lo que había hecho hasta entonces para salvar a su pueblo no había sido suficiente. Necesitaba un oráculo para interpretar ese libro. La profetisa Hulda fue la elegida. Ella anunció que anuncia que “la ira de Dios caería sobre el pueblo idólatra”.
“Varios estudiosos se han preguntado por qué el rey eligió a Hulda y no a Jeremías, su contemporáneo, –explica Rosen–. Una razón podría ser la descendencia común ya que eran parientes y por eso no habría sido una afrenta para Jeremías. Para otros, el rey Josías habría elegido a una mujer para tener una profecía, digamos, más suave. Pero no fue así”. No se conocen muchos detalles de Hulda en la Biblia, excepto que estaba casada con Salum, el guardián del templo, y que vivía con su esposo en el “segundo barrio” de Jerusalén.
“Se encontró una parte de la muralla exterior del barrio que en el siglo VIII a. C. fue ampliada para albergar a la población que huía del campo por la amenaza asiria”, explica Stefano Vuaran, biblista. “El reinado de Josías representa la última fase feliz del reinado de Judá, antes de la destrucción final. Siria estaba en decadencia, el reino de Babilonia en auge y Egipto intentando recuperarse. Josías hizo malabarismos, pero de nada sirvieron y morirá en Meguido a causa de errados cálculos políticos. En el frente interno, intentó unir el reino con una reforma religiosa.
Desterró los cultos politeístas para restablecer el culto a Yahvé en un solo Templo en Jerusalén. Hulda vivía cerca porque su esposo Salum era un levita, “guardián de las vestiduras” en el Templo. Hulda fue una “profetisa de la corte”, no formaba parte de los profetas sacados del pueblo con una marcada sensibilidad social. Más detalles sobre la vida de la pareja, probablemente rica y de una clase social privilegiada en Jerusalén, se pueden encontrar en los textos de los historiadores judíos. Alguien describe a Hulda como una profetisa que enseñaba la Torá a los ancianos, un hecho muy raro incluso en la época de Josías, un papel adquirido gracias a las obras de caridad de su marido.
“Hay una tradición que asegura que Salum iba a la entrada de la ciudad para dar de beber a la gente que llegaba, una caridad diaria gracias a la cual su esposa habría obtenido el don de profecía de Dios. Es una imagen hermosa de inversión de roles a la que no estamos acostumbrados. No es el hombre quien estudia y enseña. Es ella y él es quien hace las buenas obras. Estaríamos ante una pareja trabajando juntos con los papeles cambiados, un modelo interesante”, reflexiona Amirit Rosen, que pertenece a una corriente liberal del judaísmo y lidera una comunidad junto a su marido, el rabino David.
“Algo está cambiando en Jerusalén, aunque lentamente y con gran esfuerzo. Nuestra comunidad, que se llama Kehilat Morshet Avraham, ha aceptado nuestro liderazgo compartido. La historia de Hulda nos enseña que podemos trabajar juntos y apoyarnos unos a otros. Una antigua promesa citada en una obra rabínica afirma que la Puerta Choen (de los sacerdotes) y la Puerta Hulda nunca han sido destruidas y Dios las renovará”.
El camino tras las huellas de Hulda en Jerusalén conduce a una etapa final, en el Monte de los Olivos. A los pies de la capilla de la Ascensión. Los cristianos solo pueden celebrar misa allí una vez al año, porque es propiedad musulmana desde la época de Saladino. El complejo incluye la capilla, una mezquita y una cripta con una tumba. Hay que pedir llaves y permiso al jeque del barrio para acceder a este lugar sagrado para las tres religiones, gracias a tres mujeres.
Para los cristianos es el lugar de enterramiento de Santa Pelagia, para los musulmanes el de Rabia al Adawiyya, la madre del sufismo, y para los judíos el de la profetisa Hulda. “La cripta tiene la planta de cruz y fue construida sobre el lugar original de la devoción a Santa Pelagia, que vivió en la época bizantina en el monasterio construido alrededor del santuario de Eleona, la iglesia del Pater noster”, explica Stefano Vuaran.
Tal era la veneración por santa Pelagia que las demás religiones monoteístas de Jerusalén también se apropiaron de la narración del sepulcro sagrado de una mujer. Cuando pasó a ser propiedad de los musulmanes, la memoria de Pelagia fue sustituida por la de una mística musulmana. También es tardía la tradición judía que, hasta el siglo XIX, veneraba allí a Hulda. “Desde el punto de vista histórico, es imposible que Hulda fuera enterrada en el Monte de los Olivos porque estaba demasiado lejos del Templo y la esposa de un levita nunca hubiera sido llevada hasta allí.
Está más cerca la zona de las tumbas de la época monárquica se encuentra frente a la ciudad de David. Se sabe muy poco sobre la profetisa Hulda. Es una figura que, vista con los criterios de la literatura occidental, sería poco más que un personaje episódico. Juega un papel importante porque el valor reside en la función. Hulda anuncia la destrucción de Jerusalén, que ocurrirá puntualmente 50 años después. Ella aparece en unos pocos versículos y luego desaparece. Como lo hace la palabra de Dios y esa es precisamente la señal de su poder”, concluye Stefano Vuaran.
*Reportaje original publicado en el número de octubre de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva