Así puede ser la vida, como este diálogo entre dos mundos artísticos, como esta obra que han creado Cristina Almodóvar y Bert Daelemans: “Armoniosa, compartida, sencilla, infinitamente móvil y llena de belleza”. Los adjetivos –comedidos– los ponen ellos. Porque El susurro de los pétalos (Ed. Mensajero) –y ambos son los primeros en reconocerlo– abarca mucho más. “Es realmente infinito”, añaden.
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Y sin duda la vida –como este libro singular– es espiritual, contemplativa, trascendente, profunda, plena, religiosa. “La espiritualidad está ahí, entre líneas. Buscamos decir mucho con poco. Es espiritual, es contemplativo, como el mejor arte”, admite Daelemans, jesuita belga afincado en Madrid y profesor de Teología en la Universidad Pontificia Comillas.
Este encuentro entre la escultora y el escritor, entre el arte y la poesía, entre las imágenes que conforman pétalos que caen sobre un rectángulo y la palabra contenida del haiku, entre lo laico y la vida consagrada, es también con Dios, que es quien susurra entre las páginas que conforman cada díptico y cada reflexión compartida: a cada composición de Cristina Almodóvar le acompaña un breve poema de Bert Daelemans.
“Quizás Dios está en los dones que tenemos o cada uno lo transmitimos en los dones que tenemos. Somos los dos muy sensibles, y hemos proyectado nuestra sensibilidad ahí. La trascendencia está muy presente”, ratifica la artista. “Yo también estoy convencido de que este libro trata de escuchar –prosigue el arquitecto, ingeniero y teólogo de formación– y que, al final, lo que se oye te lleva al origen”.
Esa contemplación y espiritualidad no es espontánea, el diálogo y el proceso creativo entre Cristina Almodóvar y Bert Daelemans la ha reforzado y expuesto aún más. “Lo que me atrae en las obras de Cristina no es la naturaleza misma, sino las reflexiones tan profundas sobre la vida, la humanidad, la existencia, pero también sobre el viento, el movimiento… Y aquí lo mismo, ese susurro que está esculpido por medio de pétalos y de sombras. El viento, el susurro, son esas cosas de la vida que son invisibles pero son esenciales”, expone el jesuita, autor también de La vulnerabilidad en el arte (PPC, 2021).
“En realidad, yo siempre trabajo de esa forma, pero esto ha sido quizá más porque los elementos estaban más depurados –responde la artista, presente en múltiples colecciones como DKV, Artphilein Foundation o BMW–. Soy muy sencilla y cuanto menos, más consigo. Es que con muy poco todo se multiplica. Cuanto menos hay, más da para pensar. De hecho, las imágenes que tienen muchos pétalos son como más concretas; sin embargo, las que tienen menos dan para pensar de forma más abierta”.
Todo un experimento
El blanco es el único color en las composiciones, realizadas en papel y fotografiadas para el libro. “Responde al gusto de trabajar con muy poco. Cuando solo usas el blanco, lo único que existe es la sombra que produce, y a mí la sombra es algo que me motiva mucho porque me conecta con lo tridimensional. Digamos que en las dos dimensiones no hay sombra y en las tres sí. Para mí, con el blanco, se convierte todo en espacial”.
El haiku, la milenaria métrica japonesa, viene a ser el blanco, en esa capacidad expresiva que tiene también de ‘menos es más’. “No hay luz para / quien no quiere sus sombras / igual que la luz”, escribe Daelemans. “No sé si es el haiku o el silencio que deja el haiku lo que equivale al blanco –describe el jesuita–. Las palabras son como los pétalos. Es verdad que la métrica de 5-7-5 limita mucho, pero permite esas pequeñas ventanas, que concentran y condensan la luz. Ha sido todo un experimento, porque para mí es un género literario muy nuevo”.