En la Catedral de Copiapó, el obispo Ricardo Morales presidió la Misa en la que sacerdotes, diáconos y decenas de laicos y laicas recordaron a Fernando Ariztía, quien fuera obispo de esa diócesis entre 1975 y 2001.
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En su homilía, el obispo dijo que “la presencia de don Fernando fue brote de esperanza, cuando en Chile existía una cultura de muerte; cuando el mal parecía tener la última palabra, el Señor fue capaz de suscitar hombres y mujeres como don Fernando, que fueron brotes de esperanza, esto llenó a mucha gente de consuelo, levantó corazones desesperanzados”.
“Si la iglesia no es profética, no es iglesia”
Morales dijo que “fue el brote verde que en medio del invierno anuncia que hay vida”. Luego recordó las palabras del Papa Francisco en su Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, cuando dice que la Iglesia debe crecer en profetismo: “hombres como don Fernando nos muestran que, si la Iglesia no es profética, no es Iglesia”. El obispo pidió no esperar ese profetismo “solo de los pastores, toda la Iglesia debe ser profética, anunciar y denunciar, no tener miedo, levantar la cabeza, porque Cristo vence sobre toda muerte y todo pecado” y concluyó que “con esa certeza en el corazón sepamos construir una Iglesia fundada en la esperanza de Cristo”.
Al finalizar la Misa, el obispo con los sacerdotes y diáconos se dirigieron a la cripta donde descansan los restos de don Fernando, para hacer oración.
Fernando Ariztía nació en 1925, en Santiago, estudió en el Pontificio Seminario de Santiago y en la Facultad de Teología. Ordenado sacerdote en 1951, fue designado asesor de la Juventud Obrera Católica, experiencia que le marcó para toda su vida. Después de ser párroco en sectores obreros de la capital, fue nombrado Vicario Episcopal de la Zona Poniente y en julio de 1967 fue consagrado obispo y asignado como auxiliar del arzobispo de Santiago.
Amigo y padre de su clero
Era una época difícil no sólo porque la Iglesia estaba aplicando los grandes logros del Concilio Vaticano II, sino también por los cambios políticos y sociales en Chile, sobre todo desde el año 1970. Es reconocido como un verdadero amigo y padre de su clero, respetando los diferentes carismas y manteniendo la unión en medio de corrientes muy contrarias. Siempre fue capaz de mostrar metas más altas en medio de la contingencia del diario vivir.
Después del golpe de Estado cívico militar, en octubre de 1973, fue nombrado copresidente del Comité Pro Paz, organismo ecuménico creado para dar protección y acogida a los perseguidos por la dictadura.
En 1975 fue nombrado obispo de Copiapó donde fue pastor entre 1975 y 2001 cuando el Papa le aceptó su renuncia al cumplir la edad canónica. Se trasladó a Osorno donde asumió el servicio pastoral en una parroquia de un sector muy popular de esa ciudad. Cuando le fue diagnosticado un cáncer al hígado en 2003, volvió a Copiapó donde pasó sus últimos meses recorriendo las parroquias para despedirse de las comunidad a quienes consideraba su familia.
Carta a Pinochet
El obispo Fernando Ariztía se hizo célebre por la carta que envió una semana después del golpe militar al general Augusto Pinochet en la que le dice: “Yo habito, Señor General, en una Población obrera de la Comuna de Las Barrancas, en Herminda de la Victoria. En mi población, como en las Poblaciones vecinas, no ha existido ninguna resistencia armada a las fuerzas militares. Sin embargo, en estos días, en el Río Mapocho que bordea estas Poblaciones han aparecido numerosos cadáveres, en número mayor de veinte, de los que han sido testigos centenares de pobladores, hombres, mujeres y niños. Presentan heridas a balas. No ha habido ningún combate en estos sectores, por lo cual no podemos liberarnos del pensamiento que hayan sido fusilados”.
Luego de desarrollar ese relato, concluye la carta diciendo a Pinochet: “Creo en la veracidad del deseo del Señor General, para llegar a una pacificación de los chilenos, y es por esto que con dolor le hago ver estos hechos que no tienden precisamente a liberar a los trabajadores de sus resquemores, y que, comprendo perfectamente, no estén en conocimiento del Señor Presidente de la Junta de Gobierno. Es mi deber dárselos a conocer”.
Fue tal el impacto de su fallecimiento el 25 de noviembre de 2003, que el propio presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar, varios ministros de Estado y el Comandante en Jefe del Ejército de la época, cambiaron sus agendas y asistieron a su funeral en Copiapó. Más de diez mil personas repletaron las calles de la capital de Atacama, para despedir al pastor de los pobres y al que alzó la voz por todos los chilenos en plena dictadura militar, cuando muchos no tenían voz.
El último deseo de ‘Don Fernando’, como cariñosamente le llamaban los fieles, se cumplió al dar una vuelta por la Plaza de Copiapó y que a su funeral llevaran alimentos para los pobres.