Vaticano

Francisco, en plena tensión por los misiles en Polonia, pide que “el Señor convierta los corazones” de quienes alientan la guerra

  • Reivindica en la audiencia general que, más que pedirle “favores”, se le pregunte a Dios: “¿Cómo estás?”
  • Cree que una cierta dosis espiritual de “sana tristeza” nos nutre más que la aparente “serenidad perfecta”
  • “La desolación provoca una sacudida del alma, nos mantiene alerta, fomenta la vigilancia y la humildad”





Horas después de que dos misiles cayeran en la aldea polaca de Przewodow, en la frontera con Ucrania, matando a dos personas, y cuando la comunidad internacional contiene el aliento mientras los estados miembros de la OTAN investigan si los proyectiles han sido o no lanzados por Rusia, el papa Francisco ha pedido que “el Señor convierta los corazones” de quienes alientan la guerra.



En la audiencia general celebrada este miércoles 16 de noviembre en San Pedro, Bergoglio ha vuelto a tener presente a “la atormentada Ucrania”, rezando para que “el Señor dé a los ucranianos consuelo, fuerza en la prueba y esperanza de paz”. También ha orado por las víctimas del reciente atentado en Estambul.

Desolación

Más allá de la actualidad, ha proseguido con su catequesis sobre el tema del discernimiento, reivindicando “lo importante que es leer lo que se mueve en nuestro interior para no tomar decisiones precipitadas” que se “lamentan cuando es demasiado tarde”.

En este sentido, la clave es ver la oportunidad que puede latir detrás de toda crisis, personal y comunitaria. Así, en el terreno espiritual, cuando acecha la “desolación”, esta “puede ser una oportunidad de crecimiento”. De hecho, “si no hay un poco de insatisfacción, una sana tristeza, una sana capacidad de habitar en la soledad, de estar con nosotros mismos sin huir, corremos el riesgo de quedarnos siempre en la superficie de las cosas y no tomar nunca contacto con el centro de nuestra existencia”.

De este modo, hay que apreciar que “la desolación provoca una sacudida del alma, nos mantiene alerta, fomenta la vigilancia y la humildad y nos protege de los vientos del capricho. Estas son condiciones indispensables para el progreso en la vida y, por lo tanto, también en la vida espiritual”.

Nos hace inhumanos

Y es que “una serenidad perfecta, pero ‘aséptica’, cuando se convierte en el criterio de las elecciones y del comportamiento, nos hace inhumanos, indiferentes al sufrimiento de los demás e incapaces de aceptar el nuestro”.

Como ejemplo de lo reivindicado, Bergoglio ha asegurado que, para “muchos santos”, como “Agustín de Hipona, Edith Stein, Joseph Benedict Cottolengo o Carlos de Foucauld”, ha sido “la inquietud” la que ha marcado “un impulso decisivo para dar un giro a sus vidas”. Porque “las decisiones importantes tienen un precio que la vida presenta; un precio que está al alcance de todos”.

Además, “la desolación es también una invitación a la gratuidad, a no actuar siempre y solo con vistas a la gratificación emocional. Estar desolados nos ofrece la oportunidad de crecer, de iniciar una relación más madura y hermosa con el Señor y con los seres queridos; una relación que no se reduce a un mero intercambio de dar y recibir”.

El amor por los padres

En este punto, el Papa ha puesto un ejemplo fácilmente entendible: “De niños, a menudo buscamos a nuestros padres para conseguir algo de ellos: un juguete, dinero para comprar un helado, un permiso… Y así los buscamos, no por ellos mismos, sino por un interés. Sin embargo, el mayor regalo son ellos, los padres, y lo comprendemos a medida que crecemos”.

A nivel espiritual, constatamos cómo “muchas de nuestras oraciones también son un poco así, peticiones de favores dirigidas al Señor, sin ningún interés real por él. El Evangelio señala que Jesús estaba a menudo rodeado de muchas personas que le buscaban para algo, curaciones, ayuda material, pero no simplemente para estar con Él. Estaba presionado por las multitudes, pero estaba solo”.

De ahí su llamada, que “puede parecer extraña, irreal”, a “preguntar al Señor: ‘¿Cómo estás?’. Es una forma muy hermosa de entrar en una relación verdadera y sincera con su humanidad, con su sufrimiento, incluso con su singular soledad. Con Él, que quiso compartir su vida con nosotros en plenitud”.

Resultados imprevisibles

Como ha concluido el Papa, “los que rezan se dan cuenta de que los resultados son imprevisibles: experiencias y pasajes de la Biblia que a menudo nos han emocionado, hoy, extrañamente, no despiertan ningún transporte. Y, de forma igualmente inesperada, las experiencias, los encuentros y las lecturas a las que uno nunca había prestado atención o que preferiría evitar (como la experiencia de la cruz) traen una paz inesperada”.

Por eso, “ante las dificultades, no te desanimes nunca, sino que afronta la prueba con determinación, con la ayuda de la gracia de Dios, que nunca nos falla. Y, si oímos en nuestro interior una voz insistente que quiere apartarnos de la oración, aprendamos a desenmascararla como la voz del tentador; y no nos dejemos impresionar: ¡hagamos simplemente lo contrario de lo que nos dice!”.

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