“En nuestro intento de abrir las puertas a Cristo que viene, hemos llegado a la puerta más interior del ‘castillo interior’: la de la virtud teologal de la caridad. Pero, ¿qué significa abrir la puerta del amor a Cristo? ¿Significa, quizás, que tomamos la iniciativa de amar a Dios?”. De esta manera comenzaba el predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalamessa, su tercera predicación de Adviento, tras haber meditado en las dos anteriores sobre las virtudes teologales de la fe y la esperanza.
- PODCAST: La Iglesia transforma su voluntariado
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero (1Jn 4, 10.19)”, ha recordado el cardenal en su discurso ante el Papa y la curia romana. Y, en este sentido, “abrir la puerta del amor a Cristo significa, pues, algo muy específico: acoger el amor de Dios, creer en el amor”. Por eso, “lo más importante que se debe hacer en Navidad es recibir con asombro el don infinito del amor de Dios, creer en el amor de Dios por nosotros”, subrayó.
Por otro lado, Cantalamessa ha recordado que el amor “construye el edificio de Dios, que es la Iglesia”, pero también a la sociedad civil, tal como explica san Agustín en ‘La ciudad de Dios’, en la que coexisten dos ciudades: la ciudad de Satanás, simbolizada por Babilonia, y la ciudad de Dios, simbolizada por Jerusalén.
“Lo que las distingue es el amor diferente que las anima”, ha explicado Cantalamessa. “La primera tiene como móvil el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios, la segunda tiene como móvil el amor de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo”.
Reducir la desigualdad
“El verdadero contraste que caracteriza a las dos ciudades, no es entre el amor de Dios y el amor a uno mismo. Estos dos amores, correctamente entendidos, pueden -de hecho, deben- existir juntos”, ha continuado. “No, el verdadero contraste es interno al amor propio, y es la contradicción entre el amor exclusivo a uno mismo -amor privatus, como él lo llama- y el amor al bien común, el amor socialis”.
Por lo tanto, aseveró Cantalamessa, “es el amor privado -es decir, el egoísmo- el que crea la ciudad de Satanás, Babilonia, y es el amor social el que crea la ciudad de Dios donde reina la armonía y la paz”. En este sentido, y haciendo referencia a la caridad, Cantalamessa ha señalado que la limosna, si bien “es un valor bíblico que siempre conserva su actualidad, ya no puede proponerse como la forma ordinaria de practicar el amor social”, porque “no salvaguarda la dignidad de los pobres y los mantiene en su estado de dependencia”.
Por ello, el predicador de la casa pontificia ha apuntado que “corresponde a políticos y economistas iniciar procesos estructurales que reduzcan la escandalosa brecha entre un pequeño número de mega-ricos y la muchedumbre sinfín de los desposeídos de la tierra”.