Con motivo del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el papa Francisco ha querido subrayar, en su tradicional mensaje, que, “como diría el apóstol Pablo, llevamos el tesoro de la vida en vasijas de barro”. Y, precisamente este día “nos invita a comprender que nuestra fragilidad no ofusca de ningún modo ese resplandor del ‘Evangelio de la gloria de Cristo’, sino que más bien revela ‘que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios’.
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Se trata, tal como subraya el Papa, de un “auténtico magisterio de la fragilidad que, si fuera escuchado, haría nuestras sociedades más humanas y fraternas, induciendo a cada uno de nosotros a comprender que la felicidad es un pan que no se come a solas”. “¡Cuánto nos ayudaría la conciencia de necesitarnos los unos a los otros para tener relaciones menos hostiles con quienes están a nuestro lado!”, ha aseverado.
Este magisterio de la fragilidades, además, es “un carisma con el que los hermanas y hermanos con discapacidad pueden enriquecer a la Iglesia”, ayudando, además, con su presencia, a transformar las realidades en las que vivimos, haciéndolas más humanas y acogedoras”. Porque “sin vulnerabilidad, sin límites, sin obstáculos que superar, no habría verdadera humanidad”. Por este motivo, el Papa ha expresado su alegría ante el hecho de que el camino sinodal “esté siendo una ocasión propicia para que también se escuche finalmente vuestra voz, y que el eco de esa participación haya llegado al documento preparatorio para la etapa continental del Sínodo”.
“El Sínodo, con su invitación a caminar juntos y a escucharnos mutuamente, nos ayuda sobre todo a comprender cómo en la Iglesia —también en lo que se refiere a la discapacidad— no existe un nosotros y un ellos, sino un único nosotros con Jesucristo en el centro, donde cada uno lleva sus propios dones y sus propios límites”. Dicha conciencia, “fundada en el hecho de que todos somos parte de la misma humanidad vulnerable asumida y santificada por Cristo”, elimina “cualquier distinción arbitraria y abre las puertas a la participación de cada bautizado en la vida de la Iglesia”.
Eliminar la discriminación
Asimismo, esta mañana, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre ha recibido en audiencia a un grupo de personas con discapacidad, ante quienes ha subrayado que “acoger a las personas con discapacidad y responder a sus necesidades es un deber de las comunidades civil y eclesial, porque la persona humana, en palabras de Juan Pablo II, ‘aun cuando su mente o sus capacidades sensoriales e intelectuales estén lesionadas, es un sujeto plenamente humano, con los derechos sagrados e inalienables propiedades de toda criatura humana'”.
“Esta fue la mirada de Jesús sobre las personas con las que se encontraba: una mirada de ternura y misericordia sobre todo para aquellos que estaban excluidos de la atención de los poderosos e incluso de las autoridades religiosas de su tiempo”, ha aseverado Francisco.
En este sentido, generar y apoyar comunidades inclusivas “significa eliminar toda discriminación y satisfacer concretamente la necesidad de cada persona de sentirse reconocida y de sentirse parte”. De hecho, tal como ha apuntado el Papa, “no hay inclusión si falta la experiencia de fraternidad y comunión recíproca. No hay inclusión si se queda en un eslogan, una fórmula para ser utilizada en discursos políticamente correctos, una bandera para apropiarse. No hay inclusión si no hay conversión en las prácticas de convivencia y relación”.
“Es necesario garantizar el acceso de las personas con discapacidad a los edificios y lugares de encuentro, hacer accesibles los idiomas y superar las barreras físicas y los prejuicios”, ha dicho, “pero esto no es suficiente”. “Es necesario promover una espiritualidad de comunión, para que todos se sientan parte de un cuerpo, con su personalidad irrepetible. Sólo así cada uno, con sus limitaciones y talentos, se sentirá animado a poner de su parte por el bien de todo el cuerpo eclesial y por el bien de toda la sociedad”, ha añadido el Papa.