Viernes por la tarde en la Parroquia Santa Teresa de Jesús, en la localidad madrileña de Getafe. A pocos días para la celebración de la Navidad, aquí el Adviento, más que un estado de espera para alimentar el espíritu, es una llamada a la acción. En un salón, varios voluntarios preparan paquetes con medicinas, alimentos y materiales de primera necesidad para enviar a la “martirizada” Ucrania, como se refiere a ella Francisco, quien ya, impotente tras casi un año de clamar por la paz, incluso ha llorado en público al no ser escuchado.
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Al igual que el Papa demostró su dolor en la reciente ofrenda a la Inmaculada, en la romana Plaza de España, los que se congregan en la parroquia getafense también han bañado en lágrimas muchos días desde que hace diez meses Putin decretara la invasión rusa de su país y comenzara su gran pesadilla. Y es que estamos en una comunidad eclesial que, desde hace ocho años, es punto de encuentro para la comunidad ucraniana en Madrid. Una familia que, tristemente, se ha agrandado con la guerra, formando parte de ella muchos exiliados que ahora pasarán la primera Navidad fuera de su hogar.
Dos mujeres y sus hijos
Es el caso de Katya Bahriy y su hija Diana, y de Katya Ivasko y sus hijos Nazarii y Sofiia. Las primeras viven en Móstoles, donde residen con unos amigos que las acogen. Katya pensó que venían “por unas semanas”, pero todo se ha complicado para ellas desde la misma madrugada del 24 de febrero en la que los rusos iniciaron una operación de conquista contra su país: “Vivíamos en Termópolis y, esa misma noche, mi marido, que estaba fuera porque trabaja como camionero por toda Europa, me dijo que debíamos coger lo que pudiéramos y marcharnos inmediatamente. Era duro, pero lo hacíamos por nuestra hija, por su seguridad. Tras conducir durante muchas horas, al llegar a la frontera con Polonia, nos encontramos con una cola de varios kilómetros. Pasamos mucho miedo, pues no sabíamos qué podía ocurrir mientras esperábamos, pero al fin pudimos salir”.
Tras casi un año aquí, la madre reconoce que “mi único consuelo es la fe. Tengo un vacío existencial que es imposible llenar, pero siempre he sido muy creyente y se lo he transmitido a mi hija. Ahora, en un momento como el que estamos viviendo, la fe, si cabe, es más importante. Tengo la sensación de que Dios tiene un plan para nosotras y hemos de llevarlo a cabo”.
Entre familias de acogida y hoteles
A su lado, Katya Ivasko relata su periplo tras salir de Vinnitsy: “Tras diez días intentándolo, pudimos llegar a España el 5 de marzo. Vine con mi madre y mis dos hijos. He estado con dos familias españolas de acogida, pero, cuando la situación se alargó y se vio que íbamos a estar en aquí más de unas semanas, acabamos en un hotel de Parla que cuenta con el apoyo de la Administración y ofrece su ayuda a muchos ucranianos”.
En este tiempo de prueba, acudir siempre que pueden a la parroquia de Getafe es un apoyo esencial para ella y sus hijos: “Estando fuera, y mucho más en una situación como esta, me doy cuenta de lo mucho que añoro y quiero a mi país. Estando aquí con nuestra gente, entre todos nos arropamos y nos sentimos más cerca de Ucrania”.
Unidos por la oración
Sin duda, esta será una Navidad diferente: “Pienso en mi hermano, que está en el frente, o en mi padre, que está solo en casa, sin luz… No podemos sentir ilusión, pero sí mantener la oración y acompañarlos de ese modo”.
Junto a ellas está un pilar fundamental en su nueva vida: Andriy Stefanyshyn. Sacerdote católico de rito oriental, casado y padre de una hija de dos años, encarna perfectamente la cruz que todos viven. No solo por ser ucraniano o por ser el párroco de una comunidad tan especial, sino porque ha visto con sus propios ojos el drama de esta guerra: “Estaba allí con mi mujer y mi hija. Faltaba apenas un día para que nuestro avión nos trajera de vuelta a España, pero ese 24 de febrero lo cambió todo. Yo, al ser hombre, no podía salir del país, pero las llevé hasta la frontera con Polonia. Al tener una niña pequeña, pudimos ir por una fila preferente, pero fue muy duro… Avanzamos a pie siete kilómetros, rodeados de miles de personas de todas las edades. Había muchos soldados y el miedo era palpable. Fue horrible, pero al menos consiguieron salir e ir a Praga, donde vive mi cuñada. Y, a las dos semanas, cuando ya el panorama se tranquilizó, yo mismo pude venir aquí y reunirme con mi familia”.
