El diario El País recoge este viernes los testimonios de dos hombres que denuncian haber sido víctimas cuando eran estudiantes en Cuelgamuros
Dos hombres presuntamente abusados en su infancia por religiosos del Valle de los Caídos. Esta ha sido la revelación que ha hecho este viernes el diario El País, en un reportaje escrito por Iñigo Dominguez, en el que que recoge la denuncia de ambos hombres, que hoy cuentan con más de 70 años y que señalan que los hechos tuvieron lugar cuando eran niños y estaban internos en la residencia estudiantil que había en el lugar.
Los denunciantes son Antonio Arévalo González, quien estuvo en Cuelgamuros entre 1959 y 1961 (cuando tenía entre nueve y 11 años), y José G., interno entre 1967 y 1971 (de los diez y a los 14 años), quien ha llevado este año su caso ante la comisión para tratar los abusos por el Defensor del Pueblo. Por su parte, Arévalo está en trámites de hacerlo.
“Tengo 72 años, y la verdad es que he vivido toda mi vida con esto. Tras ver cómo iban saliendo casos de abusos a la luz, llegó un momento en que dije: yo tengo que participar en esto. Quiero contar los abusos que se cometían allí. Yo tuve las primeras experiencias sexuales a los diez años con los monjes”, dice Arévalo a El País, y ha explicado que ambos, hijos de republicanos, acabaron en la escolanía del Valle de los Caídos por ser “una buena vía de educación”.
Arévalo, por su parte, ha señalado a dos religiosos que presuntamente abusaron de él de forma directa, y a otros tres de quienes fue testigo. “En el área oeste tenía una destilería. Llevaba a los niños allí. Me acuerdo del sabor dulzón del licor. Nos daba una copita y luego abusaba de nosotros. En mi caso eran tocamientos y masturbaciones, pero es que yo no debía de gustarle mucho, le iban los gorditos y con dos compañeros míos fue a más”, asegura.
El relato de Arévalo continúa también con las implicaciones que tuvo para él vivir aquello: “Dejé de confesarme y tenía un problema, porque era creyente e iba a comulgar sin confesar, y eso me torturaba porque creía que estaba en pecado mortal”, confiesa. Asimismo, habla de las vivencias de sus compañeros, a quienes otro religioso, asegura, les tocaba los genitales por encima de la ropa y les obligaba a hacer lo mismo. “Era un pederasta, era evidente”, dice.
Por su parte, José G. señala a otro monje que sigue con vida y reside en Madrid. “Era uno de nuestros vigilantes. Con la excusa de que me gustaban los sellos me llevó a su celda a enseñarme su colección, y allí me bajó la bragueta y empezó a toquetearme. Me quedé bloqueado, no sabía hacer, supongo que él iba a buscar una erección, me intentó masturbar, entre el shock y que para mí era una situación impensable, me empecé a enfadar, y me fui de allí de manera instintiva. Me dijo que no dijera nada a mis padres”, explica.
“Pero yo no fui el único”, asegura a El País. “Era un internado donde estabas a su merced, lejos de tu familia. Pero con 12 y 13 años teníamos ya la sensación del bien y del mal, y de que teníamos que ser astutos para sobrevivir”, ha dicho.