La religiosa mexicana Leticia Gutiérrez, scalabriniana, es la delegada de Migraciones de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. Llegó para desempeñar dicha función en verano de 2018, tras un período muy intenso en su país que le había acabado pasando factura en lo emocional: “Después de 11 años de volcarme en una presencia necesaria y muy enriquecedora, pero también marcada por la fuerte tensión ante situaciones muy complejas y dolorosas, llegué a un punto de colapso y pedí un cambio”.
Durante seis años fue la secretaria ejecutiva de la Dimensión de la Movilidad Humana del Episcopado mexicano, con lo que eso supone en su país, donde decenas de miles de personas huyen de la violencia y la falta de oportunidades en Centroamérica y buscan un nuevo horizonte en Estados Unidos, quedando bastantes veces varadas en México, donde muchas de ellas padecen el hostigamiento de tratantes y otros que las explotan laboralmente. Al concluir su mandato y desde la amplitud de miras que le había dado un ámbito de decisión a nivel nacional, “fundé la entidad Scalabrinianas Misión con Migrantes y Refugiados (SMR), con la que, durante otros seis años, acompañamos a las víctimas del proceso migratorio que pasaban por nuestro país y que venían muy dañadas. Además, ofrecíamos protección a líderes sociales comprometidos en la defensa de los derechos humanos de personas migrantes y que se veían fuertemente hostigados. Por esta labor, nosotros también recibíamos muchas amenazas de los grupos criminales y el estrés era enorme”.
Después de 11 años ciertamente intensos, sintió la necesidad de parar y, tras hablarlo con la congregación, la enviaron a Guadalajara, cuya pastoral migrante estaba en manos de religiosas scalabrinianas desde 2003, habiendo antes que ella una hermana brasileña y luego otra paraguaya. Tras una reunión con el obispo, Atilano Rodríguez, apostaron por imprimir un sello “basado en la evangelización”. Algo que, para Leticia, se traduce en tres conceptos muy alejados del proselitismo: autenticidad del testimonio, adaptación a la realidad y respeto de la interculturalidad.
Apoyada completamente en un equipo de unos 20 voluntarios que ha ido evolucionando estos años (“con gente que ha entrado y otra que ha salido, pues Guadalajara no deja de ser un lugar de paso y muchos se van en busca de más oportunidades laborales”), la religiosa mexicana explica que “la gran mayoría, sobre el 80%, son propiamente personas de origen migrante. En su día fueron apoyados por la delegación y ahora quieren devolver esa ayuda a otras personas que hoy pasan por lo que ellos pasaron”.
Además, valora como un tesoro que entre los voluntarios haya católicos, evangélicos y musulmanes: “Nuestra identidad es la de un grupo intercultural e interreligioso que comparte su fe. No nos enfocamos en la parte asistencial, pues para el apoyo jurídico o para ofrecer ropa o comida nos apoyamos en Cáritas y en muchas otras entidades volcadas en estas necesidades. Nosotros les ofrecemos lo que somos, basando nuestra convivencia en el respeto y en la celebración conjunta. Así, por ejemplo, cuando llega el Ramadán, lo vivimos espiritualmente con nuestros hermanos. Y, cuando es Navidad o Semana Santa, también compartimos muchos momentos juntos. Por ejemplo, algunos compañeros marroquíes vienen a nuestras misas y es un testimonio precioso. Por supuesto, no se trata de cambiar a nadie, sino de compartir y celebrar juntos, de enriquecernos espiritual y humanamente”.
Algo que, entre otras cosas, muestran con sus voces: “Formamos un coro en el que tratamos de plasmar la religiosidad popular y abrirla a todos. Por ejemplo, si antes eran los ecuatorianos los que celebraban a la Virgen de El Quiche, ahora ya tratamos de estar todos. Y lo mismo cuando es la Virgen de Aparecida o la Chinita, no siendo ya solo una cosa exclusiva de brasileños o venezolanos. Tratamos de estar presentes en todas las culturas y hace poco cantamos en la celebración de la Virgen de Bisila, muy querida por la gente de Guinea Ecuatorial, y lo hicimos en su propia lengua. La clave es siempre ampliar la mirada y que prime más la diversidad que la identidad”.
También cuentan con un grupo de teatro con un enfoque social e intercultural que ya ha representado tres obras: “’Camino’, una performance de las vicisitudes que viven las mujeres migrantes, del director Moisés Mato, y dos de la dramaturga Violeta Dámel: ‘El barco de Renato’ y ‘ConDominio Humano’”.
Otro eje de la acción de la Delegación de Migraciones es “cambiar la mirada hacia el migrante y que este pase de ser un objeto asistencial a un sujeto sociopolítico activo y, en la Iglesia, constructor del Reino”. En este sentido, están realizando una fuerte labor de incidencia con el Ayuntamiento de Guadalajara para que este cambio de paradigma se aprecie ya en lo cultural. Por ahora, ya ha habido dos grandes hitos en lo que va de año: “En las fiestas patronales, en septiembre, el enfoque intercultural ya se ha plasmado en un escenario donde han estado presentes diversas manifestaciones artísticas y musicales. Y ya antes, en abril, en la Plaza de la Concordia, el Ayuntamiento organizó una feria intercultural que tuvo muchísimo eco y que, además de en el arte y en la cultura, se visibilizó en la gastronomía”.
En todas estas iniciativas políticas están muy involucrados los voluntarios de la entidad diocesana, poniendo todos de manifiesto “la diversidad que marca hoy a Guadalajara, donde hay gente con orígenes muy diferentes y que nos enriquecen a todos”. Pero es que, además, ha sido tal el éxito de ambas acciones, que “ya vamos consiguiendo salir de Guadalajara y abrirnos a otros municipios de la diócesis. De hecho, del 22 al 23 de octubre, el pueblo de Marchamalo celebró su propia feria intercultural y allí estuvieron presentes Bulgaria, Rumanía, Marruecos, Ecuador, Colombia, Argentina, República Dominicana o Venezuela a través de manifestaciones de distinto signo, como la música, la poesía o la gastronomía”.