Actividad incansable
Desde entonces, el sacerdote no cesa un solo segundo en su actividad. Organiza toda la ayuda humanitaria que van mandando periódicamente a su país, reparte algo de la misma a las personas que están aquí y puedan necesitarla y, especialmente, se entrega a la ‘pastoral del coche’, recogiendo a las familias para que, en cuanto tengan un hueco, puedan venir a la parroquia y estar acompañados por su gente.
Todo un hospital de campaña, como reclama Bergoglio: “Muchos de los ucranianos que vienen a la parroquia no son católicos, pero aquí ofrecemos la misma ayuda a todo el mundo, sin preguntar por sus creencias. En tiempo de guerra, una comunidad como la nuestra no está solo para rezar. Siendo ello muy importante y algo que nos ofrece consuelo y esperanza, nos tenemos que entregar totalmente para atender a todo aquel que pueda requerir una mano cercana, ya sea porque necesite algo para comer o porque deba regularizar su situación legal”.
Nadie te forma para esto
Desde hace tres años es el párroco de una comunidad que, cinco años antes, con un sacerdote español al frente, ya ponía un foco especial en la acogida a los ucranianos. Eso sí, ni en su formación ni en estos años anteriores pudo prepararse para lo que venía: “Cuando estudias en el seminario, no hay una asignatura sobre cómo acompañar a la gente en tiempo de guerra… Así que he aprendido sobre la marcha, encontrándome con gente rota de dolor y a la que muchas veces no puedes ofrecer algo que la consuele realmente. Por eso es tan importante la simple presencia, estar ahí, con ellos, y tratar de que se sientan arropados por quienes están pasando por la misma prueba. Eso es lo que intento que sea la parroquia: un lugar para estar juntos”.
De cara a una Navidad que muchas madres pasarán “sin sus maridos e hijos”, a todos les duele especialmente el rigor del invierno: “Los rusos van a presionar a la población sin gas y sin luz… Van a ser unos meses durísimos para nuestra gente allí y, por eso mismo, lo van a ser para nosotros”.
Una pesadilla muy real
A sus 23 años, Sofiya Zvir es otro referente fundamental en la Parroquia Santa Teresa de Jesús. Llegó a España desde su Ucrania natal hace diez años, acompañando a sus padres y hermanos. En Leópolis quedaron sus abuelos, primos y amigos. En esta década, ha viajado varias veces a su tierra originaria, pero ahora todo se ha cortado: “Recuerdo perfectamente la madrugada del 24 de febrero. Mi hermana me dijo: ‘Ha empezado la guerra’. Me quedé en shock. Y, de hecho, aún no me lo termino de creer; es como una pesadilla o una película de terror, pero es real”.
Un dolor que se hizo palpable este pasado verano: “Vino de Ucrania mi prima con su hija. Recuerdo que, en un momento dado, la niña dijo sorprendida: ‘Aquí no se oyen sirenas’. Se me encogió el corazón al pensar en todo lo que está viviendo…”.
El plan de Dios
Cercana ya la Navidad, Sofiya lamenta que este año la vivirán de un modo “muy diferente”, pero también convencida de que, a nivel de fe, nunca había vivido otra con más fuerza: “Estoy muy triste y me siento muy mal al saber que los míos van a pasar estos días con frío, sin luz y con la comida justa, mientras aquí nosotros tenemos todo eso. Pero creo que el Señor tiene un plan y Él mismo nació en un momento de gran dificultad, siendo perseguido y teniendo que huir con su familia al extranjero. Eso me consuela y, a través de Jesús, sé que puedo rezar por personas muy concretas que necesitan su ayuda. Por todo ello, es un tiempo de Adviento único. Sabemos que Dios va a nacer y rezamos con mucha fuerza por nuestra gente”.
De este modo, cuando felicite las fiestas navideñas a sus abuelos, primos y amigos, “aunque no sepa qué decirles, les podré ofrecer lo más importante: mi oración. Así estaremos unidos y ya soñamos con la Navidad del año que viene, que espero que sea muy distinta y la pueda celebrar feliz en Ucrania, en casa, con los míos. Y lo más importante: sin guerra”.
Fotos: Jesús G. Feria.