El cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, quiere que la Iglesia española no sea un obstáculo para la clase política o un grupúsculo que funcione al margen del convulso contexto socioeconómico que habla de una crisis generalizada. Al menos, así lo dejó caer durante su discurso de apertura de la Asamblea Plenaria de otoño que está llamada a elegir al nuevo secretario general de la Conferencia Episcopal Española, para sustituir a Luis Argüello, que deja el cargo tras ser nombrado arzobispo de Valladolid el pasado junio.
El presidente del Episcopado se sirvió de esta intervención para visibilizar que la Iglesia “quiere cooperar activa e intensamente con las administraciones públicas, los agentes sociales y la sociedad civil en su conjunto”. Sobre todo, al constatar que “las respuestas políticas se atascan y no fluyen para encontrar soluciones a los graves problemas sociales”. Frente al “divide y vencerás”, el cardenal propuso una “fraternidad” eminentemente práctica. “Queremos mirar el mundo desde los ojos del que sufre, del que se queda al margen, del que experimenta la soledad, del que no llega a final de mes, del que no puede recibir la asistencia que necesita, del que padece alguna enfermedad…”, entonó con los datos de Cáritas en una mano y la entrega de tantas comunidades eclesiales en la otra.
Lejos de quedarse en una formulación abstracta, lo aterrizó en un plan de acción que pasa por reivindicar la familia como “gran fuente de estabilidad social”, proponiendo una “promoción activa de la conciliación laboral”, especialmente de las mujeres. A la par, reclamó una “política activa de vivienda” para que los jóvenes puedan emanciparse y condenó “el drama del paro” y “la precariedad laboral”. Al hilo de esta cuestión reclamó “un gran pacto de rentas que permita a las familias superar con cierta dignidad este tiempo de travesía por el desierto”.
En este paquete de medidas, también planteó “unas políticas de acogida ordenada de inmigrantes para que puedan integrarse dignamente en nuestra sociedad” con el fin de “protegerlos de los abusos y de la impiedad de las mafias”.
“Tampoco podemos permitir que las políticas sociales, para atender debidamente a las personas dependientes o en situaciones de necesidad, se queden en discursos de buenas intenciones y no se ejecuten proyectos concretos”, exigió el purpurado, que constató, con informe de Cáritas en mano, que “los procesos y trámites de las peticiones de ayuda se demoran y eternizan”.
No se olvidó de las carencias del sistema nacional de salud, deteniéndose en que “más de 80.000 personas fallecen cada año en nuestro país sin recibir la atención paliativa que precisan”. Además, puso en primer plano la soledad de los ancianos para remarcar que “una sociedad que no cuida a los más frágiles es una sociedad que está en vías de extinción”.
Además, sacó pecho de las iniciativas que ya ha puesto en marcha la Iglesia para salir al rescate de los más vulnerables y mostrar que “otro mundo es posible”. De esta manera, elogió la labor de la pastoral de migraciones para “recuperar la población en la España vaciada” y recordó cómo se está apostando por “una economía con alma”.
Con la mirada puesta en los niños y jóvenes, se detuvo en “la crisis de identidad provocada por las ideologías de género”. Sobre la ley trans, denunció que no ayuda “a educar a los adolescentes y jóvenes en la belleza y en el sentido de la sexualidad y que, además, no potencia la responsabilidad de sus actos ni la valoración madura y sosegada sobre las consecuencias”. En relación con la ley del aborto, condenó que “se refuerza el derecho del fuerte sobre el débil”.
Todo ello, le llevó a afirmar que “se intentan sacar adelante por la vía rápida una serie de leyes de profundo calado ideológico, sin ser debatidas con sosiego, sin escuchar el parecer de las diferentes instancias científicas y éticas de nuestra sociedad”. “La llamada autodeterminación de género, auténtica piedra angular de esta norma no tiene fundamento médico ni científico”, sostiene Omella.
Ese mismo tirón de orejas lo amplió para compartir que “la crispación política no ayuda a resolver los problemas ni a ofrecer serenidad a la ciudadanía. Necesitamos, pues, hallar la confianza necesaria y el empuje anímico para salir de esta situación”. ” Es la hora de los hombres y mujeres de Estado que miran a largo plazo, de los que se atreven a tomar decisiones importantes para asegurar el bien y la prosperidad para las próximas generaciones y no el rédito partidista inmediato”, suscribió.
Pero, lejos de concentrarse en lanzar dardos a Moncloa o a la Carrera de San Jerónimo, el purpurado quiso “agradecer de corazón la labor de los políticos de cualquier signo que trabajan por el bien común”. Y como viene siendo habitual en sus más recientes intervenciones públicas, se sacó de la manga las bienaventuranzas del político que elaboró el cardenal vietnamita encarcelado Van Thuan.
Frente al tono algo agridulce de su discurso de primavera, en esta ocasión Omella arrancó recordando que nunca se han dado tiempos “verdaderamente fáciles” por lo que animó a los pastores a buscar “una oportunidad de profundizar en la fe, de mejorar nuestra vida cristiana, de ir a lo esencial”. “No nos dejemos abatir”, recomendó a los católicos, convencido de que “los nuevos desafíos pueden ser oportunidades de crecimiento”. Es más, advirtió del “riesgo todavía más peligroso” de que “reaccionemos espontáneamente con una actitud de autodefensa, sin detenernos con fe, con calma, con sensatez evangélica”.
En clave interna, el presidente de los obispos defendió el camino sinodal promovido por Francisco “a la luz del Concilio Vaticano II” hacia “una Iglesia más participativa, misionera y en comunión”. “El papa Francisco ha introducido la novedad de comenzar el trabajo desde abajo, garantizando que nadie quede sin ser escuchado”, valoró el purpurado, que recordó que ante este proceso “no cabe la pasividad ni la resignación”.
“No podemos caer en la ingenuidad de pensar que estos problemas se solucionan con simples retoques organizativos”, comentó el arzobispo de Barcelona que llamó a los obispos presentes a no dejarse llevar por los extremos: “El progresismo que se adapta al mundo y el tradicionalismo o involucionismo que añora un mundo pasado”.