“La primera vez que me besó en la boca me dijo que así besaba el altar donde celebraba la Eucaristía, porque conmigo podía experimentar el sexo como expresión del amor de Dios”. De esta manera comienza el relato de Anna (nombre ficticio). Ella es la primera víctima del jesuita Marko Rupnik que se atreve a denunciar al religioso. Lo hace ahora, con 58 años, después de todo un calvario que vivió durante casi una década y que le ha dejado profundas huellas a nivel psicológico y espiritual. Ahora, ha relatado todo lo sucedido al diario italiano Domani.
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“En 1985, yo tenía 21 años y estaba en la facultad de medicina. Pensé en ir como misionera después de graduarme y sentí la necesidad de crecer en la fe. También me apasionaba el arte y una monja que conocía me presentó a este pintor jesuita que tenía un pequeño estudio en la Piazza del Gesù de Roma”, explica. En aquel entonces Rupnik, diez años mayor que ella, estaba en su primer año de sacerdocio”. “Me sentí a gusto con él y de inmediato se convirtió en mi guía espiritual”, dice.
Más adelante, entendió que esa sensación de familiaridad se debía a que el jesuita “tenía un fuerte carisma personal para explicar el Evangelio y una gran sensibilidad para identificar las debilidades de las personas. Entonces entendió de inmediato mi fragilidad, las inseguridades y los miedos que tenía”.
“Me sentía importante para él: me gustaban sus pinturas y a menudo hablábamos mientras pintaba. Luego comenzó a subrayar cada contacto entre nosotros, diciéndome que cada gesto tenía un significado preciso: incluso un simple apretón de manos o una caricia en el brazo se convirtió en una ocasión para subrayar mi feminidad”, explica. En aquel momento, “no podía entender que ese abrazo después de cada confesión era una invitación a ir más allá. De la misma manera, no podía imaginar que entonces, cuando me explicó que los cuerpos dibujados en las placas de Kamasutra eran una forma de arte, ya era un asiduo visitante de los cines porno”.
Entender el discernimiento ignaciano
A Anna, el comportamiento de Rupnik a veces le “parecía extraño, pero lo explicaba con su ser artista”. “Quería que yo modelara para él y una vez me pidió que posara para uno de sus cuadros porque tenía que dibujar la clavícula de Jesús y no buscaba chicas ‘mundanas’, que en su opinión solo expresaran sexualidad, sino por un persona en busca como yo”, señala. No fue difícil, dice, que aceptara y “desabrochar algunos botones de mi blusa, porque para mí, que era ingenua e inexperta, solo significaba ayudar a un amigo”. En aquella ocasión le besó “levemente en la boca, diciéndome que así besaba el altar donde celebraba la Eucaristía”.
“Yo estaba aturdido: por un lado quería huir, por otro el padre Marko me animó diciéndome que yo podía vivir esa realidad porque yo era especial y era un regalo que el Señor nos daba solamente a nosotros; que solo conmigo podría vivir, incluso físicamente, perteneciendo a Dios sin posesión, en libertad, a imagen del amor trinitario”, explica.
Para entender que la víctima creyese a Rupnik apunta que “hay que saber cómo funciona el discernimiento ignaciano: estás llamado a la total disponibilidad y apertura y es tu padre espiritual quien te guía en entender lo que es bueno y lo que es malo”. De esta manera, “si tu guía dice que Dios lo quiere y no obedeces, te pones en contra de Él. Ahí es donde puede colarse la manipulación, como sucedió con el padre Rupnik. Tenía miedo de cometer un error, miedo de perder su aprobación, me sentía fuertemente dependiente de su juicio”.
Y es que, si ella “no hacía lo que él quería, inmediatamente decía que mi camino espiritual estaba estancado y me presentaba como ‘equivocado’ a los otros jóvenes del grupo que mientras tanto se formaba a su alrededor. Solo el padre Marko decidía quién era bueno y quién valía la pena apoyar, el que estaba en el error era humillado y puesto a un lado”.
“No era amor, sino miedo”
“En el verano de 1986, antes de que se fuera de viaje, nos encontramos en su estudio. Celebramos juntos la Eucaristía y luego esperó que me desvistiera y dejara que me tocara como siempre. Pero esa vez me negué y me atacó con palabras muy duras y mezquinas, diciendo que yo no valía nada, que nunca haría nada bueno; añadió que para él ahora solo había otras dos mujeres, cuyos nombres me dio, y que quería terminar toda relación conmigo”, explica. “Estaba desesperada porque ahora dependía totalmente de su aprobación. No era amor, solo miedo a cometer un error. Desde entonces he decidido dejar de lado mis dudas y confiarme totalmente a él”.
