Es de sentido común comenzar esta crónica dando al protagonista del viaje, Francisco, la posibilidad de formular su balance. En el vuelo 7208 de la Gulf Air, en el que regresábamos a Roma después de tres días y medio de estancia en Bahréin, Bergoglio, como es habitual, celebró una conferencia de prensa en la que respondió a las preguntas que le planteamos los periodistas que le hemos acompañado en esta aventura. Siempre insiste en que sean los informadores del país que ha visitado los primeros en preguntar.
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Así lo hizo al responder a Fátima Al Najem, simpática colega de la Bahrain News Agency: “Ha sido un viaje de encuentro porque la finalidad era precisamente esa: encontrarse en el diálogo interreligioso con el islam y en el diálogo ecuménico con el patriarca Bartolomé. Las ideas que ha expuesto el gran imán de Al-Azhar iban en la dirección de buscar la unidad, unidad dentro del islam, respetando los matices y las diferencias, pero con unidad; unidad con los cristianos y con las otras religiones. Para entrar en el diálogo interreligioso y en el diálogo ecuménico es necesaria una identidad propia, no una identidad difusa. (…) En resumen, ha sido un viaje de encuentro. Para mí, la novedad ha sido conocer una cultura abierta a todos. En vuestro país hay un lugar para todos. Lo he visto y me lo ha dicho el Rey: aquí cada uno hace lo que quiere; si una mujer quiere trabajar, que trabaje. Apertura total. Y también la parte religiosa, la apertura. Me ha impresionado la cantidad de cristianos: filipinos, indios del Kerala que han venido aquí y viven y trabajan en el país”.
Con este preámbulo, iniciamos el relato de los momentos más significativos de este viaje que, antes de que comenzara, había suscitado en ambientes curiales comentarios sarcásticos: “Pero, ¿qué se le ha perdido al Papa en ese país islámico podrido de dinero?”, me comentó un eclesiástico de larga permanencia en Roma.
La aventura comenzó a las cinco de la tarde del jueves 3 de noviembre cuando el avión papal se posó en las pistas de la base militar de Shakir, donde acudieron a recibir al Pontífice el Rey, Hamad bin Isa Al Khalifa, el príncipe heredero y primer ministro, y otros miembros de la familia real. Después de un encuentro privado, Francisco y el monarca saludaron al gran imán de Al-Azhar, Ahmad Muhammad Al-Tayyeb, figura clave en este viaje.
Bienvenida
Con una caravana de lujosos coches blindados –entre los que era una excepción el utilitario blanco en el que viajaba Bergoglio– y precedidos por una imponente escolta, llegaron al Palacio Real, una inmensa propiedad construida en 1901 y varias veces reconstruida para deslumbrar a todos sus visitantes. Finalizados los rituales actos de cortesía, tuvo lugar la muy solemne ceremonia de bienvenida en el patio flanqueado de columnas de mármol de Carrara de la residencia real, donde se interpretaron los himnos nacionales mientras resonaban las 21 salvas de cañón. Además de la familia real al completo, del Gobierno de la nación y de las autoridades religiosas, estaba presente el Cuerpo Diplomático.
En su discurso, el rey Hamad dio la bienvenida a su huésped “al país de la tolerancia, de la convivencia y de la paz”, punto de encuentro desde hace cinco mil años de diversas civilizaciones “en un clima abierto y tolerante”, vigente en nuestros días porque “todos gozan de la libertad de ejercer su propio credo y de construir sus lugares de culto, en un clima de amistad, sintonía y recíproco reconocimiento”.
En su respuesta, Francisco se inspiró en el llamado “árbol de la vida”, una acacia majestuosa que, desde hace cuatrocientos años, sobrevive gracias a sus profundas raíces en una zona desértica, y destacó que ese “agua vital” alimenta la riqueza de Bahréin “en su variedad étnica y cultural, en la convivencia pacífica y en la tradicional hospitalidad de la población. Una diversidad que no es uniformadora, sino inclusiva, es la que representa el tesoro de todo país verdaderamente desarrollado. Y en estas islas se ve una sociedad heterogénea, multiétnica y plurirreligiosa, capaz de superar el peligro del aislamiento”. No dejó de lamentar que, “por el contrario, asistimos con preocupación al crecimiento a gran escala de la indiferencia y de la sospecha recíproca, a la expansión de rivalidades y contraposiciones, que se pensaban superadas, a populismos, extremismos e imperialismos que ponen en peligro la seguridad de todos”.
