Gádice Elena Carrillo, devota a la Rosa Mística, nació en San Cristóbal, pero desde muy niña se mudó a Maracaibo, capital del Zulia, al occidente de Venezuela. Sus primeras correrías de Iglesia fueron con las Hermanas Lauritas, congregación fundada por la santa colombiana Laura Montoya. Pasó por grupos juveniles, se casó, tuvo hijos hasta que enviudó joven. En ese entonces, se une a la comunidad misionera Buena Nueva, inspirada en el legado de la teología de la liberación.
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Desde hace más de 20 años dirige un comedor, donde atiende a niños y ancianos en uno de los barrios más pobres de Maracaibo: Amalwin, bajo el método de la pastoral de la niñez creada por Zilda Arns en Brasil. Si bien no sabe definir el término sinodalidad, entiende que los templos humanos son esenciales para encontrar a Jesús. En el comedor, lo experimenta. “Tenía a una joven, se negaba a ayudar. Me decían sácala, no le des comida; pero es con el testimonio como enseñas, yo igual la atendía”.
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Ahora la muchacha es una de las más fieles voluntarias. En ningún tratado de teología se encontrará, para Elena “ser Iglesia es acompañar y más que un plato de comida, es alimentar también el alma”. Ella vive en medio de quienes más sufren, está para consolar y escuchar, en cada rostro de niño y niña que alimenta, está la semilla del verbo, tan solo “hay que confiar en Dios, tomarnos de la mano de María y caminar con quienes más sufren”.
Ella vive la sinodalidad, comparte con el párroco, con las monjas de la escuela, con el obispo, reza el rosario, comparte con evangélicos y visita adolescentes en situación de embarazo precoz. En medio de todos ellos hacer presencia, también cuenta, porque “hay que comulgar de palabra y acciones”.