“Creía que lo que vivíamos juntos me haría una mejor persona ante Dios; en cambio, fue solo el comienzo de la distorsión de mi identidad y la pérdida de mí misma”, reconoce. “Su obsesión sexual no fue improvisada sino profundamente conectada con su concepción del arte y su pensamiento teológico. Al principio, el Padre Marko se infiltró lenta y suavemente en mi mundo psicológico y espiritual aprovechando mis incertidumbres y fragilidad y al mismo tiempo usando mi relación con Dios para impulsarme a tener experiencias sexuales con él”, asegura.
“Así, el sentirme amada como la Sabiduría jugando ante Dios, como está escrito en el libro de los Proverbios, se transformó en la petición de juegos eróticos cada vez más extremos en su estudio del Collegio del Gesù de Roma, mientras pintaba o después de la celebración de la Eucaristía o después de la confesión”, relata la ex religiosa, que llegó a la Comunidad Loyola de Eslovenia únicamente siguiendo los mandatos de Rupnik. “El Padre Marko me pidió entonces que dejara la medicina y me fuera a Eslovenia con la superiora, Ivanka Hosta, y otras seis hermanas. Aislado de mi familia y amigos, era fácil para Marko manipularme a su gusto”.
Hizo sus primeros votos en enero de 1988, y los repitió en 1991. Por aquel entonces, los abusos de Rupnik “se habían vuelto más agresivos”. “Recuerdo una masturbación muy violenta que no podía detener y durante la cual perdí la virginidad, episodio que dio lugar a pedidos urgentes de sexo oral. La dinámica era siempre la misma: si tenía dudas o me negaba, Rupnik me desacreditaba frente a la Comunidad diciendo que no estaba creciendo espiritualmente. No tuvo frenos, utilizó todos los medios para lograr su objetivo, incluso confidencias escuchadas en confesión. Ahí es donde comenzó mi colapso mental”.
Muchas más víctimas
Asimismo, relata que Rupnik le pidió, incluso, “hacer un trío con otra hermana de la comunidad, porque según él, la sexualidad debía ser libre de posesión, a imagen de la Trinidad donde, decía, ‘la tercera recogía la relación entre las dos’. En esos contextos me pedía vivir mi feminidad de forma agresiva y dominante y como no podía hacerlo me humillaba profundamente con frases que no puedo repetir”.
“El último paso de este descenso a los infiernos fue el paso de las justificaciones teológicas del sexo a una relación exclusivamente pornográfica”, dice. “En 1992, cuando estaba en cuarto año de filosofía en la Gregoriana, también me llevó dos veces a ver películas porno en Roma, en via Tuscolana y cerca de la estación de Termini”.
Fue el momento en el que ella tuvo, además, conciencia de que Rupnik abusaba de otras mujeres con las mismas estrategias que había utilizado con ella. “A principios de la década de 1990, éramos 41 hermanas y el padre Rupnik, que yo sepa, logró abusar de casi veinte. A veces a un alto precio: una de ellas, en un intento de resistir, se cae y se rompe el brazo”.
De hecho, ella intentó detenerlo, pero “estaba imparable en su delirio. Incluso lo amenacé con demandarlo pero me respondió: ‘¿Y quién quieres que te crea? Es tu palabra contra la mía: si hablas, te dejo por loca”. En aquel momento, “solo quería que todo terminara”, y fue cuando intentó suicidarse. Pero sobrevivió.
A partir de ahí, todos los intentos que hizo de hablar, tanto con la superiora de la comunidad como con los superiores de Rupnik –entre ellos Tomáš Špidlík (más tarde creado cardenal diácono en 2003 por Juan Pablo II)– no sirvieron de nada. De hecho, Špidlík reaccionó diciendo que no quería escuchar su testimonio, aunque fue en confesión, y redactando él mismo su carta de renuncia como religiosa. “Aún la conservo”, asegura.
Lo único que le ocurrió a Rupnik entonces fue que regresó a Roma para continuar con su carrera. Mientras, ella vio como la superiora de la comunidad llegó, incluso, a enviar una carta a su familia diciendo que era esquizofrénica. “Años después Ivanka me escribió pidiéndome perdón a mí y a mi familia, a quienes les habían dicho que era esquizofrénica. Después de mi renuncia sufrí de depresión durante mucho tiempo e incluso después no pude tener una relación amorosa y formar una familia”, asegura.