El sábado 19 de noviembre, la entidad cristiana Encuentro y Solidaridad se concentraba junto al Teatro Real de Madrid para visibilizar, en forma de tarjeta roja, su solidaridad con las víctimas que ha dejado la construcción de las infraestructuras para el próximo Mundial de fútbol.
Y es que, desde que la FIFA decidió en 2010 celebrar allí su campeonato más significativo, la Copa del Mundo, no han dejado de sucederse las manifestaciones contra la forma en la que en esta región de la península arábiga, que tiene la tercera reserva mundial de gas natural, con el gobierno absolutista de la familia Al Thani a la cabeza, pisotea los derechos humanos, especialmente de los migrantes que han acudido en estos años al país.
Junto a los indicios de corrupción en el proceso de selección de la sede de esta 22ª edición del campeonato mundial, desde el primer momento son muchas las plataformas sociales que no han ocultado su preocupación por que Qatar, un país donde se mantiene la pena de muerte para los homosexuales, sea el lugar idóneo para una competición con tanta repercusión.
A esto, enseguida se ha sumado el hecho de que el país ha estado en el foco de la inteligencia internacional por su vinculación con el terrorismo islamista o la situación de las condiciones laborales de los trabajadores migrantes. Aspectos para los que la Familia Real y la organización del campeonato no han dado respuestas muy satisfactorias y se han conformado con decir que las informaciones son bulos.
En 2008, se inauguró el primer templo católico de Qatar desde la conquista musulmana del siglo VII. Es la iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Doha, situada en una zona donde hay espacios de oración para anglicanos, ortodoxos, coptos y fieles del rito siro-malabar. Se convertirá así en el punto de referencia con un plan pastoral específica para los católicos de las selecciones, sus delegaciones o espectadores del Mundial. En esta atención se empeñará la actual comunidad, formada por entre 200.000 y 300.000 católicos, procedentes de otros países y empleados en varios proyectos relacionados con la infraestructura pública del país. No en vano, se trata del templo cristiano más grande del Golfo Pérsico, con capacidad para más de 2.000 fieles.
Sin duda alguna, la situación de los trabajadores extranjeros ha sido el elemento crítico que ha hecho despertar a la comunidad internacional. Un completo informe de la Fundación para la Democracia denuncia que más de 7.000 trabajadores han muerto en las obras de este mundial, entre estadios, red ferroviaria, hoteles, centros de convenciones… Lo que supone un promedio de 12 vidas perdidas a la semana desde 2010. La mayoría de los trabajadores proceden de Nepal, India, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka.
El presidente de esta fundación, Guillermo Whpei, que ha hecho un seguimiento continuo de la problemática, está satisfecho por la “visibilidad” que los medios han dado al informe, a pesar de ser un tema que “muchos prefieren esconder”. “En 2018 se lo presentamos al papa Francisco, que demostró su interés y preocupación sobre el tema”, destaca a Vida Nueva. Y no solo interés. Al conocer de boca de Whpei estas vejaciones contra los derechos humanos, el Pontífice argentino se habría mostrado horrorizado y habría compartido un espontáneo “yo no puedo creer esto”. Acto seguido, escribiría una carta de puño y letra para el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, donde abordaba esta lacra. Hasta ahora, no ha trascendido que Infantino respondiera o tomara cartas en el asunto.
En esta previa a que el balón comience a rodar, el presidente de la fundación espera “que todo el planeta sepa que esta vez el Mundial se jugará en estadios manchados de sangre. Miles de trabajadores migrantes han perdido la vida para el disfrute de unos pocos… Este es el Mundial de la vergüenza”, denuncia.
Si bien reconoce que ha habido “tibias mejoras” de última hora, reclama que, para los dirigentes qataríes, “hecha la ley, hecha la trampa”, ya que, tras la presión internacional, “supuestamente se abolió el sistema del kafala, en el que los trabajadores quedaban a merced de la voluntad de un empleador, en una relación muy asimétrica”, pero se sustituyó por un sistema de visado que ha obligado a los trabajadores a pagar grandes sumas en el mercado negro. “Ahora, el trabajador le paga mensualmente al revendedor de la visa y sigue estando a merced de un sistema que no puede vencer. Un trabajador llega a pagar 3.500 euros a un reclutador para conseguir un trabajo que le dará un salario mensual de 285 euros”, relata, tachando la situación en Qatar de auténtica “esclavitud”.
A pesar de esto no se esperan grandes boicots y se teme que los pocos derechos conseguidos en este tiempo se vayan con los futbolistas el próximo 18 de diciembre, al acabar el campeonato. “El fútbol es tan fuerte que moviliza al mundo, y es por eso por lo que el papel de la FIFA es clave. En vez de recomendar a las federaciones de todo el mundo que se centren en el fútbol, deberían pedirle al mundo que se centre en los derechos humanos. Ese es el desafío”, exige, citando a Maradona, cuando reclamaba que “la pelota no se mancha”.