Límite 48 horas. Es el margen de maniobra que tienen los obispos españoles para plantearse quién tomará las riendas del día a día de la Conferencia Episcopal durante los próximos cinco años. La decisión de Luis Argüello de dejar la Secretaría General después de ser nombrado arzobispo de Valladolid el pasado junio, adelantándose un año al final de su cargo, hace que la Asamblea Plenaria que se celebra entre el 21 y el 25 de noviembre se convierta en un cónclave que permite esbozar hacia dónde mira el Episcopado.
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Los adictos a las quinielas de incienso mareante han visto desfilar y fantasear en estos últimos meses y semanas nombres por doquier. Lo cierto es que, al igual que sucediera con Argüello, no hay sobre la mesa un único nombre que aparezca como caballo ganador. Pero también se diluyen las posturas enconadas que parecía haber en ternas anteriores, que hablaban de un candidato mirando a Roma y otro, más o menos de espaldas. En un repaso biográfico previo a los nombres que se barajan, a priori no habría candidato alguno negacionista del pontificado ni extremista en sus postulados eclesiásticos, sociales o políticos. Tampoco se esperan candidaturas sorpresas ni ases bajo la manga.
Los obispos se verán las caras el lunes por la mañana, punto de partida para murmuraciones y sondeos informales hasta que el martes por la tarde se reúna de forma extraordinaria la Comisión Permanente. Son los propios estatutos del Episcopado los que no determinan el número de candidatos de la Permanente presenta a la Plenaria, por lo que podría darse más de una terna de arranque. A partir de ahí, se abre una velada larga de conversaciones, cenas e intercambio de WhatsApp para calibrar la orientación de cada voto.
La lista se llevará a la Plenaria, que comenzará a votar a primera hora del miércoles 23 de noviembre. Serán 78 obispos electores en una elección que por primera vez será telemática. Será necesaria una mayoría absoluta –la mitad más uno– de los presentes en la sala para proclamar al nuevo secretario general. No sería extraño que se diera esta circunstancia en primera votación. Y en caso de que no fuera así, con este primer sondeo bastaría para que el candidato con mayor número de sufragios registrara un respaldo masivo en la segunda votación. Sería muy extraño que se forzara una tercera votación, puesto que se trasladaría un mensaje al exterior de posturas enconadas.
Las pistas de Omella
En cualquier caso, todos saben que en esa reunión de la Permanente puede resultar determinante cualquier pista más o menos implícita que deje caer el cardenal Juan José Omella. Primero, porque al secretario general se le presupone un estrecho colaborador del presidente y, por tanto, la conexión entre ambos resulta clave para una fluidez en el engranaje cotidiano de Añastro. Y segundo, por el volumen de información oficial y oficiosa que el arzobispo de Barcelona maneja de Santa Marta, Moncloa… Si la apuesta del expresidente Ricardo Blázquez fue determinante hace cuatro años al apostar por su auxiliar, cualquier insinuación de Omella podría inclinar la balanza más allá de la libertad e independencia propia de cada mitra.
Pero más allá de nombres, ¿cuál es el retrato del secretario general que consideran los obispos que necesita hoy la Iglesia española? “Un gestor, un hombre que trabaje en equipo y un puente negociador en lo institucional”, sentencia un pastor que admite que “no hay mirlos blancos como no hay obispo perfecto, yo no lo soy ni mucho menos”. “No podemos buscar calcos, pero el perfil de Argüello es un buen punto de partida, porque ha sabido dinamizar a los departamentos de Añastro para trabajar en común y ser eficaces, pero a la vez ha sabido situarse y situarnos ante el Gobierno con determinación sin generar bloqueos”, añade otro votante.
En cualquier caso, casi todos los prelados sondeados por Vida Nueva dan por hecho que el elegido será un obispo, a pesar de que la horquilla llega a todo el Pueblo de Dios, tanto sacerdotes como laicos. “A José María Gil Tamayo no se lo hicieron pasar bien por el hecho de ser solo sacerdote. Todavía nos queda un poco de clericalismo por el hecho de pensar que solo un obispo comprende a un obispo. Incluso, de cara afuera, los gobiernos parece que se cuadran más al ver un obispo que a un cura, es lo que hay”, argumenta un elector. De ahí que parezca desinflarse la siempre latente opción del vicesecretario de Asuntos Generales, Carlos López Segovia, amén de que el señalado ya se habría negado a coquetear con estas posibilidades ante sus posibles mentores.
Magán y Cobo
Así pues, a priori emergen los nombres de dos auxiliares: César García Magán, de Toledo, y José Cobo, de Madrid. A ambos, que comparten rectitud, entrega y afabilidad, ya les han hecho saber los suficientes obispos como para firmar esa lista de diez requeridos que les respaldarían en una votación. Es más, puede que ni siquiera haya que presentar sus nombres porque se da por hecho que aparecerán en la mesa de la Permanente.
De García Magán aprecian su capacidad para administrar en equipo y sin sobresaltos a la Primada de España, tanto con el emérito Braulio Rodríguez como con Francisco Cerro. A la par, se valora su acervo diplomático, con experiencia en Filipinas, Colombia, Nicaragua, Francia y Serbia. Quienes más le conocen saben que tiene otro plus añadido ante Moncloa: su pasado en la Secretaría de Estado del Vaticano en la sección para los países de lengua española se presenta como valor añadido ante una futurible reforma de los Acuerdos Iglesia-Estado.
Abogado antes que sacerdote y vinculado a la pastoral social y del trabajo, a Cobo se le presenta como el fontanero de Bailén, aquel que ha asumido los no pocos entuertos que siempre van ligados a la archidiócesis, unido a los enredos heredados del pasado y presente que ha ido encauzando. El hándicap a su elección radica en que el cardenal Carlos Osoro no vería con buenos ojos prescindir de su hombre de confianza en la recta final de su ministerio, además de considerar que no es el tiempo de Cobo para exponerse tan abiertamente.
¿Y un laico?
¿Y un laico? Fernando Giménez Barriocanal parece la única posibilidad después de que alguien lanzara al viento como baza femenina a la teresiana Raquel Pérez Sanjuán, directora de la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura. Hay quien considera que la renuncia de Barriocanal a la presidencia de Ábside, que anunció en junio por voluntad propia y con hoja de ruta de transición, le abriría el camino como secretario general.
No en vano no hay nadie como él, ni tan siquiera un obispo, que conozca los entresijos tanto de la Conferencia como de cada uno de los obispados, con sus luces y sus sombras… A quienes le han hecho ver sus posibilidades, Giménez Barriocanal les ha tumbado de inmediato, amparándose en haber recuperado más horas como profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, su otra gran pasión, tras dejar COPE.