El argentino Lucas Oviedo, natural de Santiago del Estero, vino a Cáceres en 2011 por amor: “Conocí a la que sería mi mujer, Cristina, unos años antes por Internet. Primero fuimos amigos y luego tuvimos una relación a distancia. Hasta que supimos que lo nuestro era algo verdadero y vine aquí con solo 23 años. Seis años después nos casamos y hoy somos padres de dos hijos mellizos, Pedro y Bruno”.
Pero, en España, Lucas acabó encontrando algo que había perdido hacía tiempo: “Como el hijo pródigo, me reencontré con mi fe. Mis padres pertenecen a los Cursillos de Cristiandad y yo me crié en su espiritualidad, pero hacía años que ya no practicaba. En 2015, en una visita de mi madre, me animó a conocer a la gente de los Cursillos de Cáceres. Al final, me decidí y me apunté para ir un fin de semana de experiencia… Y así, de un modo natural e imprevisto, fue cómo volví a la fe de mi juventud. Fue un proceso gradual, poco a poco, pero ese reencuentro, esa reconversión, acabó siendo ya definitiva”.
Fue así como se acercó a su parroquia, la de San Juan Macías, dirigida por dominicos, y se ofreció para dar catequesis de Primera Comunión. Algo que hizo mientras se seguía formando y en lo que acabó viendo algo propio y diferente que podía aportar a su comunidad: “Siempre he sentido una gran vocación por la adoración eucarística. Por eso, siempre he dedicado los últimos 15 minutos de las catequesis a un rato ante el sagrario, con silencio y música. Y noto que a los chicos les hace bien…”.
Tras varios años madurando la idea, en unas vacaciones en Argentina, conoció a un grupo de niños adoradores. Maravillado al verles rezar juntos, en ese mismo momento tuvo claro que eso era lo que quería para su comunidad creyente en Cáceres. Y, sin dudarlo, al regresar de su viaje, lo ofreció al párroco.
Con la implicación de varios parroquianos, en junio cerraron su primer curso, contando entre 25 y 30 niños de postcomunión (aunque también se ha abierto a sus amigos, llegando a acudir chicos de solo cinco años), que han participado activamente en sus reuniones mensuales: “Los primeros viernes de cada mes, de cinco a siete y media de la tarde, hemos tenido dinámicas de grupo para conocernos, un rato de catequesis sobre un tema concreto, unos 45 minutos de adoración y una merienda final”.
Un caudal de fe en el que este argentino, que se ha encargado de preparar un librito de oraciones y un crucifijo para cada niño, se muestra feliz en el inicio del segundo curso: “Lo importante es que en el corazón de los chicos queda sembrada la semilla de la fe. Como me paso a mí, por la vida de cada uno, muchos de ellos se podrán alejar de Dios, pero lo vivido queda en ellos y tienen que saber que siempre pueden volver a la fuente de todo, Jesús”.