Francisco ha recibido esta mañana a los jóvenes del Seminario de Barcelona en audiencia privada. El Papa les ha entregado el discurso que les había preparado y ha preferido hablar con ellos. En el texto compartido, les ha insistido en el sacrificio, pero desde la sencillez.
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“Bastan cosas sencillas: la cama dura, la habitación estrecha, la mesa escasa y pobre, las noches a la cabecera de los agonizantes, los días muy temprano abriendo la iglesia antes que los bares, y esperar, acompañando a Jesús solo, a los pecadores y a los heridos en el camino de la vida”, ha señalado el Pontífice invitándoles a perderse en el sagrario.
En esta fase de formación,” les haría bien que en su oración pudieran confrontarse con las actitudes de la Santísima Virgen, preguntándose: ¿cómo estaba ella cuando Dios la llamó?, y yo ¿cómo estaba? ¿Con qué celo me planteo mi futura vida sacerdotal?”, ha continuado Jorge Mario Bergoglio.
Dos tentaciones
Al comienzo de su discurso, el Papa ha destacado las dos “tentaciones” al hablar de los formandos: la de centrarse en lo malo, teniendo en cuenta solo las experiencias negativas y la de intentar presentar un mundo idílico e irreal.
A este respecto, y centrándose en la oración, les ha puesto como modelo a san Manuel González. “Recuerden que, cuando sean sacerdotes, su primera obligación será una vida de oración que nazca del agradecimiento a ese amor de predilección que Dios les mostró al llamarles a su servicio. Este es el primer misterio gozoso del que todo nace”, ha señalado.
Así, “en el último misterio gozoso hay una idea muy importante para toda su vida, no la dejen nunca, me refiero a Jesús perdido en el templo, a ese Jesús al que tengo que volver siempre a buscar en el sagrario. Piérdanse allí con Él, para esperar a sus fieles”, ha insistido.
Sacrificio del corazón
“Dios nos pide sacrificio del corazón -ha proseguido-; sacrificio de la sensibilidad, en la ascesis que contemplamos en la flagelación; sacrificio de la honra, pensando que buscar el laurel de la nobleza, del título académico, del elogio mundano, nos aleja de Dios, y más bien hay que aspirar a las coronas de espinas que nos identifican con el Señor”.
Ahí está “el sacrificio de asumir la propia cruz y comenzar un camino, muchas veces de abandono, es el sacrificio de la vida. Mirando la cruz alzamos los ojos al cielo y vemos nuestro destino”, ha destacado.
Por otro lado, Bergoglio les ha pedido que “no dejen nunca de gustar y rememorar este amor de predilección que se derrama y se derramará abundantemente en su corazón, en su ordenación y en el resto de sus días”. “No apaguen nunca ese fuego que los hará intrépidos predicadores del Evangelio, dispensadores de los tesoros divinos”, ha añadido.