Pena de muerte
Antes del viaje, diversas entidades habían desaprobado la visita papal a un país que mantiene una cierta discriminación por parte de las autoridades sunitas a la población chiíta (que llega al 43 %) y a un régimen político que reprimió con extrema dureza los movimientos populares de 2011, llegando a ejecutar seis penas de muerte y a encarcelar a varios centenares de ciudadanos; 27 de ellos corren hoy el riesgo de que se les aplique la condena capital. Se considera muy probable que el Papa haya tratado este tema con el Rey y le haya solicitado –como nos indicó el cardenal Miguel Ángel Ayuso en un momento del viaje– una amnistía, como suele suceder en visitas importantes como esta.
En todo caso, en su discurso, Francisco, sin mencionar el tema expresamente, aludió a él al pedir que “la misma dignidad y la igualdad de oportunidades sean reconocidas concretamente a cada grupo y a cada persona; para que no haya discriminaciones y los derechos humanos fundamentales no sean violados, sino promovidos. Pienso principalmente en el derecho a la vida, en la necesidad de garantizarlo siempre, también en relación a los que son castigados, cuya existencia no puede ser eliminada”.
Identidad migrante
Otro argumento que el Papa abordó fue el de las migraciones, destacando que “el Reino de Bahrein ostenta una de las tasas más elevadas del mundo; cerca de la mitad de la población residente es extranjera y trabaja de modo notable por el desarrollo de un país en el que, aun habiendo dejado la propia patria, se siente en su casa. Pero no se puede olvidar que en este tiempo el trabajo es aún muy escaso y hay demasiado trabajo deshumanizador”.
Concluida la jornada, el Papa se retiró a su residencia, que, por cierto, ha sido una de las reservadas a los huéspedes del monarca, ya que en Bahréin no hay nunciatura y el nuncio, el irlandés Eugene M. Nugent, reside en Kuwait, país donde también es nuncio, así como del vecino Qatar.
El viernes 4 fue una de las jornadas más intensas de esta visita, que comenzó con la clausura del ‘Foro de Diálogo Oriente-Occidente para la convivencia humana’, que había reunido a dos centenares de líderes religiosos, la mayoría musulmanes, pero no solo, puesto que han participado cristianos, judíos y miembros de otras religiones. También estuvo Miguel Ángel Moratinos, representante personal del Secretario General de la ONU para la “Alianza de las Civilizaciones”. El Foro ha sido organizado conjuntamente por el Consejo Musulmán de Ancianos (fundado en 2014 en Abu Dabi), el Consejo Supremo de Asuntos Islámicos y el Centro Global para la Coexistencia Pacífica, del Rey Hamad.
Fue este quien tomó la palabra para saludar al Papa cuando hizo su entrada en la Plaza Al Fida del monumental complejo del Palacio Real, al que siguió el discurso de Al-Tayyeb, verdadero sabio cuya autoridad moral comienza a rebasar incluso los límites del mundo sunita para ser también reconocida y aceptada por el sector más “liberal” del chiísmo representado por el gran ayatolah Ali al-Sistani (con el que Bergoglio se entrevistó durante su visita a Irak).
Actuar con limpieza
El egipcio subrayó la “actual ausencia de justicia” en el mundo, asegurando que, “cuando una ley divina no es observada, todo el mundo y la naturaleza son perturbados”; rechazó el “excesivo deseo de poseer y consumir, el comercio letal de armas pesadas y su exportación a países del tercer mundo”. En su opinión, algunos políticos “presentan a Europa como un idílico jardín de prosperidad y al resto del mundo como una jungla. (…) Esto sucede cuando la fuerza militar sustituye a la política genuina. Yo invoco que se sustituyan esas políticas con la cultura en la esfera de las relaciones internacionales”.
Sorprendió a muchos que se dirigiese a sus hermanos musulmanes invitándoles a un “diálogo islámico, un diálogo sobre la unidad, la cohesión y el reacercamiento, un diálogo para la fraternidad islámica sin divisiones, discordias ni sectarismos. (…) Abandonemos toda conversación de odio, provocación y excomunión y rechacemos todos los conflictos antiguos y modernos en todas sus formas y con todos sus efectos negativos”. Finalmente, manifestó que cree que, “si todos nosotros tenemos buena voluntad y determinación, podemos crear un modelo civil que muestre un islam y a unos musulmanes en el justo camino que enseña la religión; una religión que exige a sus seguidores, más que a los otros, actuar con limpieza”.