Francisco ha hecho público hoy su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2023. ‘Nadie puede salvarse solo. Recomenzar desde el Covid-19 para trazar juntos caminos de paz’ es el título del documento, en el que el Papa comparte sus reflexiones con el deseo de que le lean los jefes de Estado y de gobierno, los directores de las organizaciones internacionales y los líderes de las diferentes religiones. Las cinco claves del texto, aquí:
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1. No cedamos al desánimo
“Aunque los acontecimientos de nuestra existencia parezcan tan trágicos y nos sintamos empujados al túnel oscuro y difícil de la injusticia y el sufrimiento, estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, orienta nuestro camino”, comienza diciendo el Papa.
Y añade: “Permanezcamos despiertos, no nos encerremos en el miedo, el dolor o la resignación, no cedamos a la distracción, al desánimo, por el contrario, seamos como centinelas capaces de velar y distinguir las primeras luces del alba, especialmente en las horas más oscuras”.
2. Las sociedades no avanzan si existen conflictos
“El Covid-19 nos arrastró en medio de la noche, desestabilizando nuestra vida ordinaria, revolucionando nuestros planes y costumbres, perturbando la aparente tranquilidad incluso de las sociedades más privilegiadas, generando desorientación y sufrimiento, y causando la muerte de tantos hermanos y hermanas nuestros”, señala Francisco.
Asimismo, destaca que “el mundo sanitario, inmerso en una vorágine de desafíos inesperados y en una situación que no estaba del todo clara ni siquiera desde el punto de vista científico, se movilizó para aliviar el dolor de tantos y tratar de ponerle remedio; al igual que las autoridades políticas, que tuvieron que tomar medidas drásticas en materia de organización y gestión de la emergencia”.
“Junto con las manifestaciones físicas –continúa–, el Covid-19 ha provocado –también con efectos a largo plazo– un malestar generalizado que ha calado en los corazones de muchas personas y familias, con secuelas a tener en cuenta, alimentadas por largos períodos de aislamiento y diversas restricciones de la libertad”.
Además, “no podemos olvidar cómo la pandemia ha tocado la fibra sensible del tejido social y económico, sacando a relucir contradicciones y desigualdades. Ha amenazado la seguridad laboral de muchos y ha agravado la soledad cada vez más extendida en nuestras sociedades”. “Pensemos, por ejemplo, en los millones de trabajadores informales de muchas partes del mundo, a los que se dejó sin empleo y sin ningún apoyo durante todo el confinamiento”, recalca.
Según sus palabras, “rara vez los individuos y la sociedad avanzan en situaciones que generan tal sentimiento de derrota y amargura; pues esto debilita los esfuerzos dedicados a la paz y provoca conflictos sociales, frustración y violencia de todo tipo”. En este sentido, “la pandemia parece haber sacudido incluso las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias”, remarca.
3. Todos nos necesitamos
“Transcurridos tres años, ha llegado el momento de tomarnos un tiempo para cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar”, afirma. “Estamos llamados a preguntarnos: ¿qué hemos aprendido de esta situación pandémica? ¿Qué nuevos caminos debemos emprender para liberarnos de las cadenas de nuestros viejos hábitos? ¿Qué señales de vida y esperanza podemos aprovechar para seguir adelante e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor?”, pregunta.
“Ciertamente –añade–, después de haber palpado la fragilidad que caracteriza la realidad humana y nuestra existencia personal, podemos decir que la mayor lección que nos deja en herencia el Covid-19 es la conciencia de que todos nos necesitamos; de que nuestro mayor tesoro, aunque también el más frágil, es la fraternidad humana, fundada en nuestra filiación divina común, y de que nadie puede salvarse solo”.
Por tanto, “es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de esta fraternidad humana. También hemos aprendido que la fe depositada en el progreso, la tecnología y los efectos de la globalización se ha convertido en una intoxicación individualista. Muy a menudo los problemas generalizados de desequilibrio, injusticia, pobreza y marginación alimentan el malestar y los conflictos, y generan violencia e incluso guerras”, señala.
“Si, por un lado, la pandemia sacó todo esto a relucir, por otro, hemos logrado hacer descubrimientos positivos: un beneficioso retorno a la humildad; una reducción de ciertas pretensiones consumistas; un renovado sentido de la solidaridad que nos anima a salir de nuestro egoísmo para abrirnos al sufrimiento de los demás y a sus necesidades; así como un compromiso, en algunos casos verdaderamente heroico, de tantas personas que se han entregado”, asevera.
De esta experiencia, según Jorge Mario Bergoglio, ha surgido “una conciencia más fuerte que invita a todos, pueblos y naciones, a volver a poner la palabra ‘juntos’ en el centro. En efecto, es juntos, en la fraternidad y la solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos”. “Solo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales”, subraya.
4. El drama de una nueva guerra
Al mismo tiempo, “en el momento en que nos atrevimos a esperar que lo peor de la noche de la pandemia del Covid-19 había sido superado, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad. Fuimos testigos del inicio de otro azote: una nueva guerra, en parte comparable a la del Covid-19, pero impulsada por decisiones humanas reprobables”, indica.
Y prosigue: “La guerra en Ucrania se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no solo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada hacia todo el mundo; también afecta a quienes, incluso a miles de kilómetros de distancia, sufren sus efectos colaterales –basta pensar en la escasez de trigo y los precios del combustible–”.
“Ciertamente, esta no es la era post-Covid que esperábamos o preveíamos –explica–. De hecho, esta guerra, junto con los demás conflictos en todo el planeta, representa una derrota para la humanidad en su conjunto y no solo para las partes directamente implicadas. Aunque se ha encontrado una vacuna contra el Covid-19, aún no se han encontrado soluciones adecuadas para la guerra”.
5. Comprometámonos con la sanación de nuestra sociedad
“¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos?”, ha preguntado, para luego contestar: “Dejarnos cambiar el corazón por la emergencia que hemos vivido, es decir, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales de interpretación del mundo y de la realidad a través de este momento histórico. Ya no podemos pensar solo en preservar el espacio de nuestros intereses personales o nacionales, sino que debemos concebirnos a la luz del bien común”.
Y agrega: “No podemos buscar solo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con la sanación de nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico, que se involucre con seriedad en la búsqueda de un bien que sea verdaderamente común”.
“Para lograr esto y vivir mejor después de la emergencia del Covid-19 –continúa–, no podemos ignorar un hecho fundamental: las diversas crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos están todas interconectadas, y lo que consideramos como problemas autónomos son en realidad uno la causa o consecuencia de los otros. Así pues, estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión”.
Asimismo, “debemos retomar la cuestión de garantizar la sanidad pública para todos; promover acciones de paz para poner fin a los conflictos y guerras; cuidar de forma conjunta nuestra casa común y aplicar medidas claras y eficaces para hacer frente al cambio climático; luchar contra el virus de la desigualdad y garantizar la alimentación y un trabajo digno para todos, apoyando a quienes ni siquiera tienen un salario mínimo y atraviesan grandes dificultades”.
Y añade: “El escándalo de los pueblos hambrientos nos duele. Hemos de desarrollar, con políticas adecuadas, la acogida y la integración, especialmente de los migrantes y de los que viven como descartados en nuestras sociedades. Solo invirtiendo en estas situaciones, con un deseo altruista inspirado por el amor infinito y misericordioso de Dios, podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz”.