“Si a veces digo cosas que pueden sonar duras, no es porque no crea en el valor de la dulzura, sino porque es bueno reservar las caricias para los cansados”, afirma en su felicitación de Navidad a los cardenales
“La herejía verdadera no consiste solo en predicar otro Evangelio (cf. Ga 1,9), como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes”. Mensaje para la Curia romana. Esta es la manera que el papa Francisco tiene de felicitar la Navidad a los suyos.
¿Es para mostrar su enfado? No. Así lo ha explicado él mismo: “Si a veces digo cosas que pueden sonar duras y fuertes, no es porque no crea en el valor de la dulzura y de la ternura, sino porque es bueno reservar las caricias para los cansados y los oprimidos”.
Ante todos los cardenales y superiores que trabajan en el Vaticano, el Pontífice ha recordado que “lo contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio, la forma debe poder cambiar para que la sustancia siga siendo siempre la misma”.
El discurso que ha dirigido esta mañana Jorge Mario Bergoglio, lo ha dividido en cuatro temas. En primer lugar, invitando a vivir la pobreza. “Así como Él elige la pobreza, que no es simplemente ausencia de bienes, sino esencialidad, del mismo modo cada uno de nosotros está llamado a volver a la esencialidad de la propia vida, para deshacerse de lo que es superfluo y que puede volverse un impedimento en el camino de santidad”, ha señalado.
En segundo lugar, ha recalcado que “la actitud interior a la que habríamos de dar más importancia es la gratitud”. En tercer lugar, se ha centrado ampliamente en la necesaria conversión, pues esta “nunca es un discurso acabado”. “Lo peor que nos podría pasar es pensar que ya no necesitamos conversión, sea a nivel personal o comunitario”, ha asegurado.
Según ha indicado, “convertirse es aprender a tomar cada vez más en serio el mensaje del Evangelio e intentar ponerlo en práctica en nuestra vida. No se trata sencillamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible. Ante el Evangelio seguimos siendo siempre como niños que necesitan aprender. Creer que hemos aprendido todo nos hace caer en la soberbia espiritual”.
En este sentido, ha celebrado también los sesenta años de la apertura del Vaticano II. “La conversión que nos dio el Concilio es la oportunidad de comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y operante en este momento histórico”, ha aseverado.
Tampoco se ha olvidado del Sínodo de la Sinodalidad. “Tal como ha sucedido otras veces en la historia de la Iglesia, también en nuestra época, como comunidad de creyentes, nos hemos sentido llamados a la conversión. Y este itinerario no ha concluido en absoluto. La actual reflexión sobre la sinodalidad de la Iglesia nace precisamente de la convicción de que el itinerario de comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía”, ha agregado.
Como ha reconocido el Pontífice, “denunciar el mal, aun el que se propaga entre nosotros, es demasiado poco. Lo que se debe hacer ante ello es optar por una conversión. La simple denuncia puede hacernos creer que hemos resuelto el problema, pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas mundanas”.
“La mayor atención que debemos prestar en este momento de nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual transcurre en casa -ha continuado-, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir”.
En cuarto lugar, se ha fijado en la paz. “Nunca como ahora hemos sentido un gran deseo de paz. Pienso en la martirizada Ucrania, pero también en tantos conflictos que están teniendo lugar en diversas partes del mundo. La guerra y la violencia son siempre un fracaso”, ha dicho.
Y ha agregado en clara referencia, aunque sin citarlo, al Patriarca Kirill de Moscú, “la religión no debe prestarse a alimentar conflictos. El Evangelio es siempre Evangelio de paz, y en nombre de ningún Dios se puede declarar ‘santa’ una guerra”.
Para Francisco, la cultura de la paz no solo se construye entre los pueblos y las naciones, “sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros”. “Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros”, ha aseverado.
Así, el Papa ha invitado a quienes le escuchan a hacerse preguntas: “¿Cuánta amargura hay en nuestro corazón? ¿Qué es lo que la alimenta? ¿Qué es lo que causa la ira que muy a menudo crea distancias entre nosotros y alimenta rabia y resentimiento? ¿Por qué los insultos, en cualquiera de sus formas, se vuelven el único modo que tenemos para hablar de la realidad?”.
“Si es verdad que queremos que el clamor de la guerra cese dando lugar a la paz, entonces que cada uno comience desde sí mismo”, ha insistido. Y ha continuado: “No existe solo la violencia de las armas; existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías. Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo”.
Hablando sobre la misericordia, ha recalcado que “una Iglesia pura para los puros es solo la repetición de la herejía cátara”. “Si no fuera así, el Evangelio, y la Biblia en general, no nos hubieran narrado los límites y los defectos de muchos de aquellos que hoy nosotros reconocemos como santos”, ha añadido.
También ha hecho hincapié en el perdón, que “significa conceder siempre otra oportunidad, es decir, comprender que uno se hace santo a base de intentos. Dios hace así con cada uno de nosotros, nos perdona siempre, vuelve a ponernos siempre en pie y nos da aún otra oportunidad. Entre nosotros debe ser así”. “Toda guerra, para que se extinga, necesita del perdón. De lo contrario, la justicia se convierte en venganza”, ha puntualizado.