Solo un kilómetro separa la Mezquita del Palacio Real de la Catedral de Nuestra Señora de Arabia. El Papa lo recorrió en su pequeño utilitaria y poco antes de las seis de la tarde (las cuatro en España) hizo su ingreso en este templo construido gracias al regalo de nueve mil metros cuadrados que hizo el Rey Hamad bin Isa el 11 de febrero del 2013, festividad de Nuestra Señora de Lourdes.
El millar de personas que le recibieron se prodigaron en aplausos, besamanos y saludos mientras la coral entonaba un himno litúrgico. En las paredes central y laterales relucen por su intenso colorido dieciséis iconos de Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, pinturas realizadas con su conocido estilo bizantinista que también utilizó en la Catedral madrileña de la Almudena. Si de algo vale mi opinión me atrevería a decir que aquí encajan mejor…
La lectura de los párrafos de los Hechos de los Apóstoles (2, 9-11) que relatan el milagro pentecostal hizo que todos los presentes, provenientes de confines geográficos y lingüísticos muy diferentes, entendieran el discurso del Pontífice. Tras saludar al Patriarca Bartolomé, que estaba sentado a su derecha, afirmó que “la variedad de orígenes y lenguajes no es un problema sino un recurso”.
Desarrolló su homilía sobre dos temas: la unidad en la diversidad y el testimonio de vida. Y recordó que “la unidad, para la que estamos en camino, consiste en la diferencia. No nos encierra en la uniformidad sino que nos dispone a acogernos en las diferencias”. Luego formuló entre otras esta pregunta: “¿Qué hago por estos hermanos y hermanas que creen en Cristo pero no son de los míos?”.
Sobre el testimonio de vida recalcó que “la fe no es un privilegio que tenemos que reivindicar sino un don que compartir… nuestro discurso no es algo que tenemos que hacer con palabras sino con un testimonio que hay que mostrar con los hechos”.
Después de una oración leída en inglés por el Patriarca de Constantinopla, Francisco impartió su bendición a todos los fieles, acompañada por la del cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, y la de todos los líderes cristianos que participaban en este encuentro ecuménico de oración por la paz y a los que el Papa saludó con su habitual cordialidad.