El Episcopado de la potencia latinoamericana llama a los políticos “sin distinción” a “acompañar, exigir y supervisar a quienes han logrado el éxito en las urnas”
Los obispos brasileños han lanzado un grito en favor de la unidad nacional después de la ajustada victoria de Luiz Inácio Lula da Silva que se ha impuesto con un 50,9% de los votos al hasta ahora presidente Jair Bolsonaro, que logró un respaldo del 49,1% de los sufragios en las elecciones con mayor participación de la historia del país.
Esta fractura literalmente en dos del país exige para la cúpula del Episcopado un ejercicio de convivencia frente a la polarización: “La conclusión de las Elecciones de 2022 nos llama, aún más, a la reconciliación, imprescindible en el nuevo ciclo que se abre”.
Así lo exponen en un mensaje publicado tras conocerse el resultado de los comicios y después de una bronca campaña electoral de dos meses: “Ahora, todos, sin distinción, deben acompañar, exigir y supervisar a quienes han logrado el éxito en las urnas”.
“El ejercicio de la ciudadanía no termina con la terminación del proceso electoral”, exponen los prelados que reconocen tanto la victoria de Lula como el trabajo realizado con “diligencia” por el Tribunal Superior Electoral en “todo el proceso democrático”.
“Que todos caminen juntos para construir una política mejor, que esté al servicio del bien común, como la definió nuestro amado Papa Francisco”, añaden los pastores en una referencia directa a la encíclica social del pontífice argentino ‘Fratelli tutti’.
Es más, con el arzobispo de Belo Horizonte Walmor Oliveira de Azevedo al frente, como presidente del Episcopado, defienden que “estos son los votos de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil y esto es lo que suplicamos a través de las oraciones por nuestro país”.
Lo cierto es que el estrecho margen por el que ha vencido finalmente Da Silva habla de la división interna de la potencia latinoamericana y de cómo el tirón del líder del Partido de los Trabajadores se ha mermado por momentos, puesto que, en la primera vuelta de los comicios, el pasado 2 de octubre, llegó a aventajar en más de cinco puntos a Bolsonaro.
En cualquier caso, el respaldo al que fuera presidente brasileño entre 2003 y 2010. Supone también un revés para el conservador que se ha convertido en el primer mandatario de la historia del país en no ser reelegido, mientras que Lula es el único que ha logrado la confianza de sus conciudadanos por tercera vez a pesar de haber pasado 580 días en la cárcel condenado por corrupción.
“Casi fui enterrado vivo en este país. Considero el momento que estoy viviendo casi una resurrección. Pensaban que me habían matado, pensaban que habían acabado con mi vida política, me destruyeron contando mentiras sobre mí y gracias a Dios estoy firme y fuerte y amando otra vez“, expuso un Lula afónico en la Avenida Paulista de Sao Paulo tras saberse vencedor, en una noche electoral en la que su contrincante optó por un silencio que sonaba a intento de deslegitimar el resultado de las urnas. “Fui elegido para gobernar para 215 millones de brasileños y voy a gobernar para todos”, añadió Da Silva, que dejó caer cómo “jamás” enfrentó “una batalla tan difícil” contra lo que definió como “fascismo” e “industria de mentiras”.
Como subrayan los obispos, el camino que se inicia ahora resulta harto complicado teniendo en cuenta la precaria situación que deja Bolsonaro tras su negacionismo pandémico que ha traído consigo récord en inflación, desempleo y hambre. Frente a su apuesta por la privatización de las empresas públicas, el aumento en seguridad y defensa y la inversión en políticas familiares, Lula busca retomar su agenda social basada en lucha contra la desigualdad, la protección de la Amazonía y el freno a la violencia contra las mujeres.