Los Sagrados Corazones dan testimonio del enriquecimiento de las comunidades en las que residen jóvenes y mayores
Luis Sada ss.cc. está nervioso. No está acostumbrado a ser el centro de atención. A sus 87 años ya lleva más de 68 siendo religioso de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Toda una vida, desde que con 11 aterrizó en Miranda de Ebro, en la Escuela Apostólica de los Sagrados Corazones. En sus ojos se cruza la ilusión de alguien que, sin una ocupación pastoral activa en este momento, se sabe de Dios. A su lado, en el salón de la comunidad religiosa que vive en el Colegio Sagrados Corazones de Madrid, se sienta Tomás Esquerdo ss.cc. Es el formando más joven de la congregación.
Tiene 24 años, la edad de Luis cuando comenzó a ser sacerdote, recuerda él mismo en la conversación, y acaba de renovar sus votos temporales. Sus jornadas pasan entre el estudio de Teología y la actividad pastoral, implicándose cada vez más en el día a día de la institución. Su vocación fue tardía, si se compara con la de Luis, pero temprana, para el mundo en el que vivimos. A los 19 años decidió decir sí al camino que Dios le proponía para su vida. Dos vocaciones que, aunque nacieron en contextos y realidades diferentes, se entrecruzan en el camino de la vida comunitaria gracias a la convivencia intergeneracional que es posible en esta congregación.
Escucharlos hablar es un regalo. Tomás mira con mimo a Luis, a los ojos, atento a todos los detalles de la conversación, mientras el hermano más mayor disfruta de poder compartir sus historias de vida con el más pequeño, haciendo un repaso por su infancia, juventud y también por todos los destinos que en más de 60 años ha tenido en la Provincia Ibérica de los Sagrados Corazones. Se ríen. Y lo hacen abiertamente. Son el ejemplo de que “las etapas de la vida no son mundos separados que compiten entre sí, sino más bien son una alianza que une pasado, presente y futuro, dándole a la humanidad fuerza y belleza”, como afirma Francisco.
La convivencia intergeneracional fomenta la memoria colectiva. Así, Luis recuerda a sus antecesores y sus enseñanzas, como al padre Vitorino que siempre le “hablaba de la institucionalización del cambio y cómo hay que estar abierto a los caminos de la vida, sin estancarse en el agua mansa, porque la vida es cambio, es un recorrido”. Y Tomás ve un gran valor en la convivencia con un religioso mayor. Para él es un ejemplo. “La Vida Religiosa no es solo cuando uno es joven, y a veces esto puede estar en nuestra mente, sino que es Vida Religiosa, y con sentido, hasta el final. El vivir con hermanos mayores te ayuda a comprender esto, que somos una familia que tiene jóvenes, adultos y mayores”, afirma el religioso. Reconoce también que pueden ser un foco de luz para una sociedad que vive alejada, cada vez más, de este modelo de familia, por lo que cree imprescindible tener comunidades abiertas que puedan dar testimonio de la vida fraterna.
Ambos confiesan que, aunque la experiencia es enriquecedora de manera rotunda, supone algunos desafíos. Para los más longevos se trata de un ejercicio para salir de la zona de confort, aunque también consiguen sentirse más respaldados en esa etapa de su vida. Tienen que adaptarse a la vitalidad de la juventud, a su lenguaje –que a veces es un gran hándicap–. “Aunque con madurez y humildad se consigue”, afirma Luis. Para los jóvenes es una escuela de vida, porque “te invitan a un estilo de vida más austero, recogido, con más oración, porque a veces nos puede el activismo y los mayores, que ya han pasado por ello, entienden que el centro es Jesucristo y las cosas que a Dios le importan”, afirma Tomás.
Los jóvenes intentan estar pendientes de cuidar su mirada, atención y tiempo a los hermanos de más avanzada edad, estando atento a sus emociones, tiempos y espacios, porque “los ritmos no son los mismos, aunque con Luis es muy fácil la convivencia”. Pero esto no supone ningún peso, sino una enseñanza de vida. “Lo que más me llama la atención –afirma el religioso más joven– es que, así como cabe pensar que solo los jóvenes vivan con mucha pasión lo que va pasando, vivir con Luis despierta en nosotros esa pasión por Dios y gracias a él descubrimos que se puede vivir apasionado hasta el final”.
Todo diálogo requiere de una confianza entre los interlocutores. Y estos dos hermanos la tienen. Nada diría que los separan más de 60 años de vida. Porque dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos; y fomentar esto entre diferentes generaciones permite aprender unos de otros para establecerse en el presente, pudiendo mirar al pasado y extraer las enseñanzas que este nos dejó, y mirando al futuro para entusiasmarse y apasionarse por el camino de la vida que aún queda por recorrer.
Tomás recuerda que el curso pasado Luis no solo convivió con él y otro formando joven. También lo hizo con tres chicos que estaban conociendo la comunidad religiosa. Se trata de una iniciativa de los Sagrados Corazones que propone a chicos de la pastoral convivir en la comunidad durante un periodo de tiempo. Luis lo recuerda con cariño. Hubo con quien estrechó más lazos y con quien costó más, pero para él “fue muy valioso que todos rezasen con nosotros a las siete de la mañana”.
“La apertura de la comunidad religiosa –afirma– es muy positiva porque te acerca a chavales con inquietudes. Y yo rezo cada día por las vocaciones, no solo a la Vida Religiosa, sino a ser cristiano consciente, coherente y comprometido. A ellos les mostramos nuestra vida como es, la real…”. La que se juega cada día en torno a la mesa donde se encuentran para compartir la vida. La de verdad.