En el Mundial de México 86 era un niño de 11 años y admiraba al portero Pablo Larios y a Hugo Sánchez, por eso “me identifico con los delanteros y esa fue la posición en la que más jugué en la escuela y en el seminario”, recuerda David Jasso, sacerdote mexicano y secretario técnico del proyecto global del Episcopado mexicano, sobre su relación con el fútbol. Su vida ha dado muchos vuelcos.
En 1994, ingresó en el seminario, y estuvo hasta 2003, cuando decidió marcharse. Le faltaba solo año y medio para terminar: “Llegué hasta tercero de Teología. Había ingresado con 17 años y me retiré a los 26 con 20 pesos en la cartera (risas)”. Un mes después, se encuentra con Jorge Urdiales, presidente del club de fútbol Rayados de Monterrey, comienza como coordinador de responsabilidad social, luego jefe de prensa, hasta convertirse en el gerente deportivo. Aunque no fue jugador, “por supuesto que, para ejercer estos cargos, hay que saber jugar fútbol”, precisa.
Fueron años intensos para él: viajes, novias, un ambiente de lujos, trato VIP codo a codo con famosos; pero, en 2011, “tuve un tiempo para discernir, Dios seguía llamándome para servir”. Deja el Rayados, funda una empresa de mercadotecnia y se dedica a la docencia. En 2012, pide reingresar al seminario, hasta que en 2018, con 41 años, al fin se ordena sacerdote. No ‘calentó banquillo’, porque fue fichado por el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) en 2019 como secretario adjunto y asumió la coordinación de la Asamblea Eclesial. El sacerdote charla con Vida Nueva. De telón de fondo, el Mundial de Qatar 2022.
PREGUNTA.- Colgó las botas por la sotana. ¿Le costó mucho?
RESPUESTA.- Estuve en el seminario ocho años, antes de trabajar como directivo en el futbol mexicano profesional. Luego tuve una empresa propia de consultoría y marketing para después continuar mi formación sacerdotal y ser ordenado sacerdote. La semilla de la vocación en ese tiempo siempre estuvo presente, a ratos muy intensamente y otras veces no tanto. Pero cuando, llegó el momento de discernir, me sentí contento y agradecido con Dios por haber tomado la decisión. El camino a la ordenación sacerdotal no fue fácil ni tampoco el ministerio sacerdotal. Como un partido de fútbol, a veces va uno arriba en el marcador y otras veces se pierde o no se juega por estar en el banquillo, pero todo ha sido gracia y bendición.
P.- Tras su cambio, ¿qué dijeron sus compañeros de equipo y cómo lo ven ahora?
R.- Todos sabían que había estado en el seminario. Los técnicos y algunos jugadores me decían ‘curita’ o ‘padrecito’ con cariño. Cuando supieron o les compartí la noticia de mi regreso o incluso de mi ordenación, se alegraron y los más cercanos asistieron a mi primera misa. He tenido la oportunidad de apoyarles con la celebración de algún sacramento o acompañarles con mi oración y cercanía en alegrías y en otros momentos.
P.- ¿Recuerda historias de conversión y fe en el mundo del fútbol antes de ser sacerdote?
R.- Más que de conversión, de testimonio, de fraternidad y de solidaridad. Fui testigo de la fe en Dios y en la Virgen de Guadalupe de muchos jugadores, del apoyo cuando alguno del equipo tenía una necesidad, de sumarse a una causa social determinada y de orar juntos antes de salir a la cancha. Ante el fallecimiento de Antonio de Nigris, ex jugador del equipo y hermano de Aldo de Nigris, quien en ese momento jugaba con nosotros, nos unimos, celebramos la misa y puedo decir que se sentía una mística muy especial. También cuando fuimos campeones dimos gracias a Dios en medio del festejo.
P.- ¿Cómo se describiría entre tantos cambios en su vida?
R.- Como un sacerdote que ama a Jesús, a la Iglesia y que quiere caminar como pueblo. Me considero apasionado y entregado en lo que me corresponde hacer, y con el sueño de una mejor Iglesia y mejores comunidades, barrios, ciudades, países…
P.- Una operación a corazón abierto, la muerte de su padre… ¿Qué lecciones le dejaron dos momentos así?
R.- Marcaron mi regreso al seminario. Tras diez años de estar fuera y haber vivido en el mundo del fútbol y de la empresa, volver a la formación sacerdotal fue un reto. Estas dos experiencias antes de mi ordenación sacerdotal me enseñaron a vivir el abandono en el Señor y la confianza plena en Él. La operación de corazón me hizo un poco más sensible ante el dolor de las personas y ahora sé que mi papá, desde el cielo, nos cuida como familia e intercede por nosotros.