Todos los días, a las 7:30, desde 2015, Mari toca el alba en las campanas de la parroquia de Albaida, Valencia. Ella es la sacristana, y una de sus labores es tirar de esas cuerdas que llenan de sonido todo el pueblo. A las 12 toca el ángelus y, por la tarde, toca para el rosario y para la misa. El último toque es a las 21:00 horas, las ánimas. “Eso es lo que hago todos los días”, dice a Vida Nueva.
“Si hay funeral, hay una señal específica para que la gente sepa que ha muerto alguien, y si es hombre o mujer. También hay un toque concreto para cuando hay exposición del Santísimo y otro para la coronilla de los viernes por la tarde”, explica. No obstante, la misión de Mari ha desaparecido en la gran mayoría de las iglesias de nuestro país.
Su hermano, Antonio Berenguer, es campanero desde hace más de 40 años y, además, coordinador de Campaneros de Albaida, entidad que junto a Hispania Nostra, se propusieron convertir el toque de campanas manual en Patrimonio de la Humanidad. Y lo han conseguido.
La UNESCO declaró el 30 de noviembre el toque manual de campanas español Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Pero, ¿qué tiene el toque manual de campanas para merecer ser Patrimonio de la Humanidad? “Tiene el saber del campanero, transmitido de generación en generación”, asegura Antonio. De hecho, en España, entre las décadas de 1960 y 1980 se perdió mucho de este toque manual porque se electrificaron los campanarios de forma masiva. “Lo moderno vino a matar lo auténtico”, asegura el campanero.
“Los campanarios se han quedado sin vida, sin alma, porque los motores se limitan a reproducir toques muy simples, perdiendo, así, toda la riqueza del código”, añade. Y es que las campanas, cada vez que tocan, “están transmitiendo mensajes, y, como en cualquier idioma, los mensajes pueden ser infinitos. Los toques se han adaptado a la historia, y han hablado de lo que estaba pasando en ese momento: ya fuera alegría o pena, tanto civil o religioso”.